Los refugiados fantasma de Malta

Operación de rescate de la Cruz Roja en aguas de Malta.

Operación de rescate de la Cruz Roja en aguas de Malta. / periodico

JAVIER TRIANA / VALLETTA (ENVIADO ESPECIAL)

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En cuestiones migratorias, Malta es uno de esos países que parece haberlo visto todo: es tierra de emigrantes (tras la segunda guerra mundial), es tierra de inmigrantes y lugar de paso para refugiados (afectados por las guerras de los Balcanes en los 90, por ejemplo) y, desde la eliminación de limitaciones a la Convención de Ginebra en el año 2001, también país de acogida de refugiados. Ahora se une una nueva categoría: los refugiados fantasma.

El padre Alfred Vella dirige desde hace décadas la Comisión de Emigrantes de Malta y, aunque en su origen se centró en dar asistencia a los malteses que buscaban una vida mejor, ahora lucha para acoger a aquellos que tienen sus esperanzas puestas en el pequeño país, una de las fronteras sur de la UE. “Desde hace dos o tres años, han caído las llegadas en patera a Malta, pero el número de solicitudes de asilo se mantiene más o menos constante”, indica a EL PERIÓDICO. Un vistazo a las estadísticas oficiales provistas por el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR) confirma la afirmación. En 2014, llegaron a Malta 568 personas en barcazas procedentes de Libia, mientras que hubo 1.280 solicitudes de asilo. En 2015, 104 llegadas por mar frente a 1.692 solicitudes. En 2016, solo 5 personas, miembros de una misma familia, están registrados oficialmente como recibidos y las solicitudes de asilo van ya por 786. Algo no cuadra.

“Nos han contado que ahora hay algunos que entran (a Malta) en barcos de pescadores”, explica Fabrizio Ellul, encargado de relaciones con la prensa en la oficina de ACNUR en el país-archipiélago. “Pero la mayoría entran con visado, en avión o por barco”, añade. La Organización Internacional para la Migración señala en la misma dirección.

Además, las tendencias han cambiado desde la puesta en marcha de la llamada 'Operación Mare Nostrum', un despliegue de buques de la Unión Europea que, entre otras cosas, intercepta las pateras y conduce a puerto a sus ocupantes, que en el entorno maltés se traduce en que se llevan a suelo italiano sin pasar por su territorio.

No solo ha caído la llegada de botes sobrecargados desde la costa libia, sino que las nacionalidades han variado: el 53% de los solicitantes de asilo en Malta en 2015 eran libios, por un 24% de sirios. Solo un 17% del total obtuvo el estatus de refugiado el año pasado. Además, una investigación del diario local 'Times of Malta' reveló una trama de corrupción por la cual se concedían visados médicos a ciudadanos libios a precios desorbitados, lo que les permitía llegar al pequeño archipiélago europeo.

Este cambio de nacionalidades supone un salto inmenso, teniendo en cuenta que entre las alrededor de 16.000 llegadas que se registraron en Malta entre 2005 y 2015, más de la mitad eran somalís, seguido de ciudadanos de la dictadura más atroz de África: Eritrea.

AUGE DEL DISCURSO XENÓFOBO

Muchos de los llegados entonces viven en Malta y la piel negra es habitual en el paisaje. La sociedad maltesa –indican varias fuentes consultadas– se mostró en principio muy abierta a la llegada de inmigrantes, pero poco a poco el discurso xenófobo ha ido abriéndose camino, una evolución común a muchos países afectados por el fenómeno. Una encuesta publicada por el 'Times of Malta' el mes pasado muestra que más de la mitad de los entrevistados sitúa la inmigración como la mayor de sus preocupaciones.

“¿Qué vamos a hacer con esta gente, si aquí el desempleo es del 20%?”, exagera un tendero de la localidad maltesa de Bugibba. Muchos de los subsaharianos han sido empleados de manera ilegal y mal pagada en sectores como la construcción, el turismo o la limpieza, en trabajos de mínima cualificación. “Por eso, para nosotros –destaca Ellul, de ACNUR–, fue una pequeña victoria cuando el Banco de Malta y el Gobierno emitieron un comunicado diciendo que, si no fuera por los extranjeros, no habría crecimiento”.