la historia jamás contada de los capos

Mafia, ¿por qué sigue viva?

Así quedó la calzada tras la explosión de la bomba que mató al juez Falcone, en 1992.

Así quedó la calzada tras la explosión de la bomba que mató al juez Falcone, en 1992.

JUAN FERNÁNDEZ

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Su huella es tan real como los miles de muertos que han sembrado en sus 150 años de historia; su perfil es tan definido como la imagen que el cine y la literatura legaron de sus figuras más pintorescas. Sin embargo, pocas entidades se resisten tanto al análisis historiológico como los clanes mafiosos del sur de Italia. El historiador escocés John Dickie ha logrado componer el puzle en ‘Historia de la mafia’ (Debate), y su retrato tira por tierra una pila de mitos admitidos de esta siniestra institución.

Hay enormes distancias entre la Camorra napolitana, la Cosa Nostra siciliana y la ‘Ndrangheta calabresa, pero comparten una misma partida de nacimiento, confundida con la fundación del estado italiano, y una pareja capacidad de adaptación. Nunca fueron los «Robin Hood del pueblo» que algunos pintaron, ni deben su existencia al subdesarrollo de las zonas donde operan. Ni respetaron la ‘omertà’ que prometieron, ni anteponen la familia a los negocios. «La mafia es una masonería de delincuentes», afirma Dickie.

Un 'invento' que suma dos siglos

Fuente inagotable de mitoshistorias míticas, las andanzas de los capi mafiosi componen un relato tan rico en sangre como en incógnitas. La primera, su origen. La leyenda, promovida por la propia mafia, cuenta que tres caballeros españoles huyeron al sur de Italia a principios del siglo XIX tras vengar la violación de su hermana y fundaron los tres clanes conocidos. «Pura mitología. La mafia es un subproducto de la creación del Estado italiano», apunta Dickie. El vacío de poder que dejó tras de sí el final del reino borbónico de las Dos Sicilias fue aprovechado por una serie de sociedades secretas que se nutrieron del submundo del hampa para defenderse. Tras participar en las revoluciones del Risorgimento, posteriormente conservaron el poder en la sombra.

En 1820, una insurrección independentista en Palermo marcó el inicio de la Cosa Nostra, que 20 años más tarde, tras la toma de Nápoles a manos de Garibaldi, era una logia perfectamente estructurada, y autodenominada «Mafia». «A diferencia de las primeras sociedades camorristas napolitanas, que contaron con expresidiarios, la primigenia mafia siciliana la componían agricultores organizados en clanes, pero sus métodos eran iguales: el tráfico ilegal, el robo y la intimidación», destaca Dickie.

Los matones de la Camorra

De las tres bandas, la Camorra es la menos estructurada. «Más que una hermandad criminal, es un grupo de pandillas de matones sin organigrama y conciencia de clan», describe John Dickie. Surgida en los arrabales de Nápoles, tiene un marcado sentido proletario, con mucha penetración entre las clases populares. Nació de la alianza que tramaron en las cárceles los perseguidos por el régimen borbónico con un grupo de delincuentes para crear un poder en la sombra que se hizo fuerte tras la desaparición del Reino. Para algunos, la Camorra nunca ha sido una mafia, aunque en su historial haya míticos capos como Salvatore de Crescenzo, alias Tore, quien en 1855 pasó de estar en la cárcel por asesinato a dirigir la policía de Nápoles, sin por ello dejar de cometer delitos; o Raffaele Cutolo, el profesor, que reorganizó la Camorra desde prisión en los años 70 del siglo pasado y la llevó a conocer su periodo más sangriento.

Hoy la Camorra no es lo que fue hace apenas dos décadas, pero conserva capacidad criminal suficiente para amedrentar a figuras como el periodista Roberto Saviano, amenazado por denunciar sus oscuros negocios.

«Así hacemos las cosas en Sicilia»

Potenciada por el impacto popular de clásicos del cine de gángsters como El Padrino, la Cosa Nostra siciliana es la que más se identifica con la imagen del mafioso comunmente extendida: miembro de una sociedad secreta con fuertes lazos familiares que utiliza el delito como una manera de vivir, ganar dinero y afirmar su conciencia de clan. No en vano, cuando sus capos se sentaron ante la justicia, su respuesta fue: «No somos una organización criminal, esta es la manera siciliana de hacer las cosas, nos dedicamos a defender a nuestras familias».

«En realidad, lo de la familia es un cuento. Cosa Nostra es una masonería para criminales. Para ellos, el interés económico está por encima de los vínculos de sangre», destaca Dickie. A diferencia de la proletaria Camorra napolitana, la Cosa Nostra la formaron desde el principio adinerados terratenientes y agricultores de clase media, de modales austeros y estricto carácter moral, que empezaron practicando contrabando de cítricos y robando ganado y acabaron traficando con droga y vampirizando los servicios estatales, hasta que las guerras entre los distintos clanes desbordaron de sangre Sicilia entre los años 60 y 70 del siglo pasado y la Justicia les plantó cara a finales de los 80.

Misterios y ritos de la 'Ndrangheta

Su impronunciable nombre -significa virilidad en grecanico, una variante del griego que se habla en las montañas de Calabria- apenas generó titulares hasta 1950, pero los grupos calabreses llevaban desarrollando su siniestra actividad criminal en la punta de la bota de Italia desde el último tercio del siglo XIX. Se hicieron fuertes en el negocio de la prostitución, hasta que descubrieron que sacaban más provecho de las mujeres si las usaban como moneda de cambio para cruzar intereses con clanes familiares con parecida querencia por el delito.

Es la logia mafiosa más misteriosa, jerarquizada y ritual, la más teatral, y ahora la más poderosa. Ignorados por el Estado durante décadas, los «camorristas de pueblo» de la 'Ndrangheta supieron ocupar el hueco que dejó la mafia siciliana en los 90, socavada por la presión judicial y policial, y rápidamente olieron dónde estaba el negocio. Aliados con los cárteles colombianos, hoy controlan el tráfico de cocaína en Europa. En el 2011 fue detenido uno de sus últimos jefes: Ciccio Pesce, de 37 años, hijo y nieto de capos. Se escondía en un búnker hermético que se abría con un mando a distancia.

Un siglo y medio de mitos falsos

El cine ha ayudado a aquilatar una imagen de leyenda de la mafia que no se corresponde con la realidad. Primer chasco: «Los mafiosos promovieron su perfil de amigos del pueblo, pero sus vecinos nunca los vieron como unos Robin Hood de los pobres. Al contrario: los soportaron por miedo, no por simpatía, ni por coincidencia de intereses», dice John Dickie a cuento de una de las principales preocupaciones de las logias criminales en sus 150 años de historia: presentarse a sí mismas como las garantes del bienestar, la seguridad y los servicios de la ciudadanía allí donde el Estado no llegaba.

Tampoco es fundada la ecuación que emparenta a la fortaleza de la mafia con el subdesarrollo del sur de Italia. «Algunos pensaron que cuando esas regiones se modernizaran, los mafiosos desaparecerían. Pero en las últimas décadas, Sicilia, Calabria y Campania han avanzado mucho, pero las hermandades perviven convertidas en estructuras muy sofisticadas», dice el investigador.

Puertas adentro, la mafia presumió siempre del respeto a sus normas internas, algunas consideradas poco menos que sagradas, pero jamás mantuvieron en el tiempo el cumplimiento de sus propios juramentos. «La omertà, la famosa promesa de silencio, es un mito. Los mafiosos llevan colaborando con la policía desde el nacimiento de las hermandades, unas veces para atacar a sus enemigos, otras para ganar impunidad», señala Dickie.

Ciertos títulos, como El Padrino o la serie Los Soprano, pusieron el acento en el factor familiar de los clanes, pero la realidad desmiente ese presunto peso de la sangre. «Esta no es una historia de primos y hermanos que se ayudan para protegerse. Va de grupos criminales que se hacen apaños y trampas unos a otros para sacar beneficios. El negocio está por encima de la familia», analiza el historiador.

Clientelares y dinásticas

Sus métodos no se estudian en ninguna facultad, que se sepa, aunque podrían: pocas instituciones o compañías pueden presumir de seguir vivas tras cabalgar sobre tres siglos distintos. Cosa Nostra, Camorra y 'Ndrangheta, sí, y las razones de su supervivencia tienen mucho que ver con cómo están organizadas. «Sus estructuras masónicas y clientelares, profundamente endogámicas y asentadas sobre dinastías que se cruzan y alían entre ellas, les permiten transmitir el poder de generación en generación. Están diseñadas para mantenerse en el tiempo», dice John Dickie.

Lo de menos es la mercancía o el servicio que ofrecen, lo importante es la organización. Los primeros mafiosos sicilianos empezaron traficando ilegalmente con los cítricos que cultivaban. Más tarde, los camorristas se apoderaron de toda la obra que se contrataba en Campania, así como de servicios públicos como la gestión de las basuras, el transporte o la seguridad. Así de flexibles hasta hacerse imprescindibles. Que la hucha donde iban a parar las subvenciones estatales fuera la misma donde acababa el dinero de la droga resultaba un asunto menor. No se miraba.

Y es que la astucia con que la ha penetrado todos los estamentos de la sociedad italiana constituye la tercera causa de su supervivencia. De la política al mundo empresarial, y de la judicatura a la iglesia, en Italia no hay un estamento libre de haber estrechado la mano de un mafioso en algún momento de su historia reciente. «A cambio, ellos ofrecen su poder en sus territorios. Este plan les ha permitido convertirse en una especie de Estado dentro del Estado en la Italia meridional y sobrevivir a todas las traiciones internas y a los ataques que recibieron del exterior», razona el historiador.

1992, el año que cambió todo

La década de los 80 del siglo pasado fue la edad de oro de las mafias italianas. El comercio de la droga llenó los bolsillos de los capos como ninguna otra mercancía lo había hecho antes y la rivalidad entre los clanes elevó la tensión y la violencia hasta cotas nunca vistas. Cada día se producían dos asesinatos, cada mes había un nuevo secuestro. Las balas silbaban, las navajas degollaban, los coches-bomba estallaban. Entre mafiosos, contra policías, contra empresarios, contra simples ciudadanos. «El sur de Italia estuvo a punto de convertirse en un narcoestado. Ayudó mucho el desprestigio que alcanzó la política en esos años. Muchos entendieron que era lo mismo estar con la mafia que con el Estado de Derecho», recuerda John Dickie.

Los esfuerzos de los jueces Giovanni Falcone y Paolo Borsellino para sentar ante la Justicia a los responsables de aquel delirio les costaron la vida, pero los atentados que sufrieron, entre mayo y julio de 1992, marcaron un antes y un después en esa guerra. «Aquello golpeó a la sociedad italiana. Por primera vez, la gente entendió que luchar contra la mafia era una obligación democrática», explica el historiador.

La mafia hoy... y lo que queda

Utilizando las herramientas del Estado de Derecho, Falcone y Borsellino demostraron que era posible plantar cara a las organizaciones criminales del sur de Italia, y que además se les podía vencer. El impulso judicial de los magistrados asesinados, y por los que tomaron el testigo, debilitó notablemente a la Cosa Nostra, que pagó caro su desafío a la Justicia. Todos los capos de este clan, menos Matteo Messina, están hoy en prisión. «Más que lograr sentarlos ante un tribunal, el mayor mérito de aquellos jueces fue crear las estructuras necesarias para poder investigar y procesar a estos grupos, labor hasta entonces imposible», recuerda Dickie.

Con la Cosa Nostra en horas bajas y la Camorra convertida en un archipiélago de bandas de medio pelo, la ‘Ndrangheta calabresa, que en los años 90 tuvo un perfil más discreto, se ha apoderado hoy de la tarta del delito en Italia gracias a su monopolio del narcotráfico. El caso Mafia Capitale, desencadenado en Roma, cuyos responsables están siendo actualmente juzgados, demuestra que los tics mafiosos están profundamente infiltrados en la sociedad italiana. «De nada sirve detener a los capos si la corrupción sigue funcionando en el país. Soy optimista, al final se acabará con la mafia, pero falta mucho tiempo para verlo. No antes de 50 años», concluye John Dickie.