Décimo aniversario del golpe de Al Qaeda

La gran superviviente

El 11-S estaba destinado a cambiar Nueva York, pero no es más que otra cicatriz en la urbe

Un agente vigila la Piscina Sur en el recinto del World Trade Center, ayer. A la derecha, policías en el metro y cerca de la bolsa.

Un agente vigila la Piscina Sur en el recinto del World Trade Center, ayer. A la derecha, policías en el metro y cerca de la bolsa.

IDOIA NOAIN

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Aquella mañana en Nueva York pareció que nada, nunca, podría ser igual. Los días siguientes se sintió que todo, para siempre, quedaría marcado. Era, decían algunos, «el día que cambió todo». 26 horas después del derrumbe de la Torre Norte, se rescató al último superviviente vivo. Empezaba el camino hacia lo incierto.

¿Cómo superar la pérdida de 2.749 de sus ciudadanos en un acto tan único y terrible? ¿Cómo recuperarse de un golpe económico a una zona ya afectada por la entonces incipiente recesión, donde los 1.000 despidos previos a los atentados en Bank of America palidecían ante la destrucción de 83.000 empleos? ¿Cómo aguantar un impacto valorado en el 2002 en 50.000 millones de dólares? ¿Hasta cuándo durarían el golpe psicológico, las respuestas de unidad o las cargadas de odio?

LA FUERZA DE 400 AÑOS / No faltó quien diagnosticó que estaba herida de muerte, pero Nueva York fue subiendo por los peldaños del tiempo, empujada por lo que Mike Wallace, uno de sus historiadores imprescindibles, describe como «la colosal cantidad de inercia y fuerza de una ciudad con ocho millones de habitantes y 400 años de historia».

En el siglo XVIII, después de que las llamas engulleran un tercio de la urbe, hubo siete años de ocupación británica. Para principios del siglo XIX era ya objetivo de ataques planeados en un país, EEUU, que se rebelaba contra la dependencia de los banqueros del lado este, siempre visto como una isla. Para el XX, los rascacielos atraían ya todo tipo de complots «de la misma forma que atraen los rayos», según Wallace. El 11-S, desde esa perspectiva histórica, «no podía alterar más el rumbo de Nueva York que el impacto de un asteroide pudiera alterar el de la Tierra».

Cada paso en el tiempo iba dejando el horror ahí, en el rellano de una escalera que, ahora, una fecha marcada y los medios incitan a bajar. Hoy, a muchos les preocupa más la transformación palpable de una ciudad marcada por la creciente brecha entre ricos y pobres, con una clase media asfixiada. Pero para el aniversario se reabren las heridas de los directamente afectados que el tiempo, según los psicólogos, ha ayudado mayoritariamente a cicatrizar. Y el resto, testigos directos e indirectos, vuelve con la repetición de imágenes hasta entonces impensables a ver lo que sus memorias solas no podrían reconstruir con tal precisión.

«LA GENTE ESTÁ LISTA PARA VER» / «Las escenas de entonces aún entumecen, no se sienten reales -cuenta Lyle Owerko, cuya imagen de las torres en el impacto del vuelo 175 en la sur fue portada deTime-, pero hay cosas que la gente no quiso ver entonces y ahora está preparada para ver».

Owerko fue uno de los que retrató a quienes saltaron al vacío empujados por la desesperación. Medios como The New York Times imprimieron esa aterradora caída el 12 de septiembre, pero la oleada de quejas y una decisión editorial que compartieron todos los medios estadounidenses desterraron los muertos al espacio de lo que es quizá mejor solo pensar. Ahora, una de las instantáneas de Owerko aparece a toda página en la revistaNew York. Y algo demuestra la normalización. El fotógrafo no ha recibido esta vez «ni un solo mensaje negativo».

Todos los días, a él, como a otros tantos vecinos de Tribeca, le piden direcciones para lazona cero alguno de los diez millones de personas que la visitan cada año y hacen de esas obras inconclusas el más visitado memorial de los cerca de 3.000 que tiene Nueva York, monumentos de triunfos o desastres pasados a los que pocos hoy pueden poner imágenes, fechas o cifras. «No saben quién soy, no piensan en si pude tener una experiencia traumática. Eso nunca habría pasado hace 10 años·».

Como ha dicho el doctor Peter Bearman, sociólogo de la Universidad de Columbia que ha recopilado en un proyecto de archivo sonoro relatos que apuntan al 11-S más como hecho histórico que como cataclismo irreversible, «la vida continúa».Y Nueva York no se victimiza, como tampoco lo hacen sus habitantes.

Hace unos días, tras un pase deRebirth, un documental que retrata el tortuoso pero triunfal camino hacia adelante de cinco personas tocadas por el 11-S, a Ling Young se le acercaban los espectadores para darle las gracias por mostrar su proceso de sanación física y mental después de que, en la Torre Sur, el calor y no el fuego «cocinaran» entre el 30% y el 40% de su cuerpo. «No soy una víctima -decía orgullosa-, soy una superviviente». Como Nueva York.