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Policías asustados ante miradas de odio extremo

Resistencia pasiva en la escuela Ramon Llull, el 1-O.

Resistencia pasiva en la escuela Ramon Llull, el 1-O. / XAVIER JUBIERRE

¿Han visto a un agente antidisturbios equipado? Aparte de que suelen ser verdaderos armarios, llevan un traje resistente, botas y guantes especiales, refuerzos en las articulaciones, casco que les protege también la nuca, visera de PVC, porra, escudo, espray de pimienta, pelotas de goma, etcétera.

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Durante varias semanas, algunos de estos agentes, muchos de ellos militarizados, han desfilado por el Tribunal Supremo declarando el miedo que pasaron el 1-O.

Para vergüenza suya -y nuestra, porque somos quien les pagamos el sueldo-, unos agentes que no saben distinguir entre "votarem" y "Voltarén" han asegurado que las miradas de las abuelas, a las que rompieron brazos, piernas o pelvis, eran de odio extremo y no de miedo, indignación y perplejidad.

Lo más grave es que el Tribunal Supremo también cree que quien odiaba eran los que cantaban "passi-ho bé i moltes gràcies" y no los que cantaban "a por ellos" antes del 1-O, ni tampoco los que aquella tarde cantaron "que nos dejen actuar" mientras orinaban sobre los manifestantes.

Cualquier tribunal del mundo sospecharía que el odio lo generaba un dispositivo policial con varios de sus máximos mandos procesados por torturas, y uno por la muerte de un manifestante por un disparo en la espalda, pero el Tribunal Supremo español, no.

Si es cierto que los agentes se asustaron tanto por las miradas de la gente, los yogures, las pegatinas y los cantos, se entiende perfectamente que España no haya ganado ninguna batalla contra un ejército de verdad en los últimos 400 años.

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