Sin salida al mar

El océano es la gran aspiración de Bolivia y La Paz es la única ciudad en la que los ricos viven en la parte bajo y los pobres en la alta

XAVIER MORET

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Una de las cosas que más me sorprende cuando viajo por Bolivia es la obsesión que tienen por lograr una salida al mar. De hecho, la tuvieron hasta 1879, pero desde que Chile ocupó el puerto de Antofagasta se quedaron sin ella. Sea como sea, Bolivia no se conforma. He escuchado en las escuelas a niños que cantan «aún a costa de la vida, recuperaremos el mar cautivo» y he visto carteles que proclaman que «recuperar el mar es un deber». El mar es la gran aspiración de este país de corazón andino que cuenta con picos de más de 6.000 metros, un altiplano inmenso, el lago navegable más alto del mundo (el Titicaca), una región selvática donde crece la coca y un departamento de clima tropical.

Un viaje en autobús es la mejor manera de comprobar que Bolivia es un país de orografía accidentada en el que las largas subidas y bajadas ponen a prueba la paciencia del viajero. Para amenizar el recorrido, van subiendo a bordo vendedores de empanadas y bebidas o charlatanes que prometen maravillas, como un librito para aprender inglés («en el que les juro por mi madre que están todos los adverbios») o unas pastillas que «harán que su marido deje de tirarse esos pedos que huelen peor que burro muerto».Mientras, se van sucediendo valles y ciudades, con grupitos de indígenas quechuas o aimaras apostados junto a la carretera, mascando coca y desafiando la altura y el frío para vender unas pocas papas, o niños que cuidan rebaños de llamas.

Desierto de sal

La primera vez que entré en Bolivia lo hice por un lugar poco habitual, en un 4x4 que me llevó, por un paso a más de 5.000 metros, desde Atacama al Salar de Uyuni, un maravilloso desierto de sal. En el centro del salar, que una fina capa de agua convierte a veces en un gran espejo, la isla de Incahuasi evoca el esplendor de los incas, pero en el pueblo de Uyuni un monumento al minero avisa de cuál es, junto con la coca, la gran riqueza de Bolivia: la minería.

Desde Uyuni, un autobús abarrotado que viaja de noche para burlar el calor, avanza entre tumbos y pinchazos para llegar por la mañana a Potosí, una ciudad en la que los mineros bajan con los turistas a la mina para mostrarles, cartuchos de dinamita en mano, cómo sacan la plata legendaria del Cerro Rico.

A partir de Potosí, la carretera sube y baja para llegar hasta la belleza colonial de Sucre y la eterna primavera de Cochabamba, salpicadas con mercados de gran colorido y con una alma indígena que se confirma al llegar a La Paz, la gran ciudad cuyo centro está a 3.600 metros.

La Paz debe de ser la única ciudad del mundo en la que los ricos viven en la parte baja y los pobres a más de 4.000 metros. Esta anomalía se justifica por la altura, ya que cuanto más arriba más cuesta respirar. Es, en cualquier caso, una ciudad de centro señorial que se desestructura a medida que avanza hacia El Alto, el barrio donde son más evidentes las grandes diferencias sociales del país.

Reservas de gas

Un corto viaje en avión permite llegar desde La Paz a Santa Cruz, región tropical con palmeras, clima suave y bellas iglesias de madera. Es aquí donde hay grandes reservas de gas natural y donde en los últimos años ha habido manifestaciones por una mayor autonomía.

Más cerca de La Paz, un autobús permite llegar a Tiwanaku, el centro ritual de una antigua civilización andina donde se hizo investir Evo Morales, el primer presidente indígena del país, para recibir la sabiduría de la Pachamama (la madre tierra).

El lago Titicaca, al final del trayecto, ofrece la calma de unas aguas en las que destacan las islas del Sol y de la Luna, que con sus caminos incas vuelven a reivindicar las culturas indígenas de Bolivia. Por allí, por cierto, navegan los barcos de la Fuerza Naval Boliviana, a la espera de la ansiada salida al mar.