La corrupción en Perú
García dejó a sus hijos antes de suicidarse una carta en la que proclama su inocencia
El expresidente peruano asegura en la misiva haberse quitado la vida como una forma de desprecio a sus enemigos políticos
Abel Gilbert
Corresponsal en Buenos Aires
Especialista en América Latina y doctor en comunicación. Ha cubierto los principales acontecimientos políticos regionales durante las últimas dos décadas para El Periódico. Es autor de ocho libros, tres de ellos en colaboración, y se apresta a publicar otros dos.
Abel Gilbert
El expresidente peruano, Alan García, escribió a sus hijos una carta antes de tomar la decisión de suicidarse y su contenido gana las primeras planas de la prensa peruana pocas horas después de su velatorio. El pasado miércoles García se pegó un tiro para eludir el arresto preliminar que la justicia había dictado en el marco del caso Odebrecht, la trama de corrupción que involucra a todos los exjefes de Estado peruanos electos desde la huida de Alberto Fujimori el año 2000.
García le asegura a sus hijos que “no hubo ni habrá cuentas, ni sobornos, ni riqueza. La historia tiene más valor que cualquier riqueza material. Nunca podrá haber precio suficiente para quebrar mi orgullo de aprista y de peruano. Por eso repetí: otros se venden, yo no”.
A su criterio, la historia de las difamaciones viene de lejos. “Cumplí la misión de conducir el aprismo al poder en dos ocasiones e impulsamos otra vez su fuerza social. Creo que esa fue la misión de mi existencia, teniendo raíces en la sangre de ese movimiento”, escribió García. A lo largo de su carrera política, que en 1985 lo lleva a la presidencia a los 35 años, “nuestros adversarios optaron por la estrategia de criminalizarme”. Según el ex dos veces mandatario, “jamás encontraron nada”.
Presión judicial
Sin embargo, “en estos tiempos de rumores y odios repetidos que las mayorías creen verdad, he visto cómo se utilizan los procedimientos para humillar, vejar y no para encontrar verdades”. Bajo esta presión judicial y mediática, García anticipó en esa misiva su determinación: “no tengo por qué aceptar vejámenes. He visto a otros desfilar esposados guardando su miserable existencia, pero Alan García no tiene por qué sufrir esas injusticias y circos”.
La carta finaliza con el deseo de dejarle a sus hijos “la dignidad de mis decisiones”. A sus compañeros del aprismo les ofrece como legado una señal de orgullo. “Y mi cadáver como una muestra de mi desprecio hacia mis adversarios porque ya cumplí la misión que me impuse”.
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