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Los ancestros de Juan Pilila | + Historia

Juan Pilila y su larguísimo pene protagonizan una serie infantil recién estrenada. Como no podría ser de otra manera, la cosa ha provocado polémica entre los adultos. Ya puestos, le hubieran podido llamar Príapo.

El Príap de Hostafranchs, escultura romana encontrada cerca de Creu Coberta, Barcelona.

El Príap de Hostafranchs, escultura romana encontrada cerca de Creu Coberta, Barcelona. / Museu d'Arqueologia de Catalunya

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Xavier Carmaniu Mainadé
Xavier Carmaniu Mainadé

Historiador

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En Filmin ya se pueden ver las aventuras de John Dillermand, que se ha traducido como Juan Pilila. Es el nombre del protagonista de una serie producida para la televisión pública danesa y que está pensada para niños de entre cuatro y ocho años. Como era de esperar, ha generado polémica porque el tal John/Juan está dotado con un larguísimo pene que maneja con una habilidad extraordinaria tanto para hacer travesuras como para ayudar a solucionar problemas de sus vecinos. Entre las críticas que le han llovido, se acusa a la serie de perpetuar la hegemonía de los genitales masculinos. Hay que admitir que tienen razón, porque los personajes de ficción con penes kilométricos son más viejos que la tos.

La mayoría de civilizaciones antiguas tienen algún tipo de divinidad en su universo religioso que exhibe unos atributos masculinos generosos. Cualquier persona que haya visitado un museo de arqueología o se haya paseado por yacimientos como Empúries o Pompeya lo habrá comprobado. Por ejemplo, primero los griegos y después los romanos rindieron honor a Príapo. Para los primeros era hijo de Dionisio y Afrodita y para los segundos de Baco y Venus. Es decir, los dioses del vino y del amor, respectivamente. Contaba la leyenda que Hera o Juno (dependiendo de si lo contaban en Grecia o en Roma) le maldijo al nacer dándole un aspecto rudo y un falo enorme. Horrorizados por la visión de su bebé recién llegado al mundo con esa malformación, sus progenitores le abandonaron en Lámpsaco. Aquella ciudad, que existió realmente, estaba ubicada en la parte asiática de la actual Turquía y en tiempos de los griegos era un activo puerto comercial.

Según los estudiosos, parece que allí, por influencia de las culturas orientales, se habría forjado este episodio mitológico para dar un origen al dios que se asociaba con la fertilidad del mundo vegetal. De hecho se le consideraba guardián de los viñedos, los jardines y los vergeles. También se consideraba que su enorme miembro tenía el poder desviar el mal de ojo, deshacer los maleficios contra las cosechas y atraer a la buena fortuna. Esto explica que esa figura divina se representara hasta la saciedad en todo tipo de situaciones y espacios. Los arqueólogos han encontrado desde vasos ceremoniales de forma fálica en las tumbas hasta pequeñas estatuillas, pasando por pinturas murales donde se puede contemplar a Príapo con su esplendorosa generosidad.

A nivel religioso, se le solía incorporar en las celebraciones litúrgicas dedicadas a su padre y se consideraba que era una especie de anunciador de la llegada de Dionisio/Baco. Incluso en algunos lugares padre e hijo se confunden en sus funciones. Sin embargo, cabe decir que Príapo era objeto de un rito específico dedicado a su culto llamado Faloforia. El acto ceremonial consistía en pasear en procesión enormes falos de madera para invocar su capacidad fertilizadora.

Cuando el cristianismo desbancó a las antiguas religiones, se tendió a adaptar las viejas creencias greco-romanas para encajarlas en el nuevo contexto monoteísta. El problema era que, además, cambió la relación del individuo con su cuerpo y la sexualidad, y desde entonces todo lo carnal se asociaba con el pecado. Como se puede imaginar, pues, era difícil asimilar a Príapo en aquel nuevo contexto, pero aún así, de forma velada se crearon algunas tradiciones que tenían puntos de contacto. Una de las más curiosas tenía lugar en Isernia, una localidad del sur de Italia. Allí, hasta bien entrado el siglo XVIII, el día de San Cosme se exhibía una reliquia vinculada a ese personaje. Hasta aquí todo normal porque era una práctica habitual en todas partes, pero lo que no lo era tanto era enseñar “el dedo gordo del pie”. Y decían pie por no decir otra cosa, porque la forma de esa pieza cilíndrica no parecía encajar con el pie de nadie, ni siquiera de un santo. Por si alguien necesitaba más pistas, el día de la onomástica también era costumbre realizar ofrendas de exvotos de cera con forma de genitales masculinos. Finalmente el Vaticano puso punto final a esa tradición.

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Vamos que con Pilila nada nuevo bajo la capa del sol, solo es un ejemplo más de la obsesión por poner el falo en el centro del universo.


Falocentrismo

A pesar del paso del tiempo, los genitales masculinos permanecen en el centro de la sexualidad normativa, en perjuicio del placer femenino. Lo primero que lo denunció fue el psicoanalista Ernest Jones en 1927. Definió de falocéntricas las teorías de Freud, que aseguraba que las mujeres tenían sensación de carencia por lo que se llama “envidia del pene”.

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