El análisis
El morbo de Wikileaks
El portal ofrece tantas incógnitas como informaciones
Ramon J. Moles
DIRECTOR DEL CENTRE DE RECERCA ENGOVERNANÇA DEL RISC (UAB)
«Cuando crees que sabes algo, tienes que preguntarte si es eso lo que quieren que sepas», decía Howard Simons, editor del Washington Post. La filtración por Wikileaks de más de 250.000 documentos clasificados por EEUU obliga a plantearnos qué, quién, para qué y por qué sobre un portal de internet que, como su nombre indica, se dedica a las filtraciones y opera con información cuya publicación en ocasiones ha perjudicado no solo cuestiones de seguridad o intereses geoestratégicos, sino también la privacidad de particulares.
El qué, esto es, la existencia de lo secreto
-de la información reservada- no es opinable, simplemente es un hecho de vital importancia -más allá del secreto privado- para el manejo de la cosa pública y también de la seguridad ciudadana: incluso Wikileaks encripta sus fuentes para protegerlas. Curioso: los que publican lo secreto secretizan sus fuentes -aduciendo razones de seguridad- sin que nadie pueda controlar su actividad. Sin embargo, si nos referimos a secretos oficiales, los límites emergen con más claridad: existe un control parlamentario de esta actividad administrativa que se justifica, en un modelo democrático, en la defensa del interés público y de la seguridad de los ciudadanos. En fin, que así como lo público ofrece al menos algunas garantías para la defensa de los intereses ciudadanos en este ámbito, permítanme que me interrogue sobre lo que pueda hacer cualquiera de nosotros frente a aquel portal en caso de ser perjudicado.
El quién -Wikileaks- es secreto a pesar de usar los medios tradicionales (New York Times, Der Spiegel, Le Monde, The Guardian y El País) y de someterse a sus condiciones para difundir sus informaciones, aun habiendo hecho ostentación de todo lo contrario. En resumen: ¿quién está ahí?, ¿quién controla su actuación? No lo sabemos.
¿Para qué existe este portal? Para filtrar información secreta, sensible, cuyo conocimiento, por su naturaleza, puede causar problemas, no solo molestias. ¿Dónde está el límite de lo filtrable? ¿Quién mide los problemas con objeto de evaluar el potencial daño? No lo sabemos. ¿Podemos fiarnos de algo -Wikileaks- que no conocemos y no controlamos? Diría que no: al menos el mundo de lo público, de lo oficial, goza de diversos sistemas de control y mecanismos de reclamación.
¿Por qué esta información y por qué ahora? ¿A quién beneficia? Tampoco lo sabemos, aunque algo es seguro: a ustedes y a mí, a los ciudadanos de a pie, nos genera una gran intranquilidad saber que hay alguien ahí que quiere que creamos saber algo que, más allá del morbo -el bótox de Gaddafi o las fiestas de Berlusconi- ni mejora nuestras condiciones de vida, ni las de nuestros países, ni resuelve problemas de la geopolítica mundial. En fin: que Wikileaks nos diga quién, con nombres y apellidos, está especulando contra la economía española, la solidez del euro y el pan de nuestros hijos. A partir de ahí hablaremos en serio.
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