Represión talibán

El desamparo de las mujeres afganas: “Moriremos lentamente en la Historia”

La llegada al poder de los talibanes amenaza las dos décadas de conquistas de los derechos de las mujeres y niñas en Afganistán

En muchos lugares del país, ya se les ha restringido su libertad de movimiento y su acceso a la educación, a la vez que han sido obligadas a vestir el burka 

Todo sobre lo que ocurre en Afganistán y su capital Kabul, en directo

Afganistán mujeres

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Andrea López-Tomàs

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“No le importamos a nadie”. Con las lágrimas amontonándose sobre sus mejillas, una joven fija su mirada en la cámara y se lamenta. “Moriremos lentamente en la Historia”, constata tras disculparse por su llanto. Su plañido es el de millones como ella que comparten la misma desgracia. “No contamos porque nacimos en Afganistán”, apunta. Su pelo recogido en un par de trenzas pronto será cubierto y su libertad no le volverá a pertenecer. Millones de mujeres y niñas afganas claman contra el abandono de una comunidad internacional que las ha dejado solas ante la misoginia de los talibanes.

En apenas unas horas, pueden esfumarse dos décadas de duro trabajo hecho para garantizar los derechos de las mujeres. Pero no solo para ahora, sino también para las futuras generaciones. La toma de Kabul es la última prueba del dominio casi absoluto de los talibanes sobre Afganistán. Y, como siempre, de los 38 millones de habitantes que tiene el país son las mujeres quiénes pagarán con sus sueños, con sus vidas una guerra que no han escogido. El retroceso ya es una realidad que atenta contra los derechos de 16 millones de mujeres y niñas.

Al entrar por la fuerza en un hogar, uno de los primeros lugares que inspeccionan los talibanes son los armarios. Allí, cuentan los vestidos para saber cuántas mujeres viven en esa casa. Y si no visten el burka, son azotadas en público. En los territorios que han ido cayendo en su poder, les han restringido la libertad de movimiento de tal manera que no tienen permitido salir a la calle sin la compañía de un familiar varón. No pueden trabajar ni acudir a las escuelas públicas ni a los hospitales.

Morir lentamente

Cuando las estudiantes de la universidad de Herat, al oeste del país, intentaron acceder a sus clases, se les denegó la entrada. Poco importó que compongan el 56% del cuerpo estudiantil ni que su media académica sea superior a la de sus compañeros hombres. Tampoco a las trabajadoras de la institución se les permitió acceder a su puesto de trabajo. Las primeras víctimas del dominio talibán son los sueños de estas mujeres; después, sus vidas. Para aquellas que no osan quejarse ni rebelarse, ni siquiera soñar, mueren más lentamente desde la comodidad de su hogar que acabará convirtiéndose en cárcel.

Prohibir la educación a las niñas es el arma más poderosa de los talibanes, y la que cuenta con peores consecuencias a largo plazo. Muchas de ellas son casadas a la fuerza, es decir, convertidas en esclavas sexuales al servicio de la causa talibán, cuya única función es producir más soldados para la lucha. Además, la imposibilidad de acceder al trabajo condiciona su estado de salud. Al estar prohibidas las relaciones entre hombres y mujeres, la ausencia de doctoras mujeres para atender a las pacientes acarrea efectos letales.

Muchas de estas mujeres ya saben lo que les espera. Entre 1996 y el 2001, después de la catastrófica retirada soviética de Afganistán y una sangrante guerra civil, los talibanes tomaron el poder. Impusieron lo que llamaron una interpretación estricta de la ley islámica, muy alejada de lo establecido en el Corán. Las mujeres no podían trabajar, las niñas tenían prohibido asistir a la escuela. El burka se convirtió en el rostro común de la mitad de la población afgana, y cualquier decisión de una mujer debía pasar por la aprobación de un hombre.

La policía religiosa de los talibanes patrullaba con impunidad las calles humillando y agrediendo a las mujeres que infringían las reglas, aunque eso solo significara dejar su rostro al descubierto. Fueron los años de las lapidaciones públicas en estadios deportivos a aquellas mujeres acusadas de adulterio, es decir, cualquier relación fuera del ámbito del matrimonio. La terrible guerra civil dejó miles de mujeres viudas que ante la prohibición de trabajar de los talibanes se vieron forzadas a ejercer la prostitución para evitar el hambre y la pobreza. Cada viernes estas mujeres eran apedreadas en los estadios.

Generaciones futuras

En la moderna capital de Kabul, solo las mayores recuerdan esos días del terror más cruel. Con dos tercios de la población menores de 30 años, muchas mujeres nunca han vivido bajo control talibán. Los últimos 20 años han permitido que parte de la población femenina se convierta en enfermeras, profesoras, periodistas, médicas o diputadas, entre otras profesiones. El 25% del Parlamento de Kabul lo ocupan mujeres, y otras 100.000 son parte de concejos locales. Con una presencia creciente en las aulas, las afganas llevan años luchando y atesorando estas conquistas para las generaciones futuras. 

“Todos estos hombres del mundo con su poder están destruyendo algo que trabajamos mucho para conseguir”, denunciaba en televisión Mahuba Seraj, la fundadora de la Red de Mujeres Afganas. “Lo que está pasando hoy en Afganistán hará retroceder al país 200 años, de nuevo”, añadió. Los ataques sobre las periodistas en los últimos meses con al menos cuatro profesionales de la información asesinadas desde diciembre auguran un apagón informativo sobre las vidas de las mujeres.

Otra joven periodista de 22 años convertía sus lágrimas en palabras bajo una firma anónima en The Guardian. “La semana pasada era periodista, hoy no puedo escribir bajo mi nombre ni decir de dónde soy ni dónde estoy; mi vida entera ha sido destrozada en apenas unos días”, confesaba. Las afganas lamentan el abandono de una comunidad internacional que las usó para ocupar su país, pero maldicen el aterrador silencio que ahora envuelve su presente. Y la oscuridad que ya tiñe su futuro. 

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