NUEVOS FENÓMENOS MIGRATORIOS EN EL GIGANTE ASIÁTICO

Unos 20.000 africanos de 31 países viven en la ciudad china de Guangzhou

No se mezclan con la población local, con la que se acusan mutuamente de racismo

Barrio Chocolate 8 Inmigrantes africanas en Guangzhou.

Barrio Chocolate 8 Inmigrantes africanas en Guangzhou.

ADRIÁN FONCILLAS
GUANGZHOU

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Podría pasar por cualquier centro comercial chino de provincias: más avejentado que viejo, la turbia iluminación de los fluorescentes y tres plantas de apretados tenderetes con mercancías ínfimas y a menudo falsificadas. Hay que acudir al detalle: las extensiones de cabello natural sustituyen las cremas blanqueadoras de piel, los ropajes acumulan esos estampados estridentes que solo un africano puede llevar con decoro y de la agencia de viajes cuelgan relojes con la hora de Brazzaville y Bamako. Barry, guineano de 33 años, acaba de abrir su tienda al mediodía. «Es que por la mañana no hay mucha gente», se justifica rodeado de pantalones Gucci a cinco euros. Es uno de los pocos africanos que regenta un comercio, comprado el año pasado a un chino. Ha conservado el material, que no el horario.

Sobre el mercado Tian Xiu pivota la emigración africana de Guangzhou, capital de la provincia manufacturera del Cantón. Algunos lo llaman Africatown, en revancha por los miles de Chinatown del mundo, pero es más conocido como el Barrio Chocolate. Son unos 20.000 africanos de 31 países, más que en Pekín y Shanghái juntos. Los primeros llegaron desde Tailandia y Malasia en 1998, en plena crisis asiática de la que China salió indemne.

Desde el 2003 aumentan a un ritmo del 40%. Vienen a comprar productos chinos y exportarlos a África. El comercio bilateral se ha multiplicado por 10 en 10 años. Ezeribe, nigeriano, carga cuatro sacos de extensiones capilares en una furgoneta. «China es hoy la capital de los negocios. Fabrica barato y bueno, y así es fácil. En África no hay trabajo y la vida es durísima».

«Hay demasiados»

También en el sueño chino hay espinas. Chinos y negros no mezclan. Es evidente que, por lo general, no se gustan. «Compran y se van. No tengo ningún amigo negro ni lo pretendo. Hay demasiados», dice Kou Mengxian, dependienta. Los comentarios africanos no son mejores. Hay acusaciones mutuas de racismo, mala educación, poca higiene y la ristra de estupideces que explica el desconocimiento. Los africanos han levantado su gueto en Guangzhou y pocos saben un par de palabras en mandarín o cantonés.

La estricta política de inmigración china, que negros y blancos comparten, predispone al choque. Aunque no hay cifras oficiales, no menos de un 30% carece de papeles en regla. Muchos llegan con visados de turista y alargan su estancia, convirtiéndose en un triple ilegal: no puede entrar, salir ni trabajar. Un diario local los cuantificó el año pasado en 10.000. Otro llevó a portada el aumento de los delitos de los extranjeros en la ciudad, citando el tráfico de drogas, el fraude y, en especial, la falta de papeles.

Así que muchos viven en permanente estrés por las frecuentes redadas policiales en los alrededores del mercado Tian Xiu. A los detenidos les esperan una multa de 5.000 yuanes (487 euros) y un billete aéreo de regreso de 2.000 dólares (1.300 euros). Les espera la ruina. Hasta hace poco, Guangzhou expulsaba a una veintena por semana. En julio, un nigeriano resultó gravemente herido tras saltar desde el segundo piso del mercado antes de ser detenido. Rápidamente unos miles de africanos se concentraron frente a la comisaría y cortaron el tráfico durante seis horas. Esas escenas de caos continuado son raras en las ciudades chinas, y se impuso la calma.

El gato y el ratón

Los representantes de la comunidad nigeriana, la más numerosa en Guangzhou, hablan hoy de ordenar la casa propia, reconocen que los delitos ensucian su imagen, llaman a no utilizar pasaportes falsos ni vulnerar en masa las leyes del país adoptante. Guangzhou, por su parte, da ahora visados de salida a los que carecen de papeles y ha reducido las redadas.

Li Zhigang es profesor de la Universidad Sun Yat Sen y especializado en la inmigración africana: «En China, cada ciudad tiene su política, y Guangzhou ha aflojado el control. Aquel juego del gato y el ratón ha terminado. El problema de fondo en la inmigración africana es la estructura laboral china: necesita trabajadores cualificados, y no comerciantes sin cualificar».

Algunas agencias de viaje de Lagos cazan a los nigerianos más desesperados con promesas de una vida de ensueño en Guangzhou. Les hablan de un autobús esperándoles en el aeropuerto y una gran cantidad de dinero nada más llegar, pero nada hay cuando llegan. Es el amargo corolario del auge de China: ya comparte problemas de emigración que antes monopolizaban Europa y EEUU.