Obituario

Helena Cambó, en la niebla

Dama discreta a pesar de las fuertes convicciones, alérgica a manifestarse en público y empeñada en la preservación del legado de su padre

Helena Cambó, en una imagen de archivo.

Helena Cambó, en una imagen de archivo. / Josep García

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Xavier Bru de Sala
Xavier Bru de Sala

Escritor y periodista.

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Primer y último recuerdo de la hija de Francesc Cambó. El primero, yo niño o apenas adolescente, algunos domingos en la plaza de Fray Eloi de Vianya, ante los Caputxins de Sarrià, donde se detenía una especie de prototipo de coche-furgoneta y descendía, por orden, detrás de Helena Cambó y su marido, la hilera interminable de sus catorce hijos. Fascinante. No acababan nunca de salir. Mi padre y el señor Guardans, padre de aquellas criaturas, se saludaban en la distancia, y todos hacia dentro, a escuchar uno de los sermones más heterodoxos, por abiertos, avanzados, progresistas en todos sentidos y hasta subversivos que se deben haber oído nunca en toda la cristiandad. Ignoro por qué Helena Cambó había elegido aquella iglesia, en la otra punta de la ciudad. Nosotros no fallábamos en razón de las obligaciones familiares de mi madre, que tenía tres hermanos, tres, entre los miembros de la comunidad. Quizás los Guardans-Cambó asistían porque era la fábrica más fiable y radical de antifranquistas -como se hizo evidente en la famosa Caputxinada del 1966-, si bien es legítimo dudar si el gran político y mecenas habría encontrado que su descendencia se pasaba de la raya.

En cualquier caso, no ha constado nunca ninguna filiación ni significación política de Helena Cambó, ejemplo de dama discreta a pesar de las fuertes convicciones, alérgica a manifestarse en público y empeñada en la preservación del legado de su padre. Al final de mi juventud pasé un cierto número de horas de conversación con más de dos damas como ella, de la burguesía más ‘nostrada’, puntillosa y bien servida, y puedo constatar que todas ellas soltaban opiniones digamos personalísimas, aunque nada pintorescas, y estaban tan dedicadas a poner 'seny' cuando era necesario a la actuación de los maridos, a menudo intemperantes, como a guiar a su descendencia por los rectos caminos del acceso a un cierto, pequeño y apacible dominio de la tierra. Quizás en aquellos tiempos no se podía pedir más. Por asociación pues, Helena Cambó, también habitante voluntaria de la niebla, quedaría incluida en esta categoría social de damas cuya misión consistía en dejar que los maridos hicieran pero no deshicieran.

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Quizá de ahí mi fracaso cuando intenté convencer al señor Guardans de la conveniencia de asociar la Fundación Bernat Metge a la Fundación Enciclopedia Catalana, para garantizar su continuidad, con el argumento de que ninguno de sus hijos quisiera, en caso de poder, proseguir con la obra de mecenazgo iniciada por Cambó en la primera dictadura del siglo XX y proseguida por su hija a lo largo de la segunda. Primero se mostró abierto, pero después de varias entrevistas y recados, alguno por parte de personas que suponía influyentes cerca de la familia, se negó por completo sin proporcionar explicaciones, ni creíbles ni increíbles. Hacer sí, deshacer no, al menos mientras la dama estuviera en condiciones de impedirlo. Quizás no es el mejor momento para recordar cómo acabó la Bernat Metge después de algunos intentos de alguno de los netos del mecenas para sacar provecho y extraer unas gotas de zumo, pero en alguna parte debe constar.

La última vez que la vi, recuerdo impresionante, fue en una visita a su casa, en los famosos pisos altos de la Via Laietana donde todavía, muy viejecita pero lúcida y enérgica, residía. Estaba ya dedicada, así me lo dijo, a preservarlo todo, mansión, mobiliario, cuadros, mítico jardín aéreo, como lo había encontrado, con plena conciencia de que cuando ella desapareciera, la niebla se lo acabaría de tragar todo, y para siempre.

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