Crisis sanitaria internacional
14 días de cuarentena y tres PCR: el precio de volver a la normalidad en China
El colaborador de EL PERIÓDICO en Pekín detalla las dos semanas que ha pasado encerrado en un hotel como prevención obligada para evitar contagios de covid-19
Adrián Foncillas
Periodista
Adrián Foncillas
A los pocos días desarrollas un reflejo pavloviano. Ante el estímulo de las pisadas sordas sobre la moqueta del pasillo, haces hueco en la mesa. Es el desayuno, el almuerzo o la cena, anunciados finalmente con dos toques en la puerta. Esos seres enfundados en trajes blancos, con los ojos apenas intuidos tras la visera y de movimientos ralentizados, son lo más humano que verás en dos semanas. Quizá durante el trámite también coincidas con el vecino de la habitación contigua para intercambiar un breve saludo antes de que la alarma te recuerde que tu puerta lleva demasiado tiempo abierta.
La rigurosa cuarentena en un hotel es obligatoria para los que regresan a China tras varios meses varados por el cierre de los cielos. Anticipa un problema con el que deberán lidiar los gobiernos que embriden el coronavirus y deban blindarse de la amenaza externa. A China se le presentó ya en marzo, con el virus en retroceso en casa y los rebrotes globales en auge, y pasó de ver cómo el mundo prohibía sus vuelos a prohibir los ajenos. Algunos aviones habían aterrizado en China con decenas de infectados y un puñado de escapadas de los confinados en domicilios habían inquietado a la población. La cuarentena controlada parecía la solución idónea para seguir con la repatriación sin poner en riesgo la salud pública. Ha funcionado: China suma más de un mes sin contagios locales y la inmediata detección y aislamiento de los importados los convierte en inocuos.
Falta de visados
El regreso a China es aún complejo. Los vuelos cuadruplican su precio habitual y son escasos, por lo que se aterriza donde se puede y no donde se quiere. La cuarentena hotelera, de todas formas, resta relevancia al destino. Sólo los chinos y los extranjeros que contaban con un permiso de residencia antes de la pandemia pueden volar porque por ahora no se expiden visados de estudiantes ni de negocios. El proceso exige una prueba PCR en los tres días anteriores al vuelo que deberá será ser validada por la embajada china, otra tras aterrizar en el mismo aeropuerto y previa al inmediato traslado en autocar al hotel, y la última en la víspera del fin del confinamiento. Con tres pruebas negativas en poco más de dos semanas llega el anhelado código verde que, mostrado en el móvil, acredita como sano y permite la libre circulación por el país.
Esta no es la crónica de un tormento. A este corresponsal, mediterráneo y con dificultades serias para lidiar con los espacios cerrados, la cuarentena se le hizo agradable e incluso breve. Los deberes terminan con la comunicación dos veces al día de la temperatura corporal a través de una aplicación del teléfono. El resto es la íntima gestión de un océano de horas tras asimilar que esa habitación pensada como un lugar de tránsito o de pernocta será tu universo. El hotel es más que digno, equilibrada y suficiente la comida, un generoso ventanal impide la claustrofobia y el personal ayuda en lo posible con amabilidad. Permiten comprar comida a domicilio y sólo restringen el alcohol. Las incomodidades se reducen a esas comidas servidas a las 7 am, 12 pm y 5 pm que cuesta acomodar a los ritmos vitales si se acaban de atravesar siete husos horarios. También conviene cuidar las sábanas y las toallas porque no existe servicio de limpieza. Otros han tenido menos suerte y han terminado en hoteles de cadenas baratas, con habitaciones angostas, de higiene mejorable y comida picante.
Preservar la salud
China fue pionera pero no la única en Asia. Otros países imponen cuarentenas fiscalizadas con medios tecnológicos. Incluso Tailandia, con un PIB más dependiente del turismo que España, ha preservado la salud pública con encierros devastadores para la economía. La adopción de las cuarentenas forzosas en el resto del mundo exigirá un cambio de paradigma menos relacionado con la dualidad democracia-dictadura que con la responsabilidad social: entender que dos semanas de encierro no son una violación de los derechos humanos o las libertades individuales sino un precio asumible por recuperar el puesto de trabajo, reencontrarse con la familia o compartir una vida sin coronavirus con los que lo erradicaron tras muchos esfuerzos.
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