EL CONFLICTO EN SIRIA

«Ir al hospital es suicida»

MONTSE MARTÍNEZ
BARCELONA

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Mwafak y Abd se juegan mucho. Vaya por delante que dar el nombre y enseñar la cara en una circunstancia como la suya no es una decisión menor. No temen por su propia integridad sino por la de sus seres más queridos. Mientras ellos hablan, sus padres, hermanos y sobrinos sobreviven en distintas ciudades de Siria a la sanguinaria ofensiva del régimen de Bashar el Asad. Y las paredes oyen. También en Catalunya.

Son dos de los médicos sirios residentes en Catalunya -donde constituyen una comunidad muy importante- que, con los nervios a flor de piel a fuerza de ver un goteo de imágenes escalofriantes procedentes del país que les vio nacer, han iniciado una ambiciosa campaña de ayuda humanitaria, a nivel estatal primero y europeo, después, basada en la recolecta de medicamentos y material quirúrgico.

Vías clandestinas

El objetivo es hacer este material llegar a las zonas donde, literalmente, los sirios se desangran en medio de una ola represiva que pronto va cumplir un año. Las vías de entrada son clandestinas para evitar el férreo control del régimen. Uno de los primeros destinos de las ayudas pretende ser el barrio de Bab Amro en Homs donde, por primera vez, ayer pudo entrar el Comité Internacional de la Cruz Roja (CIRC) aunque, según sus testimonios, es ya un barrio casi fantasma. Casi todos los vecinos han huido.

«Ir a un hospital público en Siria en estos momentos es suicida», constata Mwafak Assad, nacido en Homs hace 48 años y jefe del servicio de Oftalmología del Hospital de Terrassa. El médico da cuenta cómo facultativos amigos suyos residentes en Siria han visto rematar delante suyo a heridos a los que estaban atendiendo.«Hay médicos que torturan a los pacientes y hay médicos que ya no van a trabajar porque no pueden soportarlo», añade. Las atrocidades son múltiples y pasan por el robo de órganos y las descargas eléctricas a los pacientes.

Por eso una de las principales demandas, que quieren hacer llegar especialmente a grandes laboratorios y hospitales, es el material imprescindible para abastecer lo que han bautizado como«hospitales clandestinos». No son más que casas particulares donde, por extrema necesidad, se atiende a los enfermos.

Mwatak Assad hace 30 años que vive en Catalunya. Salió de Siria porque ya, desde bien pequeño, no soportaba el agobio de vivir bajo el yugo del régimen, entonces controlado por el padre del actual mandatario. «Mi familia me pedía que, al menos, cursara COU para luego poder estudiar en Europa», rememora. Y así fue. Después vino la estancia en Barcelona, donde aprendió varios idiomas, y, con posterioridad, la carrera de Medicina en Murcia para, más adelante, echar raíces profesionales y personales en Catalunya.

Cuando empezó la revolución, este oftalmólogo viajó tres días a Siria porque quería comprobar en primera persona qué estaba sucediendo.«Estuve en la primera manifestación reprimida el 17 de abril del 2011 y luego en los funerales de los muertos del día anterior, donde también dispararon indiscriminadamente», recuerda para añadir:«Lloraba por los muertos pero, a la vez, estaba contento de estar allí, con ellos, saliendo cada día a la calle».«Daría la vida», dice, contundente aunque, ahora, también se la debe a su hijo de ocho años y a su esposa española.

El Hospital de Terrassa, donde trabaja, ya ha aportado material a la causa y solo tiene palabras de elogio para sus compañeros.«Me entienden, me dan apoyo y aguantan mi carácter»,dice Mwafak que se ha ganado el apodo de Doctor House.

Abd -es el diminutivo de su nombre- tiene 32 años y, tras cursar estudios en Cuba, lleva a cabo investigaciones biomédicas en el Instituto Oncológico de Catalunya.«Antes de salir a manifestarme aquí en Barcelona he pasado miedo, aún tengo miedo pero, si no hacía nada, cada vez me sentía más cómplice», dice este médico natural de Aleppo. Se puede percibir su cansancio. Explica que no duerme bien, tiene problemas de concentración e, intelectualmente, se nota más lento, más espeso.

Con respecto al papel de la comunidad internacional en el conflicto que desangra al país, pocas pero contundentes palabras:«Sentimos vergüenza y asco».