Hangzhou, así ha quedado la ciudad tras ser vaciada de habitantes para la cumbre
Las autoridades chinas invitan a los vecinos de esa histórica urbe a marcharse durante los días del encuentro ofreciéndoles vacaciones pagadas en otras localidades
Adrián Foncillas
Periodista
ADRIÁN FONCILLAS / HANGZHOU (Enviado especial)
Una decena de adormilados voluntarios salta de sus sillas para saludar en coro al periodista extranjero en la estación de tren de Hangzhou. Da igual unos Juegos Olímpicos, una Expo o una cumbre G20, en China da la sensación que hay más voluntarios que visitantes. Son casi un millón y su presencia se acentúa por la escasez de otras formas de vida en una ciudad de seis millones. La liturgia previa a cualquier evento internacional incluye esconder a prostitutas y pordioseros, pero China ha ido más allá al preparar el mejor decorado y vaciarlo de actores.
Los esfuerzos no han sido tibios: una semana de vacaciones, dinero para gastarlo fuera y atracciones gratis en las ciudades vecinas en una operación éxodo de 10.000 millones de yuanes. También ha limitado el transporte privado y desaconsejado el turismo. El efecto ha sido devastador en esta ciudad sureña donde la calle transpiraba vida y hoy sólo muestra cemento y orgías florales en cualquier esquina. Las calles y calzadas están desiertas, cuesta encontrar un restaurante abierto y atenaza el horror vacui. Los que se han quedado han recibido deberes como luchar contra las cucarachas, mosquitos, ratones y cualquier animal que dé mala imagen. “Contribuye a la cumbre limpiando las cuatro pestes”, pide un cartel.
Este alarde organizativo vuelve a juntar el sentido desaforado de hospitalidad china con la inseguridad del nuevo rico que pide silla en la mesa. El margen al error es exiguo en China y tampoco el cielo se deja al azar. Las fábricas de toda la provincia han cerrado y helicópteros fiscalizan sus chimeneas. El coste de la operación es un secreto de Estado y los que han especulado con él han sido silenciados. Un sinfin de edificios rehabilitados, 10 millones de metros cuadrados demolidos, 64 calles renovadas y un sinfín de infraestructuras que le han lavado la cara a una de las ciudades chinas que menos lo necesitaban. La capital imperial durante la dinastía Song (1127-1279) destaca entre esa uniforme fealdad de las ciudades agigantadas con la apertura económica. “El paraíso está en el cielo, y en la tierra están Hangzhou y Suzhou”, dicen los chinos, quienes suelen elegirla para sus Lunas de Miel.
ENCLAVE IDÍLICO
El G20 no ha provocado las grandes y dolorosas expulsiones de vecinos anteriores. La cumbre ha sido especialmente beneficiosa en Mantoushan, un idílico enclave entre la montaña Fenghuang y el río Qiantang de clases trabajadoras. “Las casas eran viejas y peligrosas. El Gobierno lo ha reformado todo, no hemos pagado ni un yuan. Antes los cables de electricidad colgaban y ahora están enterrados. Y con el alcantarillado ya no sufrimos las inundaciones de antes”, señala Feng Guan Lin, un jubilado de 75 años que pasa la tarde al fresco. Han asfaltado el paseo, renovado fachadas e interiores, plantado árboles, esparcido macetas sin mesura y pintado el muro que delimita una fábrica con escenas históricas. Algunos vecinos disfrutan de un baño propio por primera vez. Es la foto opuesta a los ambientes degradados urbanos donde se aprietan las clases bajas chinas.
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