EL PLAYÓLOGO / AUTOBIOGRAPHY
De dormir en la playa a vivir en un supermercado abandonado
Con 21 años decidí que quería publicar una guía de playas de Ibiza y Formentera y un buen día conocí a la mejor amiga de la Reina de Holanda
Con 21 años decidí que quería publicar una guía de playas de Eivissa y Formentera, así que cogí la bici y me planté en las islas Pitiusas desde Asturias con el objetivo de pasarme el verano fotografiando y recorriendo cada una de sus calas. Mis ahorros solo me daban para dormir en la playa y comer bocatas de salami, pero un buen día conocí a la mejor amiga de la Reina de Holanda, que me ofreció compartir cobijo en un supermercado abandonado.
Yo por aquel entonces no lo sabía, claro. Lo de Máxima Zorreguieta. Y probablemente ella tampoco. Que no debía ni haber conocido al que sería su príncipe encantado. Ni me hubiera impresionado, la verdad, porque para mí lo más urgente era mejorar mi mediocre calidad de vida después de tantas semanas mal durmiendo y mal comiendo por las calas de la montañosa isla de Eivissa. Apunto estuve de no lograrlo. Olas de calor, deshidratación, hambre, los mosquitos y las chinches que me comían... ¡Y vaya si acepté la oferta! Preferí extender mi esterilla dentro de la nevera de los yogures para dormir bien fresquito antes que en el pasillo de los licores, que era lo único que no estaba caducado en aquel súper de Es Pujols abandonado. El trato fue muy sencillo: “Yo te dejo dormir en nuestro supermercado y vos me enseñás la isla”. Y así fue como entablé una amistad que a pesar de los años y la distancia aún perdura.
Pero no te pienses que estábamos de okupas. Ni mucho menos. El supermercado era el mejor alojamiento que le habían ofrecido a aquella chica y a sus compañeras de trabajo para hacer la campaña de verano, y yo era, pues... su invitado. Trabajaban en un restaurante argentino y con lo que ganaban no era mala opción como habitáculo teniendo en cuenta los precios de los alquileres en una isla tan de moda como Formentera. Pero a mí me salía aún más barato: yo tenía mi campamento base en la playa de Ses Illetes. Ahí dormía cada noche juntando dos hamacas, en el auténtico paraíso. Pero lo hacía con la bici y el equipo fotográfico amarrado a una pierna, por si las moscas, y entre eso y los ruidosos tractores que limpiaban la arena cada amanecer, o el helicóptero que había aterrizado junto a mi en la playa tan temprano aquella mañana (la señora del pijoyate que quería sacar el perrito a pasear sin tener que mojarse los pies) la verdad es que no me lo pensé dos veces. Necesitaba urgentemente encontrar un sitio más silencioso, cómodo y seguro para poder descansar, que había mucho que pedalear para poder publicar la guía de mis sueños. Por eso acepté la oferta sin dudarlo. ¡Quién no iba a querer vivir en un supermercado abandonado, llenito de comida caducada desde hacía cinco años!
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