LA FUERZA DE LA PANDEMIA EN EEUU

El doctor Anthony Fauci, la voz que no se puede silenciar

El reputado inmunólogo, objeto de feroces ataques desde la Casa Blanca, mantiene su estatus como referente de la ciencia y la verdad

doctor anthony fauci eeuu

doctor anthony fauci eeuu / periodico

Idoya Noain

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Ahí está, sentado junto a una piscina con gafas de sol, un hombre de 79 años en una más que inusual portada para la revista femenina 'InStyle'. En la madera que tapia uno de los locales cerrados por el coronavirus en Nueva York lanza a los transeúntes desde un grafiti el saludo vulcano cual Spock, icono de la flemática calma y lógica ante el peligro en 'Star Trek', con una paloma en el hombro que dice “verdad”. Se venden desde mascarillas a velas donuts con su rostro impreso, en 'Saturday Night Life' le ha interpretado Brad Pitt y en uno de los vídeos de The Lincoln Project, una iniciativa de republicanos que denuncian al presidente, es el “héroe”, una palabra con que le describía ya en 1988 el entonces vicepresidente George Bush cuando el sida desangraba el país y que vuelve a usarse mientras lucha contra otro virus.

Es Anthony Fauci, el hijo de un farmacéutico de Brooklyn que llegó a reputado inmunólogo y lleva 36 años al frente de los Institutos Nacionales de Alergia y Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos. Ha trabajado para seis presidentes empezando con Ronald Reagan y durante esta pandemia no solo se ha vuelto un icono pop sino también la voz más emblemática de la razón y la ciencia. Y esa popularidad, su compromiso con la verdad o quizá el hecho de que entre el doble y el triple de estadounidenses confíen más en él que en Trump para lidiar con la pandemia hacían inevitable que el otro neoyorquino, su Casa Blanca y su base más fanática lo pusieran en sus dianas.

Sin pelos en la lengua

Fauci no tiene pelos en la lengua. Lo mismo testifica en el Congreso "no estamos en control" que hace declaraciones que contradicen a Trump. “Como país, cuando nos comparas con otros, no creo que puedas decir que lo estamos haciendo bien”, dijo recientemente. También advirtió contra la “falsa narrativa” como la que el presidente promueve sobre una supuesta baja mortandad se opone al último eje del discurso presidencial: abrir las escuelas a cualquier precio.

Por todo, y dada la volatilidad que marca los equipos de Trump, desde el primer momento se ha temido por su futuro en el grupo de trabajo del coronavirus (aunque de su cargo en los Institutos Nacionales de Salud el presidente no puede despedirle). Y para Trump sería contraproducente sacarlo de ese ‘task force’, pero eso no ha evitado que se le intente silenciar. Sin demasiado éxito, eso sí, porque si como ha sucedido la Casa Blanca cancela sus entrevistas en televisión (un veto que levantó el viernes dejándole acudir a PBS), Fauci se ha prodigado en podcasts, en Facebook, en Instagram o en medios impresos.

Campaña de descrédito

Queda el intento de descrédito, también infructuoso pero intenso. El propio presidente ha participado en él, desde retuiteando viñetas que acusan al doctor de intentar ahogar la economía o mensajes con la etiqueta “#FireFauci (despide a Fauci) hasta diciendo que “ha cometido muchos errores” o llamándole, este mismo domingo, "alarmista". Y su círculo ha llevado los ataques al punto más bajo en los últimos días, primero cuando desde la Casa Blanca se distribuyó un documento propio de la guerra propagandística contra un oponente electoral con una lista de las veces en que Fauci, según ellos, “se ha equivocado”, y luego cuando el asesor comercial Peter Navarro publicó una criticada y desacreditada columna de opinión que afirmaba que el doctor “se ha equivocado en todo”.

La indignación general ha sido tal que hasta Trump ha tenido que recular. Aunque llevaba desde principios de junio sin hablar con el doctor, el miércoles pasado lo hizo por teléfono. El presidente se distanció todo lo que pudo del artículo de Navarro y ha estado defendiendo que tienen “muy buena relación”.

Fauci, mientras, promete que como siempre ha hecho seguirá navegando las turbulencias con los líderes políticos con la filosofía de ‘El padrino’; “no es personal, son estrictamente negocios”. Alguna vez ha explicado que no quiere retirarse hasta que haya una vacuna contra el sida y esta se siente más lejos que la del coronavirus. Y su postura la dejaba clara hace unos días en 'The Atlantic': “Solo quiero hacer mi trabajo; soy realmente bueno; creo que puedo aportar y voy a seguir haciéndolo”.