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Cada verano, incendios evitables
Un bombero trata de apagar el fuego en Pampilhosa da Serra. / EFE / PAULO NOVAIS
Joaquín Esteban
Cada verano son habituales en portada de nuestros telediarios las imágenes de montes ardiendo, luego de aviones soltando agua, después de bomberos forestales a pie de llama y, finalmente, de políticos diciendo que se está haciendo lo imprescindible para acabar con el fuego.
Entretodos
Los medios de comunicación que abren sus informativos de verano, y desde hace décadas, con el mismo formato de angustia por los patrimonios forestales perdidos tras un incendio, están desperdiciando la oportunidad de preguntar a la sociedad afectada qué piensa de la gestión forestal e investigar si tales fuegos serían evitables.
Admito el impacto informativo de esas imágenes, y admito que no es noticia ver a obreros forestales limpiando el monte en invierno, pero afirmo que sería esto último, la limpieza del monte en invierno, lo que evitaría las portadas de verano. Lo siento por políticos y periodistas, pero el monte importa más. Y me explico.
Los fuegos se apagan en invierno: cualquier nativo del lugar lo sabe. Es lo que hizo el ICONA del franquismo –y perdón, si es que debo, por citar un ejemplo de mejor gestión con la dictadura-, que invertía más recursos en limpiar el monte que en extinguir los incendios.
Gestionar el monte es como cultivar un huerto: es preciso seleccionar qué plantas conviene proteger y cuales son invasivas. Cada una en su lugar, pero nunca todas juntas. En nuestros bosques es el trabajo del hortelano lo que no se hace. Cualquiera que en otoño, digamos buscando setas, se interne en nuestros montes comprobará que están sucios de maleza viva y también de ramas muertas. Si no se limpia en invierno, en verano serán amigas de las llamas.
Y vaya que es un desperdicio dejar el bosque a su albur. En los tiempos actuales hay tecnología suficiente para convertir los residuos forestales en biomasa y ésta en electricidad. Y todo ello en empleos. Pero como falta la iniciativa pública, la privada –digamos las grandes empresas eléctricas- aún lo no entiende como negocio.
Pero limpiar el monte de residuos inflamables y convertirlos en energía es una obligación pública que, espero, algún partido político lo lleve pronto en su programa electoral. Ese tendrá mi voto.
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