Vivir con la pérdida: "Y cuando ríes, te sientes culpable. Egoísta"

Vivir con la pérdida es mortal. 

Mortal porque te mata, día a día, paso a paso. Porque no te  acostumbras y porque temes acostumbrarte. Porque cuando intentas mirar atrás las garras que oprimen tu pecho te rasgan más profundo, todavía, si cabe. Porque te encuentras frente al abismo, y volver a caminar te  parece imposible, has olvidado todos los fundamentos en los que creías. 

Has desistido de creer en algo. 

Te sientes congelada.

Tu vida se parte en dos: el antes y el después. Pero tú todavía te encuentras en el ahora y eres incapaz de llegar más lejos. Incapaz no porque no puedas, simplemente porque no quieres. Te resignas a intentarlo. A contemplar la vida con todo lo que conocías y ahora te falta. Todas esas carencias que cubren tu mirada y lo convierten todo en una capa de oscuridad. Una oscuridad tan sólida, tan permanente,  tan aferrada a sí misma.

Y tú ya no eres tú. Has dejado de ser junto a ese último suspiro que te devoró la esperanza. Que se llevó tu alma. O  eso crees. Porque cualquier gesto te devuelve a ese instante de pérdida. Incluso cuando lloras, cuando gritas, cuando ríes. Sobre todo cuando ríes. Te sientes culpable, egoísta. Cómo puedes concederte ese placer. Ahora. Tú. Cómo puedes sonreír frente a la magnitud de la  tragedia. Porque cada día te queda más lejos, pero siempre te acompaña. Y esa es tu condena, aprender a vivir así. Aprender a convivir con tu pérdida, sintiéndote unas veces triste, y otras tantas, culpable. Y la culpabilidad es sentencia propia, forma parte de ese día a día en el que aprendes a sonreír con todo lo que te falta. Cuando decides dar el primer paso en ese camino tan luctuoso, aferrándote a la idea de volver a encontrar la luz.