UN DÍA DESPUÉS DE LA MASACRE

El yihadista de Túnez estuvo una hora matando

MAYKA NAVARRO / TÚNEZ (enviada especial)

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No tuvo tiempo ni de darse un primer remojón en la playa. Ross Thompson acababa de llegar con su novia al Hotel Riu Imperial Marhaba de Susa para tomar el sol, divertirse y descansar. Era su primera vez en Túnez. Les dieron una habitación del segundo piso, con vistas al mar. Revolvieron el equipaje lo justo para encontrar los trajes de baño. Estaban locos por meterse en el agua. Andaban felices por el pasillo. Ni siquiera vieron al terrorista. Ros recibió un tiro limpio en el pie derecho y su chica el impacto en la cara de metralla de una granada.

El relato de los supervivientes permitó el sábado reconstruir los malditos 60 minutos que el estudiante de tecnología de 23 años Saifeddine Rigui dedicó a ametrallar a todo aquel que creyó que era turista. Durante una hora inacabable el yihadista no tuvo resistencia. Su locura en nombre del Estado Islámico empezó a las 11.30 horas tiñendo de sangre la orilla de la playa de la turística zona del Port El Kantaoui.

Hace cuatro años, el joven Mohamed Bouazizi se quemó al bonzo y encendió la revuelta que derribó la dictadura y permitió salir a Túnez del oscurantismo. Con la democracia se llenaron las playas de un país que, pese a los atentados de marzo en el Museo Nacional del Bardo en el que murieron asesinados 21 turistas, dos de ellos españoles, intentaba mantener la apariencia de ser un lugar seguro.

VESTIDO VERANIEGO

El viernes, el terrorista, armado con un fusil de asalto kalashnikov, empezó a disparar a todo aquel que iba con vestimenta de vacaciones. Fue su táctica para seleccionar a los 'infieles'. Más de una hora, según el angustioso relato de los supervivientes, estuvo el hombre paseando y disparando por el interior del establecimiento mientras la gente gritaba despavorida y corría sin saber de dónde venían los tiros ni cuántos eran los asaltantes.

El sábado por la noche el balance, no cerrado, era de 38 muertos. Solo 17 habían sido identificados: turistas alemanes, ingleses, belgas y una irlandesa. Cuando la policía llegó al hotel el terrorista caminaba tranquilo y cabizbajo deshaciendo el camino recorrido una hora antes. Había salido del hotel por donde entró, el jardín y la piscina, y caminó de nuevo por la playa en dirección a la carretera principal. El terrorista cargaba al hombro el kalashnikov, sin munición, y en la otra mano llevaba una granada. Al entrar en un callejón, a 800 metros de la playa en la que empezó a disparar, un policía le abatió de un tiro en la cabeza.

"LO MATARÍA CON MIS PROPIAS MANOS"

El sanitario Mohamed Mugmagui viajaba en la primera ambulancia que llegó al hotel. El hospital Les Oliviers es el más cercano y hasta allí fueron trasladados los primeros heridos graves. «Necesité varios minutos para entender qué era aquello. Los heridos gritaban de dolor. Los que se habían salvado, lloraban de miedo. Si hubiera podido, le hubiera matado con mis manos».

Mugmagui no pudo dormir el viernes. No se ha movido del hospital. Quiere despedir personalmente a los 14 heridos que han pasado por el hospital. Solo quedan dos. A todos, un responsable del Ministerio de Turismo que conduce un coche negro con el maletero cargado de flores, les despide con afecto y les hace entrega de un ramo en nombre del pueblo tunecino. Un inglés sin ganas de hablar agradeció el gesto pero prefirió irse sin las flores.

Quería volver rápido al hotel, recoger, y largarse a su casa. No era el único. En el hall del Riu Imperial Marhaba se apilaban las maletas mientras el personal despedía con las sonrisas más tristes del mundo a los autocares que en fila india desalojaban ese y el resto de hoteles.

Pero no todos se fueron. En el hotel del atentado, un matrimonio británico tomaba tranquilamente por la tarde un par de cervezas junto a una inmensa piscina vacía. Llegaron el viernes, tras el atentado. Prefieren esperar. No eran los únicos. Una decena de huéspedes había decidido seguir en el desangelado hotel.

SIN NUEVOS CONTROLES

En el resto de establecimientos, la mayoría de clientes buscaba alternativas para salir de Túnez. Mientras, las autoridades mantenían la estrategia de hacer ver que no había nada que temer. Ningún hotel incrementó la seguridad. No había controles del Ejército ni de la Policía. «Si mostramos miedo, los terroristas habrán ganado», decía Mohamed Bshur, hijo de la parlamentaria dueña del hotel, que hacía un llamamiento a las autoridades a incrementar las medidas de seguridad y empezar a tomarse en serio la amenaza del terrorismo en un país que es el principal importador de combatientes a los frentes de Siria y Libia. Se calcula que 3.000.

«Tenemos que demostrar que somos un país seguro. Si los turistas dejan de venir por miedo, el terrorismo nos matará a todos», advertía el guía Seifalah Nazroui. Muy cerca, Hassan, tatuador de la playa, arrancaba la primera sonrisa a una señora inglesa que en su huída tras escuchar los primeros disparos perdió la cartera. Se la entregó. «Señora, aquí somos buenos».