Análisis
Gaza respira, pero gana la ocupación
Joan Cañete Bayle
Subdirector de EL PERIÓDICO.
Periodista y escritor. Transición digital y audiencias. Entre otros trabajos, ha sido corresponsal en Jerusalén y Washington DC. Autor de las novelas 'Expediente Bagdad' (junto a Eugenio García Gascón) y 'Parte de la Felicidad que Traes', y del ensayo sobre el conflicto palestino-israelí 'Muros, bosques, tumbas: Un periodista en Jerusalén'
JOAN CAÑETE BAYLE
Más de 2.100 muertos, 508 de ellos niños después, miles de palestinos se lanzaron a las calles de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este para cantar victoria por un alto el fuego que, si bien desde el punto de vista humanitario es una excelente noticia, no es más que una tregua: el bloqueo no se levanta (se alivia, y ya veremos cuánto) y la reconstrucción de la franja, si se lleva a cabo, la dejará en el punto donde estaba a principios de julio: asfixiada, paupérrima, dependiente en todo de Israel y solo aliviada por el Egipto de Abdelfatah al Sisi cuando a El Cairo le place. Cuesta ver qué ha ganado la población palestina, y sin embargo lo celebra, porque para ellos, resistir es sobrevivir y sobrevivir es vencer.
La población israelí, en cambio, se debatía ayer entre quienes se preguntan qué fue a hacer en realidad su Ejército a Gaza (los menos) y quienes quisieran permanecer allí hasta que el trabajo esté acabado (los más). El problema es discernir qué es acabar el trabajo. Como ya sucediera en el Líbano (2006) y antes en Gaza (2008-2009 y 2012) Israel ha ido a la franja este verano sin objetivos militares claros. El país que, según el mito, no podía perder ninguna guerra ahora las pierde todas porque se traza metas o descabelladas (destruir a Hizbulá y a Hamás) o condenadas al fracaso (evitar el lanzamiento de cohetes). Si Hamás no ha perdido, a su juicio (y al de la gran mayoría de los israelís) significa que ha ganado.
No cuesta trabajo ver qué ha ganado Hamás. Las negociaciones de El Cairo implican el levantamiento de facto del boicot político sobre los islamistas en vigor (oficialmente) desde que ganaran las elecciones del 2006. Si un objetivo de Binyamin Netanyahu era torpedear el Gobierno de unidad, ha fracasado: hacía muchos años que los palestinos no demostraban la unidad política que se ha visto estos 50 días de infierno. Con la tregua la ANP regresa a Gaza y los funcionarios de la franja (es decir, la gente de Hamás) cobrarán los sueldos que paga la comunidad internacional. A Hamás se le reconoce lo que es pero no se admitía: el actor principal en la arena palestina, reducida la OLP a la figura del correveidile. Y el mensaje que envía a los palestinos es que la resistencia armada funciona.
Netanyahu paga también el precio de su propia propaganda: si los cohetes eran una amenaza tan grande, si Hamás es equiparable al Estado Islámico, si la vida de los israelís estos 50 días ha sido un infierno (64 soldados, 5 civiles y 1 niño muerto), pocos en Israel entienden que se pastelee con el mal puro en El Cairo. Y, sin embargo, Netanyahu compensa a medio plazo lo que pierde a corto: en la mesa diplomática ya no está el Estado palestino (el plan Kerry, muerto antes de nacer), sino Gaza y el bloqueo, un fleco (muy doloroso, pero fleco) del conflicto. Se afianza aún más la división entre Gaza y Cisjordania y a cambio de concesiones en Gaza es previsible que aumente la colonización en Cisjordania. Israel gana tiempo, lo que implica que gana la ocupación. El precio es el aislamiento internacional y el auge del movimiento de boicot.
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