Aparato propagandístico chino

Wuhan dedica una exposición al covid: épica y propaganda

La exposición es una oda al Partido Comunista y a Xi Jinping sin ninguna concesión a la autocrítica

Wuhan Museo propaganda de Wuhan FOTO ADRIAN FONCILLAS

Wuhan Museo propaganda de Wuhan FOTO ADRIAN FONCILLAS / Adrián Foncillas

Adrián Foncillas

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Las angulosas quijadas de superhéroe con las que han sido dibujados los médicos, soldados y voluntarios en la fachada anticipan el tono. En un centro de convenciones de Wuhan que sirvió de hospital en los días de plomo se recuerda estos días la épica victoria contra el coronavirus. Hasta aquí se acerca la población local para solazarse con lo que se hizo y la prensa extranjera para consignar las ausencias. Todos se van satisfechos.  

Urge resolver el extendido equívoco de que la exposición es una oda al Partido Comunista de China. Es una oda a Xi Jinping, que recibe como un pantocrátor sereno desde una pantalla enorme y protagoniza las primeras 20 fotografías. Xi instruyendo a los médicos, Xi liderando las reuniones de la cúpula, Xi animando a los voluntarios… “Adoptó una visión integral y tomó medidas firmes”, “dirigió las batallas para defender Wuhan y Hubei”, indican los textos. Es necesario avanzar una treintena de metros para encontrarse con Li Keqiang, primer ministro, jibarizado por un culto a la personalidad presidencial de aroma norcoreano. La exposición certifica que poco queda de aquella saludable fórmula que aludía al presidente como “el primero entre iguales” y enfatizaba la dirección colegiada tras los excesos maoístas. 

El Museo de la propaganda de Wuhan.

El Museo de la propaganda de Wuhan. / Adrián Foncillas

La exposición no carece de interés para los que superan la estomagante hagiografía de Xi. Está bien contada la parte científica y no faltan medios audiovisuales como una representación en hologramas de una UVI. Tampoco faltan evidencias del entusiasmo que concitó la “guerra popular”. Se exhiben batas de médicos firmadas por colegas llegados de todas las provincias, las muletas de un doctor que insistió en trabajar y los abnegados voluntarios que llevaron comida a los 11 millones de habitantes encerrados.  

También documenta la exposición las audaces y en su momento incomprendidas medidas que doblegaron al virus. Un reloj señala el inicio de un confinamiento que el mundo replicaría tras haberlo desdeñado por inútil y dictatorial y una maqueta rememora aquel hospital levantado en tres días que fue juzgado como un exceso propagandístico. Hasta el centro de convenciones se ha llevado una de las grúas que lo construyeron.  

Ni rastro de la ineptitud

El capítulo de silencios tampoco es breve. No hay rastro de la opacidad ni ineptitud de la gestión de las primeras semanas y Li Wenliang, amonestado por alertar de la misteriosa neumonía, comparte un humilde espacio junto al resto de doctores fallecidos sin mencionar el tsunami de indignación que siguió a su muerte. Ningún matiz a la inmaculada gestión del partido cabe en la exposición. 

Es habitual que el mundo establezca una errónea y simplista relación causal entre la ubicua propaganda y la satisfacción del pueblo. Los chinos no son una masa uniforme e idiotizada que se mueve a impulsos del Gobierno ni son más ingenuos que los españoles que sabían que la realidad no se ajustaba al NODO durante el franquismo. Esta China es más abierta que aquella España y participa de la globalización. Millones de turistas y estudiantes salen al mundo y las redes sociales muestran una sociedad vibrante y compleja sin que los esfuerzos censores puedan evitarlo. Su orgullo actual no nace en el pedestre relato oficial sino en hechos incontrovertibles y bien conocidos: China disfruta de algo parecido a la vieja normalidad desde que venciera al coronavirus en marzo mientras el mundo sigue amontonando cadáveres un año después de que Wuhan mostrara la fórmula. No ignoran los wuhaneses las tropelías de las primeras semanas pero el balance les sale positivo. Nada ha ayudado más al Partido Comunista que las noticias llegadas de fuera: los consejos de inyectarse lejía, las teorías de la inmunidad del rebaño, los pertinaces quebrantamientos de los encierros, los negacionistas, los debates sobre la idoneidad de las mascarillas… 

La exposición de Wuhan subraya la incapacidad de la propaganda china para ajustarse a los nuevos tiempos. Incluye ahora hologramas y otros despliegues tecnológicos pero su mohoso mensaje remite al maoísmo. Se entiende que esas técnicas sean inútiles para modular la opinión global, que nadie crea hoy que el coronavirus fue llevado a Wuhan por militares estadounidenses y que siga extendida la teoría de la fuga del laboratorio chino que repitió la Casa Blanca contra la opinión científica.  

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