El tema principal en el debate de investidura debería pasar por decir la verdad, pero esa no es una materia a la que los políticos nos tengan acostumbrados. Nos hablarán con grandilocuencia de progresismo y de cambio. Sacarán a relucir la corrupción de unos y se olvidarán de la que ellos arrastran. Prometerán aquello que saben que no pueden cumplir. Acusarán a los demás de no ceder en sus pretensiones, mientras ellos tampoco admitirán las de sus oponentes...
Y así, uno tras otro, irán desgranando sus soluciones a la vez que van rechazando las de los demás porque cada uno se siente en posesión de la verdad, mientras los otros solo actúan con la intención de menoscabar la valía del uno en detrimento del otro. Y dejaremos en el camino la posibilidad de haber podido formar un gobierno que sacara a España del marasmo en que la han colocado quienes con su actitud nos vienen demostrando que, por encima de los intereses de los ciudadanos, prevalecen los personales y los de sus partidos.
Y así, hasta las elecciones del 26 de junio en que, si ahora las cosas van mal, pueden ir a peor según la ley de Murphy.