la tribuna // Pep Marí

El encanto de la discreción

La gestión de la confidencialidad es básica en casos controvertidos como el de las lesiones de Ronaldinho

Ronaldinho, en un entrenamiento.

Ronaldinho, en un entrenamiento.

Pep Martí
PSICÓLOGO DEPORTIVO

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Antes de que Ronaldinho se lesionara, cuando no estaba entrenando y se especulaba con las razones de su inactividad, los servicios médicos del Barça declararon públicamente que el brasileño no presentaba patología alguna. Con esta declaración los doctores conseguían varios objetivos: quitar la razón a quienes apuntaban que Ronnie tenía la baja médica, dejar al crack solo ante el peligro y depurar responsabilidades. Habían difundido un diagnóstico. Si esto se hace con el debido consentimiento del jugador no atenta contra ningún principio deontológico.

Semanas más tarde, cuando el jugador efectivamente se lesionó, los médicos se vieron obligados a aparecer de nuevo en escena. Comunicaron el diagnóstico, aproximaron un pronóstico y contestaron a las preguntas de los medios. Al ser interrogados por la relación entre el estilo de vida y el riesgo de lesión, sugirieron a los periodistas que trasladaran esa pregunta al jugador. Puede que dispusieran de información relevante sobre ese asunto, pero no estaban autorizados a difundirla. De nuevo se plantea la cuestión: el uso que los profesionales hacemos de la información que nos aportan los deportistas.

La gestión de la información confidencial que los jugadores proporcionan a los profesionales con los que trabajan (médicos, fisioterapeutas, preparadores físicos, psicólogos, etcétera) es de vital importancia. De esta gestión dependerá buena parte de la confianza que los deportistas depositan en ellos. Dos son las pautas que pueden ayudar a los técnicos a tratar la información confidencial: la claridad y la coherencia. Antes de iniciar una nueva relación profesional se debería dejar bien claro al deportista que cualquier tema que afecte a su salud y/o su rendimiento será compartido con el entrenador.

Supongamos el caso de un profesional de la salud que sabe que un futbolista tiene problemas en su relación de pareja. No únicamente está al corriente de esta situación sino que, además, tiene indicios suficientes como para argumentar que los problemas sentimentales están empezando a interferir en el rendimiento del jugador. En este supuesto, el profesional debería compartir esta información confidencial con el entrenador. De esta forma el técnico podría entender la bajada de rendimiento del jugador y mostrarse más comprensivo con el futbolista.

En avisar previamente de esta cuestión consiste la claridad, y en hacerlo siguiendo las mismas directrices con todos consiste la coherencia. Deja de ser coherente aquel profesional que adapta las reglas del juego en función del jugador de que se trata. Psicológicamente hay que hacer un traje a medida de cada jugador, pero éticamente hay que tratarlos a todos por igual.

LA GESTIÓN de la confidencialidad de la información también afecta a los técnicos y a los directivos. De nada sirve que los médicos sean escrupulosos en el tratamiento de la información si los entrenadores o los dirigentes no siguen las mismas directrices. Si los entrenadores no gestionan correctamente la información confidencial, dan pie a la rumorología; si los directivos no respetan el secreto profesional, ponen en manos de la afición información confidencial. Si unos, respetando la intimidad de los jugadores, dicen no saber nada y otros, por afán de protagonismo, airean públicamente asuntos confidenciales confunden a la afición.