Relaciones entre Washington y Pekín

Biden llama "dictador" a Xi Jinping un día después de la visita de Blinken China

El presidente de EEUU, Joe Biden.

El presidente de EEUU, Joe Biden. / EFE

Adrián Foncillas

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Apenas un día necesitó el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, para dinamitar el ingente y admirable trabajo de su secretario de Estado, Antony Blinken. Más de doce horas de conversaciones en Pekín con los dos máximos cargos diplomáticos de China y su presidente corren peligro por un prescindible chascarrillo de Biden que remató llamando "dictador" a Xi Jinping. El episodio alimenta las dudas chinas sobre la sinceridad estadounidense y dificulta una sintonía entre las dos superpotencias que, como acordaron en Pekín, beneficia al mundo entero.

Fue durante un acto para recaudar fondos en California. Biden se vanaglorió de haber abatido el globo chino en febrero. Si Xi Jinping se encolerizó, razona Biden, es porque desconocía que iba cargado de material de espionaje. “Ignorar lo que ocurre es una gran vergüenza para los dictadores”, desveló.

La respuesta inmediata ha llegado en la rueda de prensa diaria del Ministerio de Exteriores. Su portavoz, Mao Ning, ha afirmado que las declaraciones de Biden “van totalmente en contra de los hechos, suponen una violación flagrante de los protocolos diplomáticos y dañan la dignidad política de China”. Y aún más: “Son extremadamente absurdas e irresponsables y constituyen una tremenda provocación”.

La Casa Blanca, por su parte, no ha hecho comentarios sobre las declaraciones aparentemente improvisadas de Biden, al que tras incidentes pasados similares se le han matizado las palabras desde fuentes oficiales, informa Idoya Noain. Pero algunos observadores han cuestionado la oportunidad de los comentarios tras la misión de Blinken. "Pone en peligro la iniciativa diplomática", ha reflexionado John Delury, profesor de estudios chinos en la Universidad de Seúl, en unas declaraciones a 'The Washington Post'. "Arriesga parte de lo que se había logrado".

China rebate el concepto occidental de democracia por reduccionista. La legitimación del Gobierno, sostiene, no sólo llega de las urnas sino también del bienestar social ofrecido y del apoyo social. No se discute quién tiene razón sino la idoneidad de llamar dictador a Xi apenas un día después de haberse comprometido a llevarse bien con China. Hubo y habrá días más idóneos para plantear el debate.

El asunto del globo, además, es especialmente sensible en China. Explicó entonces que las corrientes de viento lo empujaron a territorio estadounidense en contra lo planeado y juzgó desproporcionado que fuera derribado. El asunto forzó la cancelación de la visita de Blinken inicialmente programada para febrero y China tardó más de cuatro meses en darle una nueva cita. Esa espera de castigo, junto a la intensa campaña diplomática china con líderes europeos y del sur global, evidenció el hastío de Pekín hacia Estados Unidos.

El incidente actual devuelve los ecos del pasado julio. Biden y Xi hablaron por teléfono durante horas para calmar las aguas en tiempos borrascosos, calificaron la charla de “sincera y profunda” y sólo cuatro días después aterrizó en Taiwán Nancy Pelosi, entonces presidenta de la Cámara Baja de EEUU. El concepto de “perder cara” es capital en la cultura china y no es improbable que Xi se sintiera humillado y traicionado.

El desplante personal se juntó a lo que China percibe como hipocresía estadounidense: su insistencia en que no quiere frenar su auge mientras lo combate a diario desde los campos diplomático, comercial y militar. En China cundió la impresión de que, en ese contexto hostil y trapacero, los contactos de alto nivel con Estados Unidos eran estériles. En la reciente cumbre internacional de seguridad de Singapur rechazó la reunión propuesta por Washington de sus máximos cargos militares.

El intenso fin de semana pequinés de Blinken pareció sobrevolar el clima de sospecha. Xi le premió con una audiencia no programada y los comunicados conjuntos trasladaban la acentuada voluntad de entendimiento. La prensa china, portavoz oficiosa del Gobierno, embridó el optimismo y animó a Washington a apuntalar con hechos su voluntad de afianzar las relaciones. El calificativo de Biden, interpretado como un insulto en Pekín, refuerza a los que ven a Estados Unidos como un caso perdido y prefieren esperar a que las elecciones del próximo año den un interlocutor más fiable.