muestra de un conflicto

Sarajevo: memoria infantil de la guerra

El Museo de la Infancia de la Guerra de la capital de Bosnia y Herzegovina es una muestra de todo tipos de objetos pertenecientes a aquellos que vivieron el asedio serbio siendo niños

Sead Svrana (izquierda), ante la guitarra que cedió al museu y junto a Jasminko Halilovic, en Sarajevo.

Sead Svrana (izquierda), ante la guitarra que cedió al museu y junto a Jasminko Halilovic, en Sarajevo. / periodico

Guillem Andrés

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Cuando las balas de los francotiradores empezaron a silbar sobre Sarajevo, Jasminko Halilovic (1988) tenía 4 años. No recuerda mucho sobre los primeros años del asedio pero sí de Mirela, su amiga y primer “amor”, asesinada a los 10 años. “Quería hacer un proyecto para dedicárselo”, cuenta. Al recuerdo de Mirela le acompañaba una inquietud sobre el relato de la guerra de Bosnia (1992-1995). “Se habían escrito cientos de libros de políticos, periodistas y soldados, pero no sobre los niños que la vivieron. No se había contado desde su perspectiva”, explica el fundador del Museo de la Infancia de la Guerra desde la capital de Bosnia y Herzegovina.

Un solitario osito de peluche observa al visitante desde la vitrina. Fue de Seherzada (1983), un regalo del tío que perdió en la guerra. Filip (1981) concentra sus recuerdos en las latas de carne 'Ikar' que la Unión Europea enviaba como ayuda humanitaria. A unos metros, una pizarra infantil con restos de metralla ilustra los bombardeos que sometieron Sarajevo durante 1.425 días. En el peor día, cayeron 3.700 bombas sobre la ciudad.

Todo empezó en el 2010 con una pregunta: ¿Cómo recuerdas tu infancia durante la guerra? Miles respondieron. Sabina (1985) descubrió el significado de la palabra “asesinado” cuando mataron a su amigo. Aris (1984) resume la guerra en una palabra: “Infierno”. Sanja (1986), sin embargo, escribe: “La infancia, incluso en la guerra, es infancia. En lugar de envoltorios de chocolatinas, coleccionaba restos de metralla”.

Objetos de supervivientes

Halilovic recogió los testimonios en un libro, pero la cantidad de fotografías de objetos, diarios y cartas que recibió dio paso a la creación del museo. La muestra, que abrió en el 2017, consta de decenas de objetos de supervivientes, la mayoría de ellos ciudadanos de Sarajevo, donde perdieron la vida más de 11.500 civiles inocentes y otros 50.000 resultaron heridos.

La artillería y los francotiradores serbios asesinaron a unos 1.600 niños en la capital, hirieron a 15.000 y privaron de una infancia corriente a 70.000 menores, según los datos del Museo de Historia del país. “Lo que más echaba de menos era la libertad para salir afuera y jugar. A diferencia de los niños mayores, no percibíamos realmente el peligro. Aunque sabía que algunos morían, nunca llegué a pensar que me pudiera ocurrir a mí”, relata Halilovic.

Sead Svrana, de 43 años, medita bien sus respuestas. Expone sus recuerdos, frescos e intensos 25 años después, con numerosos detalles. Tenía 16 cuando se encendió la mecha del odio étnico y religioso en los Balcanes. Cuando la guerra salpicó Sarajevo, se alistó en el Ejército de la República de Bosnia y Herzegovina como zapador. “Mataron a mi amiga Renata delante de mí y mis únicos amigos eran soldados. Supongo que convertirme en soldado fue algo espontáneo”, explica. Ahora, trabaja desminando el país que aún alberga miles de explosivos debajo de tierra.

En los tres años de guerra, Svrana no se separó de su guitarra. “La llevaba en el frente, fuera de la ciudad, en las fiestas y en un parque, rodeado de muros y a salvo de los bombardeos, donde solíamos tocar por las noches”. Para este excombatiente, el museo es un refugio donde desahogarse. “Significa mucho para mí. Cada vez que vengo, siento que estoy un paso más cerca de hacer la paz conmigo mismo. Dar la guitarra fue una decisión puramente emocional”, observa. Para Jasminko, la clave del éxito del museo es la confianza generada con los participantes. “Me gusta saber que, de alguna manera, sienten el museo como si fuera su casa, un lugar donde contar la historia adecuadamente, con dignidad y respeto”, apunta.

Lejos de la reconciliación

Para Svrana y Halilovic, la reconciliación entre bosniacos, croatas y serbios está lejos. “Vivimos la guerra fría y ahora vivimos una paz fría, sin confianza y bajo tensión”, resume el primero. “Los políticos aún no se han sentado para ponerse de acuerdo sobre qué le contaremos a la siguiente generación”, denuncia el segundo. Para él, la escuela es la solución y el obstáculo que impide el entendimiento. “En algunas no se enseña nada sobre la guerra y, en otras, ésta ocupa una página del libro de historia”, explica. Además, dice, algunas lecciones contradicen las resoluciones internacionales. “Están formando una generación más dividida que la que creció durante la guerra”, lamenta el director del museo.

Svrana destaca la visión “crítica” de la historia del museo. “Reescribe los modelos de historia en las escuelas y comunica con el pasado”, esgrime. El museo recibe unos 5.000 niños al año, pero para Halilovic no es suficiente. “Puede parecer una buena cifra pero quizá tenemos 700.000 niños en el país. Las escuelas deben promover el entendimiento basado en hechos y eso no está pasando”, dice.

Halilovic reprocha a los políticos que no reconozcan las atrocidades del pasado y de gobernar atizando el miedo entre las etnias. “Los políticos que deberían liderar este proceso han renunciado a ello para conservar el poder. Han hecho creer a sus votantes que tienen que votarles porque, en caso de que pase algo, ellos les protegerán”, concluye.