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Mohamed El Gaadaoui: "Eres como eres por tus valores, no por tu país de origen"

El fútbol le dio la mano al llegar a Catalunya. Y hoy él con el fútbol echa una mano a los de su aldea, organiza un campus allí con su equipo de Alella.

Moha, jugador marroquí en Alella, impulsor de un proyecto solidario en su pueblo / JORDI COTRINA

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Carme Escales
Carme Escales

Periodista

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En Buyafar, la pequeña aldea marroquí donde nació Mohamed El Gaadaqui, en 1990, jugaba al fútbol en la calle. Con piedras marcaba las porterías. Por eso cuando 'Moha' -como le llaman todos- llegó a Alella, a los 10 años, y descubrió un campo de fútbol de verdad junto a la casa de su padre, se hizo la luz sobre su nuevo destino lejos de sus amigos, abuelos y hermana, ya en un nuevo país.

20 años después ¿Qué siente de aquel campo de fútbol?

Fue mi mejor ayuda para integrarme, y yo ahora con el fútbol ayudo a todo el que llega que quiera hacerlo, que no todos quieren [prefiere no manifestarse sobre los hechos con los 'menas' en el Maresme]. Siempre tendemos a buscar lo similar, a hacer clan, pero yo no podía, en Alella no había inmigrantes. Con el fútbol me sentía uno más. El deporte no entiende de idiomas, ni religiones, ni países. Me adapté bien al club.

Era el Deportiu Masnou.

Sí, nosotros vivíamos en la calle de África de Alella, una carretera nos separaba de El Masnou, donde yo iba al instituto y donde estaba el campo de fútbol. Como en casa no podían pagar mi cuota, me la pagaba recogiendo pelotas y limpiando el campo. El fútbol me integró, me dio amigos, y hoy vivo de él.

¿Se imaginaba jugando en Primera División?

Todos lo soñamos. Yo no destacaba como jugador. Estuve cinco o seis años en el Masnou, de alevín, luego como cadete en el Atlètic Masnou otros tantos. El fútbol era mi fondo de escape, mi vida, mi segunda casa.

Un abrigo social.

Exacto. Por narices tenía que integrarme, me sentía muy bien. Y como es un mundo en el que todos se conocen, me llamaron para entrenar a los alevines del FC Alella, un año y luego dos a los cadetes. Y me entró entonces el  gusanillo de formar más allá de la técnica, poder inculcar los valores del esfuerzo, el sacrificio y la amistad. Y aquellos cadetes son hoy mis compañeros de equipo en la Unió Esportiva Alella con los que iremos a Marruecos del 26 de agosto al 2 de septiembre, organizaremos un campus de fútbol en Buyafar.

¿Todo el equipo?

Sí, vamos 25 amigos y hemos recogido material, botas, camisetas y balones para regalar. La Associació Esportiva Alella, el Ayuntamiento y la Fundació Catalana de Futbol nos apoyan en este proyecto que, más que un viaje puntual, yo quisiera que fuese un puente para ayudar a montar allí una escuela de fútbol. Quisiera que lo que este deporte ha hecho por mí lo pueda hacer también por niños y niñas de mi país, que puedan creer en un futuro y tenerlo, allí.

Lo que Europa no hace por África, un marroquí se atreve.

El fútbol me lo ha dado todo aquí. Soy responsable del área deportiva de la Federació catalana de Futbol en el Maresme, el único marroquí de la federación. Pero eres como eres por tus valores, no por tu país de origen. Yo soy feliz viendo felices a los que están a mi lado.

¿Cree que eso es algo innato?

Yo lo he cogido de mi madre, Yamira. Es una persona muy generosa. Pero además, al llegar a Catalunya viví algo que me hizo creer en las personas.

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¿Qué fue?

Era mi segundo año aquí. Estaba en 4º o 5ª de Primaria. Era el día de Reyes, cuando bajas a la calle y todos los niños juegan con sus regalos. Se me acercó un vecino del bloque de al lado y me preguntó qué me habían traído a mí. 'Nada -le dije- había pedido un patinete pero no me lo han traído'. Y al día siguiente, aquel vecino me buscó para darme un paquete. Era un patinete. Me explicó que mi regalo se había extraviado y por eso llegaba un día después. Aquella persona –años más tarde se lo dije- me devolvió la ilusión. Le agradeceré toda mi vida el gesto que tuvo conmigo.