Dani Jané: «Un concierto a Messi había que traerlo aquí»

La de Dani Jané (La Vall de Bianya, 1982) es la historia de tantos músicos catalanes que han acabado con un pie aquí y el otro en algún país de Europa, en su caso Alemania, donde dedicarse a un arte es algo prometedor. En diciembre en un bar de Berlín conoció a otro músico, Daniel Pacitti que le dijo: he compuesto un concierto criollo para violonchelo y orquesta dedicado a Messi.

¿Qué fue lo primero que pensó?

De entrada sentí mucha curiosidad. Sabía que Pacitti era un buen compositor y cuando me envió la grabación me pareció que había hecho algo de mucho nivel, con dos músicos italianos, Sandro Laffranchini, primer violonchelista de la Scala de Milán, y al piano, Alessandro Deljavan.

¿Se había celebrado el concierto en algún lugar?

Sí, en la Filarmónica de Berlín, uno de los templos europeos de la música clásica, y en el Teatro Sociale di Bellinzona, en Suiza.

Música clásica y deporte, un curioso tándem.

Es original. Tampoco es habitual que el público en conciertos de clásica se ponga en pie y, en Alemania, al acabar, la gente se levantó aplaudiendo. Yo pensé que un concierto a Messi había que traerlo aquí.

Y así será.

El 26 de septiembre se hará en la Catedral de Girona; el 27 en Santa Maria del Mar, en Barcelona, el 28 en la catedral de Tarragona y el 29 en la catedral nova de Lleida. Los beneficios de los tres primeros serán para el proyecto del Pediatric Cancer Center de l'Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona, el centro más grande de Europa especializado en cáncer infantil. Y lo recaudado en Lleida será para la restauración del órgano de la catedral nueva.

Valores a tres bandas.

Cuando empezamos a mover las posibilidades de actuación, Daniel Pacitti expresó su voluntad de que el concierto fuera benéfico, él pensaba en algo para niños. Y buscando causas, la de la Fundació Sant Joan de Déu nos pareció maravillosa: curar a niños.

Con música… ¿Cómo se inició usted en ella?

Yo crecí en una casa en medio de la montaña. Mis padres habían dejado sus ciudades para vivir en el campo. Mi padre era cartero y cocinero, y mi madre, maestra y psicóloga. Nuestro vecino más cercano, a un kilómetro, era aficionado a la guitarra, tocaba jazz y otros estilos. Y le pedí que me enseñara. Yo tenía 12 años, pero hasta los 25 no me puse en serio.

¿Cómo lo hizo?

Estudiando la carrera de música clásica en el Conservatori Superior del Liceu. Hasta entonces lo había hecho con profesores particulares, pero era muy autodidacta, intuitivo. Pero trabajando en el teatro -fue diez años tramoyista, quien monta y retira decorados en escena- descubrí la guitarra flamenca y a través de una clarinetista, en un musical, me decidí a estudiar música clásica. Leer partituras y aprender armonía me cambió la vida.

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Y el destino.

Sí, al acabar la carrera hace tres años me dije: ¿Ahora qué? Vi que dar clases solo no me llenaba, tenía otras inquietudes. Y contacté con un amigo pintor que estaba en Berlín para preguntarle cómo estaba el panorama allí. Me invitó a pasar una semana y al año volví. Ahora vivo entre Berlín y Barcelona. Allí la apertura mental hacia el arte es mucho mayor, hay muchas oportunidades. Se le da valor a la música, es un tema de educación. He hecho muchos conciertos a taquilla inversa y en un momento entran 300 euros, sin que nadie te conozca. La diferencia con Barcelona es abismal.