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Josep Espar Ticó: de piedra picada, dúctil y generoso

Josep Espar Ticó, en 2009

Josep Espar Ticó, en 2009 / Archivo / Guillermo Moliner

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Xavier Bru de Sala
Xavier Bru de Sala

Escritor y periodista.

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Pueden distinguirse dos categorías entre la burguesía catalanista de los buenos tiempos, es decir los esperanzados. La de quienes tenían mucho dinero y cotizaban y la de los pequeños empresarios, como Josep Espar Ticó o Ermengol Passola. Donde no llegaba el bolsillo, comenzaba la acción directa: Hechos como los del Palau, ciclostil en marcha, propaganda, canguelo nocturno como si fueran de izquierdas, campañas montserratinas, el éxito de la defenestración de Galinsoga, mil y mil pequeñas iniciativas en un infatigable forcejeo de prueba y error. Así se fundaron, muchas de ellas con la participación de Espar Ticó, las empresas culturales que propiciaron y encauzaron la recuperación cultural de finales de los sesenta.

Consta, sin contradicciones, que 'l’Espar', tal y como le llamaban, fue el primero en levantarse para cantar el Cant de la senyera que tanto irritó a Franco. Todos eran jóvenes enardecidos, pero ser el primero tiene su mérito. No consta, en cambio, que los de más posibles se arriesgaran de manera tan personal. Los fundadores de Òmnium, pongamos por caso. Pese al mito de la burguesía catalana, casi ninguno de los cinco era rico o lo suficientemente rico de nacimiento como para ser considerado hijo de burgués. La fortuna, mérito suyo.

Cómo se la gastaban irritaba a las autoridades, pero no tenían más remedio que tragarse la rabia. Espar era tendero, tendero de artículos de lujo (de su familia era la céntrica peleteria La Sibèria) con espíritu de sacrificio. Menos dinero para la causa, más horas y mayor riesgo. Y al revés, si la almohada del bolsillo tiene suficiente grosor, el físico queda más resguardado. Como hemos comprobado de nuevo en tiempos recientes, todo tiene un límite. No son los políticos, es la mesocracia que choca con el roscón de los domingos. Hay quien está dispuesto, y no por conveniencia, a realizar ciertos o notables sacrificios por Catalunya. Si hay que dar la cara, pues vale, pero no más. Una cosa es llevar Catalunya en la sangre y otra donar más sangre de la que necesitan los hospitales. Catalunya levanta siempre en la cabeza, siempre hasta cierto punto. El roscón es el seguro contra los chichones.

El Espar que conocí cuando vivía a pocos metros de su tienda era un hombre de una gran envergadura física, larguirucho, expresivo, sonriente, optimista, exuberante, brazos en molinete y tronco en movimiento perpetuo sobre unas interminables piernas. Nunca dejaba, y topábamos a menudo, de detenerme para comentar la jugada. De pie el rato necesario. En la Gran Via o en el paseo de Gràcia o en la Rambla Catalunya. Que si eso, que si aquello, que si vamos bien pero lástima de lo otro... él ya mayor y yo todavía joven, él exaltado en las formas pero en el fondo dúctil, prudente, adaptativo. No se privaba de comentar mi último artículo, añadiendo, por supuesto, matices de cosecha propia avalados por la experiencia y por el sentido práctico de quien sabe cerrar caja sin pérdidas. También me defendía, en público y por escrito, cuando era acusado de revisionista (ay, los paralelismos entre el catalanismo y el PSUC), por haber animado a los novelistas a romper las estrecheces del círculo y escribir guiones de cine o televisión.

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En su currículum figura como uno de los fundadores de Convergència. Se llegó a presentar por senador, aunque no fue elegido. Mejor para él, porque al contrario de muchos sino todos entre los que le rodeaban, Espar Ticó no tenía malicia. Demasiado sincero, demasiado candoroso y arrebatado, sin trasfondos ocultos ni segundas intenciones, como para salir indemne una vez sumergido en las aguas parlamentarias o en los sanedrines de partido. Con él desaparece quizás el último de aquellos catalanes tan generosos que dieron tanto por Catalunya sin esperar ni obtener nada a cambio.

 

La vida de un activista

Espar Ticó nació en Barcelona en 1927. Fue uno de los fundadores de Convergència Democràtica de Catalunya. También participó en la creación del diario 'Avui', la revista 'Cavall Fort', la distribuidora de libros en catalán L'Arc de Berà, la Fundación Universal de la Sardana y la discográfica Edigsa, fundada en la céntrica peleteria barcelonesa propiedad de su familia, La Sibèria.

Destaca su implicación en los Fets del Palau de la Música, su papel en el asunto Galinsoga que logró destituir al director de 'La Vanguardia', en la campaña 'Volem bisbes catalans', en el Congrés de Cultura Catalana y en el Segon Congrés Internacional de la Llengua Catalana.

En una entrevista a este diario, Espar Ticó explicaba que su carácter le venía de su padre: "Cuando en el 36 lo iban a matar los rojos, dijo: 'Yo cojo los rosarios y me los pongo en la mano'". Huérfano, Espar Ticó huyó a San Sebastián con su madre y sus hermanos. A partir de estos orígenes, se definió como un "converso" al nacionalismo catalán.

En esa misma entrevista, recordaba cómo en los Fets del Palau se resistió por la fuera a ser detenido gracias a su corpulencia y consiguió huir y esconderse durante dos meses en Montserrat. «Como soy fuerte, me libré de los polis a golpe de puño. Y, cuando tuve los pies en la Via Laietana, no me lo podía creer».

Definido como independentista, en 2017 insistió a Puigdemont que no declarase la independencia sino que convocase elecciones, y consideró un "error" la actitud del 'president'. En declaraciones posteriores sostuvo que el independentismo no debería volver a "plantear una cosa de forma seria" hasta alcanzar el apoyo del 60% de los catalanes. 

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