ESCÁNDALO EN COREA DEL SUR

Los ídolos sucios del K-Pop

Una estrella del pop surcoreano afronta la cárcel por un escándalo de sexo y sobornos policiales

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Adrián Foncillas / Pekín

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En el K-pop o pop surcoreano no se triunfa arrasando habitaciones de hotel ni profundizando en la politoxicomanía. La industria exige roles de conducta intachables, príncipes o princesas azules que contentarían a cualquier suegro. Si te trincan como pertinaz macarra no podrás alegar tus 140 millones de discos vendidos desde el 2006: dirígete a la salida sin dejar tu número.

Le ha ocurrido a Seungri, el benjamín de la celebérrima banda BigBang, quien afronta un horizonte legal preocupante. Empezó todo meses atrás con una investigación sobre consumo de drogas, asalto sexual, violencia y sobornos policiales en el club Burning Sun, del que Seungri es accionista y relaciones públicas. Ahí aparecieron unos mensajes de texto en los que urgía a su personal a regar de prostitutas los locales más elitistas de Gangnam, el barrio que popularizara el rapero Psy a lomos de su etéreo caballo, donde esperaban los empresarios extranjeros interesados en invertir en su start-up. Y tras el examen de su ordenador y móvil se supo que integraba un grupo de amigorros que intercambiaba vídeos sexuales grabados sin el conocimiento de las mujeres.

La perspectiva de los barrotes

Son asuntos feísimos e ilegales. La ley antiprostitución prevé penas de tres años de cárcel y por la distribución de vídeos sexuales robados pueden caerte hasta cinco. A Seungri nos lo podíamos imaginar inquieto semanas atrás por el inminente inicio del servicio militar que cumplen todos los jóvenes surcoreanos de entre 18 y 35 años. Esos 21 meses de uniforme que recomiendan la amenaza del norte parecen unas vacaciones ante la perspectiva de los barrotes. Pocos suegros abrirían su puerta hoy a Seungri, conocido como el Gran Gatsby por su afición al despilfarro.

El cantante, de 29 años, ha dejado esta semana la industria. “En un momento en que me tratan como si fuera un traidor a la patria, no puedo dejar que los que están a mi alrededor sufran por mi culpa”, explicó. Pareció una de esas dimisiones inflamadas de heroica que llegan cinco minutos antes del cese. Lo confirmó al día siguiente la compañía del grupo, YG Entertainment, anunciando la ruptura del contrato. El comunicado asumía su fracaso y subrayaba su arrepentimiento por no haber llevado la carrera de Seungru por unas vías más aceptables. “YG siente de verdad que necesita mejorar sus principios básicos y promete todos los esfuerzos para alcanzar ese objetivo”, finalizaba.

Corea del Sur se despierta cada día esperando un nuevo ingrediente en el menú delincuencial de Seungru. La magnitud del escándalo relativiza aquellos porritos de marihuana de G-Dragon (otro de los cinco miembros de Big Bang) o del rapero Top. Y las 82 pastillas de anfetas que le encontraron en el aeropuerto a Park Bom, angelical vocalista del grupo 2NE1, a su regreso de Estados Unidos. Y esos accidentes de Kangin, miembro de Super Junior, pertinaz bebedor antes de agarrar el volante.

Traición nacional

Esas alusiones a la traición nacional no son hiperbólicas. La música es uno de los principales activos que Corea del Sur exporta al mundo. La llamada Ola Coreana o Hallyu, que integra diferentes aspectos de la cultura popular, ya aportaba tres años atrás casi 12.000 millones de dólares a la economía nacional. Sólo la banda de chicos BTS es responsable de 3.500 millones de dólares cada año, según el Instituto de Investigación Hyundai.

No es extraño que la industria y el país cuiden a esos mozalbetes de peinados lisérgicos como tesoros nacionales y asuman como tragedias sus salidas de protocolo. La compañía YG que representa a Seungri se dejó un 16% de su capitalización bursátil el día posterior a la noticia y el resto de agencias de representación también acusaron pérdidas. Es la clase de contexto que recomienda soltar lastre.