Crónica desde Buenos Aires: la noche es de los rateros del bronce

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Cementerio de Buenos Aires sin su placa de bronce, que ha sido robada.

Cementerio de Buenos Aires sin su placa de bronce, que ha sido robada. / Abel Gilbert

Abel Gilbert

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Se termina la edad de bronce en la capital argentina. No estamos hablando de lo que sucedía hace casi 3000 años, cuando esta ciudad, Buenos Aires, no existía y el hombre descubría la aleación de los metales para cambiar radicalmente su base material. La era del bronce concluye aquí a la fuerza porque se lo roban donde ha sido utilizado: porteros automáticos, picaportes, manijas, caños, los monumentos de los parques, y las placas de cementerios, con imágenes dolientes de Jesús en el madero incluido.

El robo es continuo y no hace diferenciaciones territoriales. Puede tratarse de la puerta de entrada de un modesto edificio o, como ha ocurrido días atrás, la de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires, donde se marca el pulso financiero de un país donde los anuncios catastróficos están a la orden del día. El pillaje parece ser un acto reflejo de la crisis. Una ola similar había tenido lugar hace 21 años, cuando Argentina intentaba levantarse bajo los escombros que había dejado el llamado corralito.

La extracción de las piezas metálicas es frenética y suele ocurrir por las noches, cuando la ciudad se transfigura y queda a mercede de una red de compra y venta de bronce que incluye desde empobrecidos cuentapropistas a bandas expertas. Por la mañana se descubre que algo falta: un pomo, una aldaba o algo más. Pero la máquina sustractora ha expandido sus objetivos y también arranca de las paredes los aparatos que miden el consumo de agua, luz y gas, en este último de los casos, dejando un peligro latente.

La justicia califica de hurto a este delito. Suele consignarse a su vez que no es lo mismo robarse una escultura valiosa que se encontraba en el espacio público, para ubicarla en el exterior, que una pieza doméstica. A los efectos visuales la distinción es menos sutil. Se ha tornado una costumbre caminar y encontrarse con la marca indeleble del hurto: cables que cuelgan donde había un portero automático, una puerta sin el dispositivo que permite abrir o cerrarla, el pasamanos en una iglesia que ya no está o una estatua descabezada (al Monumento a España, en la zona sur de la ciudad, un espacio verde de alta concurrencia los fines de semana, le decapitaron sus cinco testas).

Miles de kilogramos de monumentos

Se calcula que a más de la mitad de las 2300 esculturas de bronce de la ciudad les falta una pieza. Eso totaliza unos 13.500 kilogramos. Hasta esta ciudad llegó en el siglo XIX Antoine Bourdelle, un discípulo de Auguste Rodin. En París había dejado su huella en el Teatro de los Champs Élysées y numerosos bustos como el de Ludwing Van Beethoven, Rodin y Anatole France.

El cincel vituoso de Bourdelle es posible encontrarlo en la capital argentina en su escultura Heracles arquero. Se exhibía en la Plaza Dante, en el aristocrático barrio de la Recoleta, hasta que, una noche, se quedó sin su arco. Para salvaguardar al héroe griego de mayores amputaciones, lo llevaron a un predio cercado, de difícil acceso.

La policía capitalina ha arrestado a decenas de personas en pleno acto de ratería. En algunos operativos de las fuerzas de seguridad en depósitos de los suburbios se han encontrado herrajes, canillas, picaportes, chapas y hasta piezas de bronce pertenecientes a obras de arte. También se decomisan ornamentos y crucifijos provenientes de bóvedas, tumbas y ataúdes que habían sido robados de los cementerios. La necrópolis de Chacarita, ubicada en el centro geográfico de la capital, es blanco predilecto de los ladrones.

Allí se encuentra la tumba de Carlos Gardel. El gran mito tanguero se ha salvado por el momento de ser "descuartizado". No ha sucedido lo mismo con el mausoleo de Osvaldo Pugliese, otra de las leyendas de la música rioplatense, fallecida en 1995. En Chacarita descansaban los restos del general Juan Domingo Perón. En 1987 fue violentada su bóveda y le robaron las manos. Como suele suceder en Argentina, los casos escandalosos nunca se esclarecen.

La era del bronce se encamina a formar parte del pasado. Pero también puede suceder lo mismo con uno de los materiales que la constituyen, el cobre. Como si se tratara de un retorno a 2002, se reportan sistemáticamente los robos de parte de una red telefónica o de fibra óptica.

La era del plástico

Al igual que lo que ocurre con los teléfonos, el bronce tiene su propio circuito que va de las manos que lo extrajeron a los lugares de acopio de chatarra donde no suele preguntarse sobre el origen del metal: hay un sobrentendido que también determina el precio por kilogramo.

Luego, esos compradores se lo llevan furtivamente a una fundición o un horno menos sofisticado donde se convierten en lingotes que, se cree, vuelven a entrar al mercado con su origen escamoteado. No es insensato pensar que ese mismo cobre o bronce serán utilizados en materiales que luego serán otra vez hurtados, lo que termina por constituir un círculo interminable de la precariedad que solo se corta cuando los picaportes o manijas se reemplazan por otras de aluminio y los porteros automáticos se diseñan solo con plástico.

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