Relevo en Brasil
Lula inicia su tercera presidencia entre la esperanza y la zozobra
La ciudad de Brasilia, escenario de la ceremonia del traspaso de poder, será celosamente resguardada por temor a un atentado
En su nuevo Gobierno de coalición, el líder del Partido de los Trabajadores ha intentado integrar a sectores políticos equidistantes y unidos por el rechazo a Bolsonaro
Abel Gilbert
Corresponsal en Buenos Aires
Especialista en América Latina y doctor en comunicación. Ha cubierto los principales acontecimientos políticos regionales durante las últimas dos décadas para El Periódico. Es autor de ocho libros, tres de ellos en colaboración, y se apresta a publicar otros dos.
Luiz Inácio 'Lula' da Silva recibió el primer día de 2019 en una cárcel de Curitiba. Había sido enviado allí como final de un juicio escandaloso que terminó siendo anulado. Pero aquel día, su futuro era difuso y la ultraderecha tenía sed de eternizarse. Lula renació de las cenizas de su leyenda política, le ganó las elecciones a Jair Bolsonaro por casi dos puntos y este domingo asumirá por tercera vez la presidencia de un Brasil tan esperanzado como dispuesto a amenazar lo que se considera como el comienzo de la restauración democrática del gigante sudamericano.
Se espera que 17 jefes de Estado, entre ellos el rey Felipe VI de España y los presidentes de buena parte del arco progresista sudamericano, asistan a la toma de posesión del líder del Partido de los Trabajadores (PT). Quien se ausenta es el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro. Las autoridades de Caracas no han concreto por qué el líder bolivariano no se desplaza a Brasil. En las vísperas a la investidura, se anulaó un decreto que prohibía la entrada a Maduro en el país.
Brasilia, el corazón modernista de Brasil, se vestirá de fiesta este 1 de enero. Una multitud se reunirá en el distrito capitalino. Habrá música y bailes. Pero no faltarán los chalecos antibalas. El inicio de la nueva era de Lula no está exento de riesgos. De hecho, días antes se frustró un atentado terrorista en la misma Brasilia. A pocos kilómetros de los fastos, grupos ultraderechistas acampaban todavía en las vísperas frente a un cuartel para reclamar un golpe militar que expulse del Ejecutivo al hombre que, aseguran, encarna al mismo demonio.
La alegría y la preocupación serán, por lo tanto, caras de una misma moneda, hasta el punto de que el mandatario entrante podría privarse de un rito institucional del cambio de mando: el paseo en un automóvil descapotable. El recorrido, si se realiza, se hará en un coche blindado, una metáfora metálica del modo en que se experimenta la transición en Brasil. El empresario que intentó llevar a cabo, días antes de la toma de posesión, lo que las nuevas autoridades calificaron de acto terrorista, es un seguidor a pie juntillas de Bolsonaro, tan radical como otros activistas que han sido detenidos en las últimas horas por un intento de asalto de la sede de la policía de Brasilia.
Tácticas diferentes
En este contexto, el Tribunal Supremo decidió suspender los permisos para llevar armas en Brasilia. La decisión enérgica de la principal autoridad judicial contrasta con las cavilaciones que se han detectado en el Gobierno entrante sobre el modo de abordar el problema de los bolsonaristas exacerbados. El ministro de Justicia, Flavio Dino, es partidario de acciones ejemplares contra esos grupos. Su colega de Defensa, José Múcio, ha apostado por palabras amables de disuasión que corren el peligro de no ser escuchadas.
El triunfo electoral de Lula ha sido fruto de acuerdos pragmáticos que, bajo otras circunstancias, tal vez habrían resultado indigestos para la izquierda. La cuestión era derrotar a Bolsonaro y, bajo esa premisa, convergen el agua y el aceite en el Gobierno de coalición. "Messi, con 35 años, ganó la Copa y será elegido el mejor jugador del mundo. Queremos que ustedes ganen esta copa y que tengamos el mejor Gobierno del mundo", exhortó el presidente a su equipo ministerial. Once de las 37 carteras serán lideradas por mujeres.
El centroderechista Geraldo Alckmin, su compañero de fórmula, controlará el Ministerio de Industria y Comercio Exterior. La periodista Anielle Franco, hermana de la militante y legisladora asesinada Marielle Franco, estará a cargo de la cartera de Igualdad Racial. El Ministerio de Derechos Humanos será ocupado por Sílvio Almeida, un destacado abogado afrobrasileño reconocido por su activismo antirracista. Marina Silva ha sido una heroína del movimiento ecologista desde los años 80. Fue parte del PT, rompió con Lula en 2008, pero lo respaldó en esta última y crucial segunda vuelta. Volverá a manejar el Ministerio de Medio Ambiente, mientras que Planificación quedará en manos de Simone Tebet, la centrista que también pidió el voto para Lula en la decisiva instancia electoral de fines de octubre y se acercó al líder del PT gracias a la gestión de la primera dama, Janja da Silva.
Un ministerio para los pueblos indígenas
Uno de los datos destacables de este tercer Gobierno es la creación del Ministerio de los Pueblos Indígenas. Lula ha nombrado a Sonia Guajajara, miembro de la etnia de su mismo apellido. Sus padres habían sido analfabetos. Ella fue incluida por la revista 'Time' entre las 100 personas más influyentes del mundo. Guajajara adquirió protagonismo con su lucha contra el complejo hidroeléctrico de Belo Monte en el estado amazónico de Pará (norte).
El Ministerio de Comunicaciones será manejado por Juscelino Filho, un exparlamentario que en 2016 votó a favor de la destitución de la presidenta Dilma Rousseff. No es la única amarga concesión que ha hecho Lula en aras de formar una amplia coalición. El jefe de Estado todavía debe negociar con el resbaladizo centro político para tener una base sólida de apoyo en el Congreso. Si bien tiene mayoría en ambas cámaras, necesitará de más votos del sector moderado si quiere aprobar enmiendas a la Constitución, indispensables si quiere contar con mayor presupuesto para llevar a cabo su agenda social. La ultraderecha promete dar a Lula más de un dolor de cabeza en la legislatura.
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