CRISIS EN VENEZUELA
El odio que no cesa
Partidarios y detractores del chavismo extreman sus posiciones frente a las próximas elecciones
Abel Gilbert
Corresponsal en Buenos Aires
Especialista en América Latina y doctor en comunicación. Ha cubierto los principales acontecimientos políticos regionales durante las últimas dos décadas para El Periódico. Es autor de ocho libros, tres de ellos en colaboración, y se apresta a publicar otros dos.
Abel Gilbert
Frente a la estación de metro Miranda, Annelise, una exproductora de la multinacional Palmolive, con “algunos ahorritos en dólares para sobrevivir”, termina de escribir un cartel contra la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) y lo coloca en la barricada. “Aquí estamos, las mujeres y los jóvenes, aquellos que vienen con el rostro cubierto y también sin capucha. ¿Los hombres? Pregúntales por qué no están en el trancazo (piquete). Casi ni los veo”.
Annelise saluda a sus vecinas y nuevas amigas de la huelga cívica. El oeste caraqueño se ha sublevado. Annelise recibe un mensaje de Whatsapp y se lo cuenta a los demás: la GNB está cerca y viene a limpiar las calles. “Cuando se vayan las volvemos a cortar”. Ella repite ideas que hicieron carne en un sector de la sociedad. Nadie la convencerá de lo contrario. “¿Cómo te quitas de encima a los iranís, a los rusos, a los cubanos y chinos si no es protestando?”. Annelise se ríe de los grandes proyectos del oficiales que quedaron en la nada. Sí alguna vez Hugo Chávez soñó en grande, ahora todo es muy pequeño. “El Gobierno nos puso a vivir día a día”. No se llegó a esto de casualidad. “Estamos todos enfermos de Chávez. Unos porque padecemos este 'copy and paste' de la dictadura castrista, los otros, ellos, esos que ves allá, cansados de no hacer nada, porque piensan que se lo merecen todo”.
Richard es uno de “esos”. Descendió en la estación Miranda, de la línea 1, y se fue hasta la barriada popular de Petare. No había sido un buen día para la “venta detallada” de cigarrillos. “Venta detallada” quiere decir por unidad. Ofrece cada cigarrillo a “400 bolos”. Un modo de referirse al bolívar, la moneda nacional pulverizada por la inflación. Un paquete completo cuesta 8.000 bolívares (menos de un dólar en el mercado negro), que es lo que se necesita para llevarse a casa un kilogramo de arroz. “Se fuma poco, ¿sabe?”. Richard dice que en Petare la gente ya no es “tan chavista como antes”, y si no cuenta nada más en la formación del metro es porque cree que puede haber “algún sapo” que lo denuncie. Por eso se despide. En la estación Capitolio, yendo en la dirección contraria, hacia Propatria, Edgar habla en voz alta, como Annelise, pero a favor del Gobierno. “Lloro todas las noches por lo que sucede. Esta bronca fascista”, dice, mientras sujeta firme una bolsa con comida. “Arroz”. Hace tiempo que no trabaja. Pero espera que un “pana (amigo)” le consiga un puesto en el Estado. “El domingo nos jugamos el destino”, asegura.
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