Relevo militar en Washington

El héroe de Irak

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MARC MARGINEDAS
BARCELONA

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No será ninguna promoción. Todo lo contrario. El general David Petraeus –dos veces herido, aunque en ninguna de las dos en acto de guerra– deberá descender un peldaño en la cadena de mando, renunciar a su flamante promoción como jefe del Mando Central y arremangarse para asumir, una vez más, la dirección de una guerra en la que pintan bastos para EEUU. Su reputación de hombre capaz de arrebatar la iniciativa a la insurgencia y allanar el camino para una retirada honorable del Ejército de EEUU, ganada durante 20 intensos meses en Irak, será puesta de nuevo a prueba, en esta ocasión en los pedregosos desiertos de Asia Central, en Afganistán, lejos de las fértiles planicies mesopotámicas.

Nacido hace 57 años en el Estado de Nueva York, a Petraeus, profundamente conservador y con un aspecto más de intelectual que de aguerrido combatiente, se le atribuyen ambiciones de competir por la presidencia de EEUU en el 2012. En caso de salir victorioso de este nuevo envite, dichas aspiraciones, nunca confirmadas oficialmente, experimentarían un nuevo y puede que hasta decisivo revulsivo.

La denominada doctrina Petraeus para cambiar el signo de la guerra iraquí se basó en una simple premisa: «Si no puedes con tu enemigo, cómpralo». Porque Petraeus, al asumir el mando de la Fuerza Multinacional para Irak en el 2007, cuando el país estaba sumido en el caos y la violencia sectaria, fue lo suficientemente perspicaz como para percibir el hartazgo de los sunís con el tipo de lucha armada que llevaba a cabo Al Qaeda, en la que sus yihadistas mostraban un absoluto desprecio por las vidas de iraquís inocentes que caían en sus acciones armadas.

El general se atrevió a forjar con las milicias sunís iraquís una audaz alianza en la hasta entonces intratable provincia de Al Anbar, pasando a pagar a sus integrantes un sueldo. El resultado fue un descenso acusado en los niveles de violencia y progresos políticos entre los escépticos sunís de Irak para que se unieran a la transición política que, siempre advirtió, eran «reversibles». Además, se ganó el respeto de sus hombres al visitar en persona a los heridos que generaron, en la primavera del 2007 sus primeras órdenes como comandante, cuando pidió a los soldados salir de sus enclaves y patrullar a pie las calles.

En septiembre del 2007, cuando ya los resultados de su estrategia se hacían sentir y sus éxitos habían despertado envidias en sus rivales –el general George Casey, su antecesor, y el general John Abizaid–, Petraeus proclamó en el Capitolio ante una audiencia de congresistas y senadores mayoritariamente escéptica que la guerra iraquí estaba siendo encarrilada. Entre su audiencia se hallaba un dinámico senador por Illinois, de nombre Barack Obama, que contribuyó al acoso verbal del alto oficial empleando los siete minutos de que disponía en desacreditar su tesis. «Hemos puesto el listón tan bajo, que una modesta mejora, en lo que se consideraba una situación completamente caótica, es calificado de éxito», proclamó Obama.

Han pasado ya tres años y aquel legislador descreído es ahora un presidente en apuros necesitado del buen hacer de Petraeus para revertir la marea en Afganistán.