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Carnaval, el mundo patas arriba (pero poco) I + Historia

El descenso de la incidencia de la pandemia permitirá celebrar el Carnaval con cierta tranquilidad. Esta fiesta tiene sus orígenes en la noche de los tiempos, pero esto no significa que siempre haya sido igual.

Lucha entre el Carnaval y la Cuaresma, según Brueghel el Joven.

Lucha entre el Carnaval y la Cuaresma, según Brueghel el Joven.

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Xavier Carmaniu Mainadé
Xavier Carmaniu Mainadé

Historiador

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Este jueves es Jueves Lardero y comienza el Carnaval, una de esas fiestas que despierta tanta pasión entre sus seguidores como rechazo entre los detractores. Nuestro país está lleno de gente que dedica muchos meses a preparar los disfraces y las coreografías de las comparsas con la mirada puesta en estos días de febrero para participar en las rúas, que este año se han podido organizar después de superar las restricciones pandémicas. Y mientras unos celebran la fiesta, otros serán simples espectadores.

Según los estudiosos que han querido descubrir su origen, el Carnaval entronca con rituales ancestrales para celebrar la llegada de la primavera y también con fiestas de la época romana. Ahora bien, 'nuestro' Carnaval solo puede entenderse si se pone en el contexto del cristianismo. Es el momento de desenfreno previo a la Cuaresma, cuarenta días de purificación para prepararse para la llegada de la Semana Santa, uno de los momentos más importantes del calendario cristiano.

Es evidente que, en nuestra sociedad laica, la severa Cuaresma no tiene tantos adeptos como el jocoso carnaval, pero también es cierto que ahora es una actividad mucho más dirigida que antes; porque la celebración está supervisada y controlada por los organizadores. Incluso el carnaval tiene normas.

En la Edad Media, en cambio, era muy distinto. Era un momento de diversión pública, donde todo el mundo se implicaba porque era el único momento en el que se podían mezclar los estamentos sociales. Por eso eran tan importantes las máscaras y los disfraces. Protegidos por el anonimato, todo el mundo podía disfrutar sin miedo al qué dirán. La alegría duraba poco, porque después de los excesos tocaba volver al redil y hacer abstinencia de la carne (en todos los sentidos del término que vengan a la cabeza).

Parece que ese espíritu de fiesta colectivo empezó a perderse en el siglo XVIII. Así puede deducirse leyendo el poema anafórico que, en 1720, escribió en lengua catalana Francesc Tegell, sacerdote y archivero de la catedral de Barcelona. A lo largo de más de 3.000 versos describe cómo era el Carnaval y se puede apreciar un cambio importante, ya que además de las fiestas populares, también empezaban a proliferar celebraciones privadas en las casas acomodadas de la calle Montcada, que era donde entonces vivía la gente bien de la ciudad.

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Otra diferencia que se aprecia es la llegada de las modas francesas. En aquellos momentos, Versalles era el centro de Europa y todo lo que ocurría en la corte se intentaba imitar en todo el continente. Los barceloneses no fueron menos e incorporaron las danzas y la gastronomía procedentes de tierras galas.

Lo que también difería de épocas pretéritas es que, en aquellos saraos, se hacía diferencia entre los que actuaban y los que se lo miraban. En vez de una celebración informal, había representaciones teatrales realizadas por profesionales de la escena con el objetivo de entretener a los asistentes a la velada, que duraba desde que anochecía y hasta que empezaba a amanecer.

En cuanto a los disfraces, los más populares eran los que imitaban a los personajes arquetípicos de la Commedia dell'Arte, así como la figura del 'Doctor', que consistía en ponerse una nariz de cartón, una larga barba blanca postiza y una especie de birrete cuadrado. Y, sobre todo, la gente encarnaba a personajes tullidos, como los enanos y jorobados. También empezaba a aparecer el disfraz de demonio, que en etapas anteriores no se había utilizado. La razón es que, a partir del siglo XVII, las autoridades civiles y eclesiásticas empezaron un proceso de criminalización del Carnaval. Lo tildaban de cosa pecaminosa, donde la gente cometía excesos instigada por el diablo, que les hacía ir por el mal camino.

Aquella voluntad del poder de controlar cómo la sociedad celebra las fiestas se ha vivido en otros momentos no tan lejanos, como el franquismo. Los regímenes dictatoriales siempre han sido más partidarios de la Cuaresma que del Carnaval, porque les inquieta la idea de poner el mundo patas arriba aunque sea unos días. No sea que los de abajo se acostumbren a estar arriba.


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Origen etimológico

El término carnaval genera muchos debates etimológicos. Aunque no se puede asegurar con certeza cuándo se empezó a utilizar, parece que surgió de la evolución de los términos 'carne' y 'levare', es decir, quitar la carne. Junto a 'carne' también se aplicaban las formas verbales 'tollendas' o 'tollitas', por eso en catalán también existe la palabra 'carnestoltes'.

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