Consecuencias en las Artes

Desafinando con el 'brexit'

El divorcio con la UE abre la puerta al empobrecimiento cultural del Reino Unido porque la creación resultará afectada y artistas de uno y otro lado del canal de La Mancha verán entorpecido el desarrollo de su actividad

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Rosa Massagué

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El 'brexit' ha tenido la virtud de generar un género literario, el 'brexlit'. Pero también la desgracia de abrir la puerta al empobrecimiento cultural del país porque la creación resultará afectada y artistas de uno y otro lado del canal de La Mancha verán entorpecido, en algunos casos seriamente, el desarrollo de su actividad.

Mucho antes de la fatídica fecha de hoy, el 'brexit' promovido con embustes por unas elites sin escrúpulos, estimuló la vena creativa de escritores como Jonathan Coe, Ian McEwan, Ali Smith o John Lanchester. O la de artistas plásticos como el escurridizo Bansky, autor del óleo 'Devolved Parliament' (Parlamento transferido) en el que los incómodos bancos de la Cámara de los Comunes aparecen ocupados por 150 chimpancés a los que otro primate se está dirigiendo desde el puesto del primer ministro. Los libros están teniendo un buen éxito dentro y fuera del Reino Unido y el cuadro se vendió en Sotheby’s por 11 millones de euros.

La actividad crítica resulta rentable. No lo será la creativa e interpretativa que dependa directamente de la libre circulación de personas, mercancías y servicios, los tres pilares del mercado único de la UE abandonada por Londres. El sector que mayormente padecerá por ello será el de la música, porque si hay una actividad artística que necesita gran libertad de movimiento, que vive de la constante interrelación entre personas de orígenes muy distintos compartiendo sin embargo una misma cultura, es la musical. Y en música el Reino Unido ha sido y es una potencia mundial.

Costes muy ajustados

El director británico Sir Simon Rattle comparaba el 'brexit' a pegarse un tiro en las dos piernas y preguntarse después por qué es tan difícil andar. Y otra gran batuta, John Elliot Gardiner, explicaba: “Nuestra Orchestre Révolutionnaire et Romantique está formada por artistas de 16 nacionalidades distintas. Normalmente ensayamos en Londres. Esto es algo que podríamos cambiar, el verdadero problema no está ahí. El problema es que va a ser muy difícil y problemático que vengan a tocar a Inglaterra, por el asunto de los visados y los permisos de trabajo”.

Esta es la cuestión. Músicos, técnicos y demás personal auxiliar de orquestas sinfónicas, formaciones de cámara o grupos de música pop necesitarán visados, permisos y deberán pagar tasas por sus instrumentos para actuar en alguno de los 27 países de la UE. Y viceversa. Esta burocracia implica tiempo y dinero en un mundo que trabaja con costes muy ajustados y en muchas ocasiones con traslados imprevistos de un país a otro. Y a quien más perjudicará es a los jóvenes que disponen de menos recursos.

La preocupación es grande dentro y fuera del Reino Unido, tanto, que el foro de directores artísticos de Opera Europa (ente que agrupa a los teatros musicales europeos), reunido la pasada semana en Frankfurt, centró parte de sus trabajos en estudiar la nueva situación y cómo planificar las futuras temporadas.

El mundo del arte será otra víctima. Las galerías británicas con enormes fondos artísticos son grandes prestamistas de obras. La actual exposición dedicada a Leonardo da Vinci en el museo del Louvre de París, lo demuestra. En el catálogo figuran numerosísimas obras procedentes de la Galeria Nacional de Londres, el Museo Británico, el Museo Ashmolean de Oxford, La Colección Real, la Galería Courtauld de Londres, el Museo Fitzwilliam de Cambridge y la Galería Nacional de Escocia. Museos y galerías se lo pensarán dos veces antes de embarcar sus preciadas obras sabiendo que la burocracia puede detenerlas por un periodo superior al de ahora en lugares con pocas condiciones y teniendo además que pagar aranceles. Y lo mismo ocurrirá en la dirección opuesta.

Primera sede

En el 2018 el Reino Unido movía el 66% del mercado de arte europeo. Esto puede empezar a cambiar. La galería David Zwirner, por ejemplo, con cinco salas en Nueva York, una en Londres y otra en Hong Kong, que ha expuesto a Jeff Koons, Neo Rausch, o Bridget Riley, y cuenta entre sus representados a figuras como Diane Arbus, Sigmar Polke o Paul Klee, acaba de abrir su primera sede en el continente, en París.

El Gobierno se prepara para parar el golpe en el mundo de la cultura y para ello está organizando lo que ya es conocido como el Festival del 'brexit' en el 2022 a modo de las grandes exposiciones del pasado. Con un coste de 142 millones de euros, el objetivo es el de unir a la nación, mostrar la creatividad británica y aportar “alegría, esperanza y felicidad”, que buena falta harán, porque como las desgracias nunca vienen solas, a los efectos nocivos del 'brexit' sobre la cultura hay que sumar los severos recortes de las ayudas públicas y el deterioro de las enseñanzas del arte y las  humanidades en las escuelas británicas.