Referencias históricas y culturales

¿Alguien vio mi avión?

'TINTIN'. Viñeta de 'Vuelo 714 para Sídney', aventura profética.

'TINTIN'. Viñeta de 'Vuelo 714 para Sídney', aventura profética.

RAMÓN DE ESPAÑA

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No sé por qué nos sorprendemos tanto ante la desaparición del avión malasio, pues basta echar un breve vistazo a la historia de la aviación para comprobar que los ingenios voladores muestran desde el principio cierta tendencia a volatilizarse. Siguiendo, por cierto, la tradición ya establecida por la navegación marítima: no hace falta hablar del Holandés Errante, ¿verdad?

Basta con repasar la primera mitad del siglo XX para encontrar abundantes ejemplos de aeronaves perdidas: el explorador noruego Roald Amundsen desapareció con su vehículo volante en el Ártico en 1928; la pionera de la aviación Amelia Earhart se esfumó en el Pacífico en 1937; el escritor francés Antoine de St. Exupery, autor del clásico inmortal El Principito, salió a dar un vuelo de reconocimiento en 1944 y no se volvió a saber nada de él hasta 1990, cuando se hallaron los restos del fuselaje de su avión; ese mismo año, el gran Glenn Miller, que volaba hacia París procedente de Inglaterra, se volatilizó sin que a día de hoy sepamos si los que abatieron su aeronave eran los alemanes o los marcianos (intuyo que Iker Jiménez se inclina por la segunda opción)… Y no nos pongamos a hablar del Triángulo de las Bermudas porque no acabaríamos nunca: bástenos saber que la primera desaparición registrada es la de cinco bombarderos -más el avión que los buscaba- en 1945.

El avión perdido es un clásico de la realidad y de la ficción, como bien saben todos los que se pasaron varios años enganchados a la teleserie Lost. Lo es muy por encima de otros medios de transporte como el barco o el tren por la sencilla razón de que está suspendido en el aire y no descansa sobre el mar o las vías. Y porque en el fondo, diría yo, seguimos sin entender cómo puede avanzar por el espacio sin caerse un armatoste semejante.

La desaparición de un avión hace pensar en un truco de magia -David Copperfield hizo desaparecer uno durante una actuación en Barcelona que tuve la dicha de presenciar- y puede convertirse en un McGuffin excelente para una ficción. Hergé recurrió a él en dos ocasiones para las aventuras de Tintín: Tintín en el Tíbet -un avión se pierde en la nieve y a bordo viaja Tchang, el amigo del alma del periodista del tupé, que acaba encontrando en el Yeti a un peculiar competidor- y Vuelo 714 para Sidney -donde el pérfido Rastapopoulos recurre al viejo truco del avión volatilizado. Hay, sin duda, algo fascinante en la desaparición inexplicable de una máquina voladora.

Pasto para ufólogos

Los aficionados a explicar lo inexplicable cuentan desde 1947 con una respuesta paranormal. Ese año tuvo lugar en Nuevo México el famoso incidente de Roswell en el que, teóricamente, aparecieron en el desierto los restos de una nave espacial extraterrestre (nave que, por cierto, no deja de ser una variante alienígena del mito terrícola del avión perdido). Desde entonces, son legión los ufólogos (y majaretas en general) que achacan cualquier desaparición aérea a los habitantes de otros planetas.

Permítanme una modesta teoría sobre nuestra indignación actual ante la falta de noticias del avión malasio. Yo creo que lo que nos molesta no es la desaparición en sí, pues estamos acostumbrados a ellas desde los inicios de la navegación aérea, sino la aparente inutilidad de nuestra sofisticadísima tecnología a la hora de dar respuestas razonables a lo que ocurre. Ya nos pasó cuando el 11-S: el derrumbe de las Torres Gemelas de Nueva York nos indignó y entristeció, pero lo que realmente nos ofendió fue que cualquier majadero con un cúter pudiera provocar semejante catástrofe, pues estábamos preparados para un atentado relacionado con la tecnología -bomba, misil, cíberataque-, pero no para un fanático con un pincho en la mano dispuesto a inmolarse. Es decir, que la desazón que nos causa el avión malasio tiene menos que ver con la preocupación por el destino de sus pasajeros que con la frustrante sensación de que no hemos avanzado tanto como creíamos y seguimos instalados en el pasmo pese a la sacralización universal de la tecnología.

Más nos valdría asumir nuestra situación, que tampoco es tan extraña. A fin de cuentas, ¿no vivimos la época con más posibilidades comunicativas y menos cosas que decir? Y en cuanto a lo inexplicable, creo que tiene más mérito la desaparición en el 2006 de la escultura de Richard Serra Equal-Parallel-Guernica- Bengasi. Tuvo lugar en el Reina Sofía de Madrid y nadie ha vuelto a verla, aunque pesaba 36 toneladas y no se movía.