Crisis social y política en Francia

Las caceroladas, el nuevo símbolo de las protestas en Francia

El presidente francés intenta pasar página del pulso por la reforma de las pensiones, pero los abucheos y pequeñas manifestaciones se repiten en sus desplazamientos

Pese a la promulgación de la medida, los sindicalistas organizan acciones de este tipo a diario

Protestas en Francia

Protestas en Francia / EFE/EPA/CHRISTOPHE PETIT TESSON

Enric Bonet

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Primero, fueron las manifestaciones multitudinarias, luego los contenedores de basura en llamas y ahora las caceroladas. Este clásico del repertorio contestatario se ha convertido en el nuevo símbolo en Francia de las protestas contra el Gobierno de Emmanuel Macron y la impopular subida de la edad mínima de jubilación de 62 a 64 años (con 43 años cotizados para recibir una pensión completa). Tras la promulgación el pasado fin de semana de la reforma de las pensiones, el dirigente centrista intenta pasar página de una de las peores crisis de su presidencia. Los sindicatos, sin embargo, no parecen dispuestos a bajar los brazos y acompañaron al presidente a golpe de cazuela en sus distintos desplazamientos esta semana.

A pesar de tres meses de protestas muy concurridas —las más masivas en este siglo XXI en el bullicioso país vecino—, Macron se mantiene inflexible. Pronunció un discurso televisivo el lunes desde el Elíseo sin que hubiera prácticamente ningún anuncio ni cambio significativo en sus políticas. En esa intervención, habló de “100 días de apaciguamiento y acción”. Este periodo destinado a recuperar la calma ha empezado agitado. El colectivo altermundialista Attac convocó caceroladas en cerca de 300 localidades el lunes a la misma hora en que hablaba el presidente. Desde entonces, este tipo de protestas y abucheos contra Macron y algunos de sus ministros se repiten para mostrar que el pulso por las pensiones está lejos de haberse terminado.

Tras una primera visita agitada el miércoles en Alsacia (noreste), Macron se enfrentó de nuevo este jueves a una manifestación durante su visita a un instituto en la localidad de Ganges, en el sureste del territorio galo. Más de 1.000 personas se concentraron en este pueblo de menos de 4.000 habitantes. Abucheos, cacerolada, lanzamientos de huevos y patatas contra antidisturbios, empujones entre policías y manifestantes que querían sobrepasar un cordón policial y corte de luz en el centro de secundaria que visitó el presidente por parte de los trabajadores de la eléctrica EDF. Ha sido la carta de bienvenida en este segundo desplazamiento ajetreado. Y eso que esta vez los golpes en las cazuelas han resultado menos ruidosos. 

Cacerolas prohibidas

De hecho, la prefectura (equivalente de la delegación del Gobierno) ha prohibido los “dispositivos portables sonoros”, entre ellos, las cazuelas. Los antidisturbios requisaron estos utensilios de cocina en sus controles en la entrada de este pueblo. Una decisión duramente criticada por los detractores de Macron. “¿Se puede salir de una crisis democrática prohibiendo las cazuelas?”, se preguntó en Twitter la diputada ecologista Sandrine Rousseau.

“Las cazuelas y los huevos solo sirven para cocinar”, aseguró Macron desde el instituto de Ganges, donde anunció un aumento de entre 100 y 230 euros del salario de los profesores, una subida considerable, pero inferior al 10% prometido hace un año durante la campaña presidencial. El miércoles, ya había dejado claro a los manifestantes que, por muy fuerte que piquen, él no cederá: “Las cazuelas no sirven para hacer avanzar el país”. “No dimitiré, esto no sucederá. Tendréis que esperar hasta 2027”, añadió este jueves por la tarde, tras ser interpelado por una francesa, durante un paseo sorpresa y que resultó más plácido por el pueblo de Pérols.

Curioso el guiño de la historia al objeto de moda esta semana en el país vecino. Aunque las caceroladas suelen asociarse a las protestas de América Latina o España —desde los indignados en 2011 hasta los independentistas (y los unionistas) en 2017 en Catalunya—, esta forma de protesta empezó en la década de 1830 en Francia contra la Monarquía de Julio, del rey Luis Felipe.

“Una especie de guerrilla contestaria”

Macron se mantiene inflexible, pero los detractores de la reforma de las pensiones también continúan movilizados. Mientras los dirigentes sindicales tienen la mirada puesta en el 1 de mayo, que esperan que sea una “marea popular”, sus bases organizan acciones a diario. “Hemos pasado de una guerra de trincheras con medios tradicionales a una especie de guerrilla contestaria. Con estas acciones, organizadas por pequeños grupos, quieren hacer la vida imposible al Gobierno. Está claro que el conflicto social no se ha terminado”, explica a EL PERIÓDICO el sociólogo Nicolas Framont, jefe de redacción de la revista de izquierdas Frustration Magazine y autor del libro Parasites

Además de Macron, su primera ministra Élisabeth Borne y varios de sus ministros se han confrontado a las mismas concentraciones y abucheos. Hasta el punto de que varios dirigentes tuvieron que anular sus actos o suspenderlos poco después de haberlos empezado. Estas acciones también incluyen ocupaciones de supermercados o carreras de hípica que empezaron con un retraso considerable debido a la presencia de manifestantes. La mayoría de ellas tiene como objetivo influir en la batalla de la opinión, un terreno en que el Ejecutivo, que sacó adelante su impopular medida, ha salido derrotado. 

Aunque Macron lo niega, el sentimiento de crisis democrática está presente en buena parte de la sociedad gala. Numerosos intelectuales, muchos de ellos moderados como los historiadores Jean Garrigues o Pierre Rosanvallon, advierten sobre ella con duras palabras contra el presidente. “Se trata de la crisis democrática más grave desde la guerra de Argelia”, afirmó a principios de esta semana en un plató de televisión Rosanvallon, un prestigioso catedrático del Colegio de Francia y especialista en la historia contemporánea.