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Melilla y la Semana Trágica | + historia

Hace pocos días un grupo de inmigrantes murió de forma terrible al intentar entrar en Melilla, pero ahora ya nadie lo recuerda. Como tampoco nos acordamos de otros hechos históricos importantes que tuvieron su origen allí.

Vecinos de Barcelona construyen una barricada con piedras durante la SemanaTrágica.

Vecinos de Barcelona construyen una barricada con piedras durante la SemanaTrágica. / Ballell Maymí / AFB

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Xavier Carmaniu Mainadé
Xavier Carmaniu Mainadé

Historiador

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Han pasado un par de semanas y ya nadie recuerda la tragedia de los inmigrantes fallecidos en Melilla. Durante varios días todo el mundo se puso las manos en la cabeza y aseguró que aquello era una atrocidad. Y hasta ahí. Vino la cumbre de la OTAN, la inflación, el covid, la dimisión de Boris Johnson... pasará a ser un caso más a la larga lista de tragedias provocadas por las desigualdades entre Europa y África, fruto del colonialismo iniciado siglos atrás y del que Melilla sigue siendo un vestigio. Y como ahora, también ha sido foco de tensión en otras ocasiones, con la diferencia de que un siglo atrás no había vallas con alambre espinoso sino el ejército español intentando expandir sus dominios.

Precisamente un julio, el de 1909, España quiso construir una línea ferroviaria para conectar Melilla con unas minas de hierro situadas a unos veinte kilómetros. Aquello no gustó a las tribus del Rif que atacaron las obras. La reacción de Madrid no se hizo esperar y el ejército inició una operación de persecución contra los asaltantes que, a los pocos días, volvieron a la carga con mayor violencia. Acababa de estallar la llamada Guerra de Melilla.

Todo esto ocurría cuando solo hacía 11 años que España había perdido las colonias de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Más allá del trauma identitario de verse humillada por una potencia emergente como EEUU, el desastre de 1898 había dejado al país muy tocado económicamente. Esto se hacía palpable en la situación del ejército, que en 1909 estaba desfasado, mal equipado e iba corto de efectivos. Eso sí, mantenía intacto el orgullo y la obsesión colonialista.

Como se querían asegurar los territorios africanos a cualquier precio para no perder más territorio, se decidió movilizar a los reservistas. Eran hombres de la quinta de 1903, que ya hacía tiempo que habían hecho el servicio militar (entonces obligatorio), estaban casados, tenían hijos y su salario era la principal fuente de ingresos de su familia. Es cierto que existía la opción de comprar la exención de incorporarse a filas, pero valía alrededor de 1500 pesetas. Si se tiene en cuenta que el sueldo de un obrero rondaba las cinco pesetas diarias es fácil imaginar que solo los ricos evitaban la guerra.

Esto indignó a las clases populares, sobre todo en Barcelona, porque la mayoría de reservistas movilizados eran procedentes de la capital catalana. La lectura que los obreros hacían del conflicto era que el poder los utilizaba de carne de cañón para defender los intereses de los propietarios de la empresa minera, participada por grandes fortunas de la época como el conde de Romanones, el marqués de Comillas y el conde de Güell. Evidentemente estos tenían suficiente dinero para evitar que sus hijos no fueran al frente.

Diferentes sindicatos y partidos políticos republicanos organizaron manifestaciones y el 26 de julio se convocó una huelga general que fue un éxito. Las primeras horas del día transcurrieron sin problemas, pero al anochecer estallaron los primeros disturbios. Ya se vio que aquello no era una simple protesta contra la movilización de los reservistas. Allí estaba incubada la impotencia de décadas de desigualdades e injusticias que se vertió de forma violenta sobre todo contra un objetivo: la Iglesia. Tanto el lunes 26 por la noche como en los días posteriores en toda Barcelona se incendiaron templos y conventos porque las clases populares consideraban que el estamento eclesiástico daba cobertura a los ricos.

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El Gobierno declaró el Estado de guerra en Barcelona y los manifestantes llenaron las calles de barricadas. Los disturbios se alargaron hasta el dos de agosto y el episodio pasó a la historia como la Semana Trágica. Además de las propiedades de la iglesia calcinadas, hubo un centenar de muertos y una dura represión contra la clase obrera. Se procesaron casi dos mil personas, se realizaron decenas de consejos de guerra y se sentenciaron cinco condenas a muerte. Entre los fusilados había el pedagogo Francesc Ferrer Guàrdia, acusado de ser el instigador de los hechos pese a no estar en Barcelona aquellos días. Su crimen era ser anarquista, librepensador y criticar el orden establecido de los privilegiados.


Ciudades industriales

Aunque Barcelona fue el principal foco de la Semana Trágica otras localidades se sumaron a las protestas. Sobre todo las que tenían importantes sectores industriales como Sabadell o Badalona. También hubo conflictos en Sant Feliu de Guíxols, Palamós, Palafrugell y Cassà de la Selva que por aquel entonces eran el epicentro de la producción corchera.