GENOCIDAS EN EL BANQUILLO

El horror jemer

El próximo martes tendrá lugar en Camboya el primer juicio internacional contra un exresponsable del régimen de los jemeres rojos por el genocidio perpetrado hace 30 años. Unos dos millones de camboyanos murieron bajo el régimen de Pol Pot que, en nombre de una ideología que mezclaba maoísmo y nacionalismo, sembró de terror y muerte el país asiático a lo largo de cuatro años.

Solo 7 de los 20.000 prisioneros llevados al campo de la muerte S-21 sobrevivieron al exterminio Camboya juzga a los primeros jemeres a los 30 años de la matanza

ADRIÁN FONCILLAS
PHNOM PENH / ENVIADO ESPECIAL

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La locura de los jemeres rojos se suele explicar con cifras: dos millones de camboyanos muertos sobre una población total de siete, una proporción superior a uno de cada tres. Es un caso único en la Historia de autogenocidio, logrado en apenas cuatro años (1975-1979).

También ayudan a comprenderla los gestos: convertir una escuela en el implacable campo de tortura S-21 certifica su desprecio a la enseñanza. La ejecución de esa demencial reforma agraria que acunó Pol Pot, líder de los jemeres rojos, en la Sorbona de París requería de un Ejército de miles de jóvenes analfabetos y moldeables. Pero comprender lo que fueron aquellos cuatro años exige visitar esa escuela, hoy Museo de los Crímenes Genocidas, mirar las fotografías que los jemeres tomaban de sus prisioneros antes de ejecutarlos, ponerle cara a esas cifras.

Años infames

El director de aquella escuela, Kan Kenglev, aliasDuch, será juzgado este martes por un tribunal en Phnom Penh, capital de Camboya. El antiguo profesor de Matemáticas es el primer jemer que se sentará en un banquillo. La justicia llega tarde y mal: 30 años infames después de la invasión vietnamita que los devolvió a la jungla y apenas cinco encausados. Pol Pot y Ta Mok, aliasel Carnicero, murieron en cama hace años.

La tortura es evidente en muchos de los fotografiados. Unos miran sorprendidos: campesinos en su mayoría, era la primera vez que veían una cámara de fotos. En algunos aún se ve miedo; en otros, solo la calma tras la derrota asumida. El dedo de un guardia se cuela en algunos retratos apretando el esternón para forzarle una sonrisa a la víctima. Una bella mujer llora con su hijo en el regazo: esposa de un dirigente jemer caído en desgracia, sabe lo que sigue a la foto.

Número en la piel

Los prisioneros sufrían un proceso de despersonalización. Carecían de nombre, solo eran números que les eran adjudicados a la entrada. A los que llegaban desnudos se les clavaba con un imperdible en la piel. También se les informaba del decálogo que regía en la prisión. El punto cinco les prohibía gritar cuando les aplicaran electrochoques. Pedir permiso era obligatorio incluso para mover una pierna entumecida.

En cada aula se hacinaba una cincuentena de prisioneros, sujetados con grilletes y con la prohibición de hablar. Si uno sentía necesidades fisiológicas debían pasarle en cadena una lata de aceite que después recorría el sentido inverso.

Sí que podían escuchar los gritos de los torturados en el patio, donde unas barras paralelas de gimnasia servían de potro de tortura. Cuando el prisionero perdía el sentido, era reanimado hundiéndole la cabeza en un cubo con aguas fecales. Lo resumía un letrero:Si mueres, no perdemos nada. Si vives, no ganamos nada.

"Lo peor era cuando se llevaban a uno para interrogarlo y regresaba horas después sin uñas. Ya sabías lo que te podía pasar a ti. Venían cinco veces al día. Estabas desquiciado todo el tiempo. Los peores eran los más jóvenes, algunos de 10 años. Les lavaban el cerebro, les entrenaban para la crueldad. Muchos disfrutaban".Lo cuenta Chom Mey, de 78 años, uno de los siete supervivientes de los 20.000 prisioneros que pisaron S-21.

La finalidad de los interrogatorios era descubrir traidores a la patria. En la práctica, las respuestas importaban poco. Los prisioneros solían estar en el S-21 entre tres y seis meses."Entré muy tranquilo al centro. Era inocente y pensaba que se aclararía rápidamente. Pero no me escuchaban",cuenta Chom. Resistió golpes en la espalda y la extracción de dos uñas, pero se rindió con los electrochoques. Como tantos otros, confesó ser un espía del KGB, la CIA y unas cuantas siglas más cuyo significado aún ignora hoy. Las tropas vietnamitas tomaron Phnom Penh cuando ya estaba preparado parael viaje.

Cientos de calaveras

El viajeera un trayecto en camioneta al cercano campo de Choeun Ek. Hoy también rinde homenaje a las víctimas de los jemeres rojos. El centro lo ocupa un mausoleo de 10 metros de altura. Tras sus cristales hay cientos de calaveras extraídas de las fosas comunes. Se abrieron 86 de las 129 que constan. Los grandes hoyos descubren su ubicación. Hay letreros informativos en cada una:500 cadáveres,fosa de mujeres,fosa de niños,fosa de decapitados.

Los presos eran alineados frente a ellas y muertos a golpes de bastón o cañas de bambú. Los más afortunados, con cuchillos o azadas. Se optaba por lo artesanal porque ahorraba balas. Un árbol robusto servía para destrozar las cabezas de los niños. De otro colgaban los altavoces que acallaban los gritos con música revolucionaria.

Un hombre pasa el rastrillo por la maleza de una de las fosas."Me ofrecí voluntario. Toda mi familia murió y cada día lo recuerdo, pero quería trabajar aquí",dice bajo un árbol a cuyo pie se apilan fémures.

Al memorial de Choen Ek acuden al año 10.000 extranjeros y apenas 1.200 camboyanos. Como consecuencia de las purgas jemeres, la población camboyana es muy joven y apenas sabe de aquello por sus padres. No se enseña en las escuelas. El analfabetismo ronda el 70% de la población. Treinta años después de la barbarie, Camboya sigue teniendo un problema con la educación.