FUNERAL DE ESTADO
George Bush, "el último gran estadista soldado"
Washington despide al expresidente de Estados Unidos con una emotiva ceremonia en la catedral
Ricardo Mir de Francia
Periodista
Especialista en política internacional y reportero. Fue corresponsal en Washington durante una década, donde cubrió las presidencias de Obama, Trump y los inicios de Biden. Antes estuvo otros seis años en Oriente Medio. Licenciado en Periodismo por la Pompeu Fabra y con estudios de posgrado en Derecho Internacional, se ocupa actualmente de la guerra en Ucrania. Interesado también en temas de investigación, geopolítica de la energía, cambio climático y economía.
Ricardo Mir de Francia
La capital de Estados Unidos ha aparcado este miércoles durante unas horas sus diferencias políticas y su extrema polarización para despedir a George Herbert Walker Bush, quien fuera su 41 presidente, fallecido el pasado viernes a los 94 años. Bush fue el último de los máximos dirigentes del país en combatir en la segunda guerra mundial y su adiós marca el final de una época, no solo por las circunstancias históricas que le tocó vivir, sino también por el civismo y la decencia que desplegó a lo largo de su extensa carrera, principios muy alejados de la toxicidad que impera hoy en Washington. “Bush fue el último de los grandes estadistas soldado”, dijo el historiador presidencial, Joe Meacham, durante el funeral de estado celebrado en la Catedral Nacional de Washington, la misma que despidió a Eisenhower, Reagan y Ford.
El fugaz destello de unidad quedó simbolizado por la presencia en la catedral del presidente Donald Trump y sus cuatro predecesores vivos en el cargo (Obama, Bush hijo, Clinton y Carter). Trump fue el último en llegar. Estrechó las manos de los Obama y ni siquiera miró a los Clinton, con los que mantiene una relación nefasta. No muy distinta a la que tiene con los Bush, después de haber definido a Bush 45 como el “peor” presidente de la historia o haber insultado repetidamente a su hermano Jeb durante las primarias republicanas de 2016, pero el fallecido patriarca de la dinastía quiso invitarle al funeral. Trump le correspondió manteniendo las formas en todo momento. “Esto no es un funeral, es un día de celebración para un gran hombre que vivió una vida larga y distinguida”, tuiteó el presidente antes de llegar a la iglesia.
Por una vez, el neoyorkino no ha sido el centro de atención. Ni siquiera hubo en los panegíricos una sola alusión de condena a su forma de liderar el país, como sí sucedió en la reciente ceremonia para despedir al senador John McCain. Todo giró en torno a la figura de Bush padre, aquel aristócrata nacido en Nueva Inglaterra que antes de llegar a la Casa Blanca combatió en el Pacífico, fue embajador ante la ONU, enviado en China, director de la CIA o vicepresidente con Reagan. Solo estuvo un mandato en el Despacho Oval (1989-1993), pero su pragmatismo fue fundamental para construir sin grandes traumas el mundo salido de la guerra fría y propiciar la reunificación alemana. “La reunificación no hubiera tenido éxito sin el brillante liderazgo de Bush”, dijo su amigo y exprimer ministro de Canada, Brian Mulroney. En los bancos de la catedral le escuchaba la cancillera Ángela Merkel, uno de los invitados extranjeros junto al príncipe Carlos o los líderes de Jordania y Polonia.
Desde el altar, junto a un ataúd cubierto por la bandera estadounidense, los panegíricos elogiaron el sentido del humor de Bush, la lealtad hacia sus amigos, su valor en el combate, el amor a su familia o el decoro con el que se desempeñó en la vida pública. Su hijo, el también expresidente George W., recordó que lo llamó minutos antes de que falleciera para decirle que lo quería y que había sido un “padre maravilloso”. El patriarca le respondió con las que fueron sus últimas palabras: “Yo también te quiero”. Antes de cerrar su parlamento, Bush no pudo reprimir las lágrimas, uno de los momentos más emotivos de un funeral donde hubo tantas risas como lágrimas. “Él me enseño lo que significa ser un presidente que sirve con integridad, que lidera con coraje y que actúa con amor en el corazón hacia los ciudadanos de nuestro país”, dijo el tejano.
La ceremonia cerró varios días de homenaje a un presidente que dilapidó la enorme popularidad que generó su rápida respuesta para revertir la invasión iraquí de Kuwait en 1991 por su desinterés hacia la política interna, la breve recesión que se cruzó en su camino y una promesa incumplida de campaña que nunca le perdonaron sus correligionarios republicanos. “Lean mis labios: no más impuestos”. Los actos empezaron en su patria adoptiva de Texas y continuaron en Washington, donde se dio fiesta a los funcionarios en señal de respeto hacia el expresidente.
Ropa informal
Desde el lunes hasta el miércoles la capilla ardiente de Bush estuvo bajo la cúpula del Capitolio, sobre el mismo pedestal que sirvió para rendir tributo a casi todos los presidentes desde Lincoln. Miles de personas hicieron cola día y noche para despedirle. “Es uno de los políticos verdaderamente decentes que hemos tenido”, decía el lunes Loretta Agney, una auditora afroamericana de 50 años. “A pesar de que prometió no subir los impuestos, acabó haciéndolo porque era lo mejor para el país”.
Tony Gibson trabajó en su Administración. Llegó a la capilla ardiente trajeado para lo que consideraba una ocasión solemne, a diferencia de otros, que lo hicieron con ropa informal o incluso con mallas de correr. “Lo más importante que hizo fue cerrar la guerra fría sin violencia. Le hecho mucho de menos”, dijo Gibson a este diario. Palabras semejantes a las que pronunció Michael Matthews. “Siempre se comportó con civismo y afrontó el cargo con humildad. Era un hombre con los pies en la tierra”.
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