Los muertos que Sánchez mata gozan de buena salud

Tanto en materia de adicciones como de advertencias –ahí está el cuento infantil de Pedro y el lobo–, ya se sabe que el abuso acaba produciendo la habituación, y la consiguiente pérdida de efecto. Los consumidores necesitan cada vez una dosis más alta para sentir algo, y eso es lo que les está pasando a los enemigos políticos de Sánchez. Han tirado tanto de hipérboles para atacar al presidente que ahora la crítica legítima de sus numerosos errores e improvisaciones ya no les conmueve, y tienen que presentarlo como un personaje cada vez más grotesco para servirse entre ellos el rancho diario que necesitan para ir tirando.

Se ha visto claro en las redes con la visita de Sánchez al Valle de Cuelgamuros para conocer los trabajos de exhumación de 160 víctimas del franquismo. Las imágenes son impactantes, con el presidente vestido de blanco forense y rodeado de cráneos y otros huesos. En España, no hay modo más seguro de soliviantar a la derecha –sin duda ese objetivo estaba en la lista de lo que iba a buscar Sánchez con esa foto– que remover los esqueletos que dejó el franquismo, lo cual es llamativo a estas alturas. Basta echar un vistazo a las redes sociales. "Pedro Sánchez no deja a los muertos en paz y los desentierra para ganar cuatro votos. No queda ahí la cosa, sino que pretende expulsar a unos monjes que no hacen daño a nadie. Ni el peor de los tiranos se atrevería a tanto", opina @jandcalderon985. Y, más gráficamente, @RafaMor49: "Es acojonante la obsesión de Sánchez por los muertos. Debe ser que sabe que nos cagamos en los suyos".

El debate sobre la conveniencia de remover el pasado es interesante. Pero la visita de Sánchez a Cuelgamuros ya deja una primera conclusión: hay hostilidades que no se dejan sepultar por mucho que se quiera, por mucho tiempo que pase o por mucha tierra que se les eche encima. 

"Le voy a decir una cosa muy tajante y muy clara. Estoy dispuesto, si hay un médico que nos asegure que poniéndonos suero de la verdad, me preguntan si yo alguna vez he estado con una prostituta, yo voy a contestar que no", dijo Luis Rubiales en la comentadísima entrevista que dio a Ana Pastor el miércoles. Y la frase condensa varias de las características del personaje: su discurso rimbombante y mal cimentado, una autoconfianza poco justificada, su alejamiento del mundo real. Rubiales intentó conmover, pero sus frases melodramáticas –"no me puedo pagar ni una coca cola"– provocaron sobre todo burlas, que en muchos casos se convertían en indignación cuando se cotejaban con los primeros hallazgos policiales de la investigación en torno a su gestión en la Federación Española de Fútbol. Como que, según su mano derecha, solo quería "dar palos de 200.000 euros para arriba".

"Rubiales a lo Rosalía Iglesias, mujer de Bárcenas: ‘No tengo la posibilidad ni de comprar una Coca-Cola’. Pero la UCO le registró este lunes una mansión espectacular. Rubiales MIENTE", abrió fuego en X el periodista @alfonsopmedina. "Es un sinvergüenza y un jeta. Negó lo que vimos todas con nuestros ojos, amenazó como un macarra de barrio, educación se le ve: escasita. ¿Quién ha permitido que este listillo de bolera llegase a ser presidente de la Federación? Cómo personajes así prosperan", resumió @AsunMerineroS. "El jeta de Rubiales diciendo que el beso no es delito mientras dice que la gente de la calle le apoya. Ana Pastor le tuvo que recordar que le juzga un juez, no la calle", concluyó @goripardo.

Pero es que, si las redes sociales son un reflejo de la calle, lo cual también estaría por ver, el consenso contra el expresidente de la Federación es abrumador. Así que si lo que buscaba con la entrevista era apoyo, a Rubiales le salió el tiro por la culata.

Hace un tiempo tuvo un cierto éxito un meme en el que se relacionaba a cada red social con uno de los pecados capitales. Hay multitud de versiones, pero el más extendido vinculaba a Instagram con la envidia, a TikTok con la pereza, a Facebook con la soberbia, a LinkedIn con la avaricia, a Youtube con la gula, a Tinder con la lujuria –ese estaba claro– y a Twitter, ahora X, con la ira. Pero en esa lista falta una de las compañías más exitosas, con más de 2.000 millones de usuarios, quizás porque no está claro si puede considerarse una red social: Whatsapp.

Sea cual sea la definición de consenso –Wikipedia la describe como una "aplicación de mensajería instantánea"– está claro que Whatsapp es el patio de vecinos de nuestros días, con las decisivas peculiaridades de la universalidad y de la inmediatez. Su uso está tan extendido que cuando la aplicación tiene problemas técnicos, o directamente se cae, como sucedió el miércoles, los usuarios empiezan a preguntarse si se han quedado sin amigos y no pocos entornos laborales que dependen totalmente de Whatsapp se hunden en la improductividad o por fin encuentran la paz, según se mire.

¿Cómo salen de dudas quienes no saben si le pasa algo a Whatsapp? Yendo a X. Allí preguntan a los demás si a ellos tampoco les funciona la aplicación, y ya se quedan más tranquilos. Y los incondicionales de X, que los hay a pesar de su fama de que no permite mantener debates sosegados o de que solo sirve para verter los malos humores, ya tienen los memes preparados para estas ocasiones. Uno de ellos proclama el convencimiento de los tuiteros de su superioridad sobre el resto: está Rowan Atkinson, con el símbolo de X sobreimpreso, exhibiendo su buena salud junto a un tullido, escayolado de arriba a abajo y en silla de ruedas, que representa a Whatsapp, Instagram y Facebook.