GUERRA CIVIL EN ORIENTE PRÓXIMO
¿Qué quiere Rusia en Siria?
Marc Marginedas
Periodista
Premio 'Cirilo Rodríguez' al mejor corresponsal en el extranjero (2013), Premi Nacional de Comunicació (2013) y Premio Luka Brajnovic de Periodismo (2019). Autor de 'Periodismo en el campo de batalla: 15 años tras el rastro de la yihad'. Protagonista del documental 'Regreso a Raqqa' (2022)
MARC MARGINEDAS / MOSCÚ
Al recibir en MoscúMoscú, el pasado 20 de octubre, al presidente sirio, Bashar el Asad, el líder ruso, Vladímir Putin, se erigía en el principal patrocinador del régimen sirio, por delante incluso de Irán, el segundo gran aliado de Damasco. Pero lo que sucedió en aquella tarde-noche en el palacio del Kremlin no se redujo únicamente a ratificar la vieja alianza entre ambos estados, fraguada durante los años 70, nada más llegar al poder Hafiz el Asad, el padre de Bashar. Con ese gesto, tal y como escribía en ‘The Moscow Times’ el comentarista Josh Cohen, Putin se convertía en el “valedor de la seguridad personal” del jefe del Estado sirio, un hombre que a estas alturas, después de cuatro años y medio de guerra atroz, que ha causado al menos 250.000 fallecidos y ha obligado a la mitad de la ciudadanía a abandonar sus hogares, lucha ya por algo mucho más trascendente que su mera supervivencia política al frente del Estado sirio.
Apuntalando al presidente sirio y negándose en redondo a negociar una transición política en la que Asad no esté presente, Rusia está defendiendo a la vez intereses que cree vitales -tanto estratégicos como económicos- para el mantenimiento de su estatus de superpotencia. Por un lado, el país árabe constituye el eslabón que necesita Moscú para continuar la expansión de las actividades de la flota rusa en el mar Mediterráneo, una aspiración recogida en las modificaciones de la doctrina naval rusa introducidas este verano.
Por otro, compañías rusas del sector del gas han firmado con el régimen de Damasco contratos para explorar el área bajo soberanía siria en los fondos del mar Levantinomar Levantino, una zona del Mediterráneo donde se presumen que existen importantes yacimientos de hidrocarburos y cuya soberanía se reparten los países ribereños: Egipto, Gaza, Israel, el Líbano, Chipre, Siria y Turquía.
ACTUALIZAR LA BASE DE TARTÚS
Para materializar el primer objetivo, Moscú ha iniciado los trabajos para modernizar y actualizar las instalaciones de la base de Tartús, la única que le quedaba en el Mediterráneo de la era de poderío naval soviético. Un total de 1.700 hombres trabajan desde finales de verano en la instalación, con la que Moscú ha establecido un puente naval para el aprovisionamiento de material bélico y pertrechos. Las instalaciones deben ser capaces de albergar los principales buques de la Armada rusa, que en el último quincenio ha sido objeto de un proceso de intensa modernización.
Respecto al segundo de los objetivos, medios de Israel, otro de los países concernidos en la pugna por las riquezas que albergan los fondos marinos del Mediterráneo oriental, apuntaban que, en recompensa a la campaña de bombardeos aéreos rusos en Siria, habían sido mejorados recientemente los términos del contrato firmado en el 2013 entre Damasco y la compañía SoyuzNefteGazpor valor de 84 millones de euros para la exploración de la zona del mar Levantino bajo soberanía siria.
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