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Aprender a pactar: los criterios han cambiado y ya no es tiempo de maximalismos irrenunciables
Vista del hemiciclo del Congreso vacío, en febrero, tras la última sesión previa a las pasadas elecciones generales. / EFE / CHEMA MOYA
Jesús Pichel
El acceso al Parlamento en 2015 de dos nuevos partidos de ámbito nacional, Ciudadanos y Podemos, y de un tercero en 2019, Vox, ha roto el bipartidismo imperfecto habitual desde 1978. Mal que bien, partidos y electores sabíamos entonces cómo encajar las piezas para formar gobierno, bien por mayorías absolutas, bien buscando apoyos en los nacionalismos catalán y vasco cuando se necesitó. Hoy estamos en un nuevo escenario.
Entretodos
Que la fragmentación actual sea permanente está por ver, pero no cabe duda de que es algo nuevo. Tan nuevo que ni partidos ni electores tenemos experiencia de cómo manejar la situación de manera cabal. Se impone negociar, buscar apoyos, incluso gobernar en coalición, pero parece que todo son obstáculos insalvables para hacerlo: líneas rojas, vetos cruzados, ultimátums, desconfianzas mutuas y miedo, mucho miedo, a tomar decisiones que no gusten a militantes, electores, medios, opinión pública, grupos de presión.
Parece que todos nos empeñamos en entender y enjuiciar la nueva realidad política con los criterios anteriores que, a la vista de sus resultados, ya no valen. Inevitablemente, partidos y electores tendremos que aprender de la propia experiencia, acertando y equivocándonos, hasta encontrar la fórmula adecuada que normalice los pactos entre partidos distintos, si acaso queremos gobiernos razonablemente estables y eficaces.
Si todo ocurre según lo que hoy por hoy proponen los partidos, no habrá investidura sino convocatoria de nuevas elecciones. Si es así, esperemos que todos hayamos tomado nota y entendamos de una vez que no es tiempo de maximalismos irrenunciables, sino de pactos para formar mayorías de gobierno y de legislatura; que todos los electos, desde Bildu a Vox o desde Esquerra a Navarra Suma, son sin distinción legítimos representantes de los ciudadanos que los han votado; que pactar con otros no es una traición ni una inmoralidad política, sino un mecanismo democráticamente lícito; que el único límite de los pactos es la legalidad vigente.
Participaciones de loslectores
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