Gente corriente

Herminio Martínez: "Tuve el privilegio de crecer junto a gente excepcional"

Fue uno de los niños vascos exiliados por la guerra civil que se quedaron a vivir en Inglaterra. Allí conoció a grandes humanistas como Pepe Estruch y Alec Wainman.

Herminio Martínez, en el Museu d’Història de Catalunya.

Herminio Martínez, en el Museu d’Història de Catalunya. / ÀNGEL GARCIA

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Gemma Tramullas
Gemma Tramullas

Periodista

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Pese a la inequívoca sonoridad de su nombre, los recuerdos de Herminio Martínez (Bilbao, 1930) brotan con naturalidad en inglés. Tras el bombardeo de Guernica, en abril de 1937, le embarcaron con 3.800 niños vascos en el buque Habana rumbo a Inglaterra. Allí conoció a Alec Wainman, un cuáquero políglota que fue voluntario sanitario durante la guerra civil y retrató la vida en la retaguardia republicana. Sus fotos se exponen en el Museu d’Història de Catalunya hasta noviembre.

Con 7 años era de los más jóvenes a bordo del Habana

Iba con mi hermano, que tenía 11 años, y la primera noche una niña repetía sin cesar: “Que le digan al capitán que quiero volver a casa, que le digan….”. Había tormenta en el golfo de Vizcaya y estábamos todos mareados.

Desembarcaron en Southampton el 23 de mayo.

De allí nos llevaron a Stoneham, un campo de tiendas de campaña. ¡Comíamos tan bien! No se imagina el hambre que pasábamos en España. Nos daban clases, pero yo me escapaba al bosque. Nací en El Regato, un precioso pueblo minero, y era feliz en el monte.

Era un espíritu libre. Aún lo es.

Siempre fui muy racional e independiente y he conservado esa libertad. Durante un tiempo mis únicas posesiones eran una máscara antigás y un libro en español, Los viajes de Gulliver, pero tuve el privilegio de crecer junto a gente excepcional que cuidó de nosotros.

¿Quiénes eran esas personas?

Republicanos exiliados de la generación de Lorca y desde sindicalistas a aristócratas ingleses. Pasé por varias colonias donde nos acogían y durante dos años viví con una pareja de cristianos metodistas. Me trataron como a un hijo y me llevaron a la escuela para aprender inglés. Eran pacifistas y lo perdieron todo cuando se negaron a luchar en la segunda guerra mundial.

Gente idealista, de fuertes principios.

Eran todos grandes humanistas. En la colonia de Carshalton, donde Juan Negrín nos traía regalos de Navidad, conocí a Alec Wainman. Era cuáquero, su conciencia no le permitía luchar y matar, y había sacado a 13 republicanos de un campo de concentración francés, entre ellos al director de teatro Pepe Estruch. Con él representábamos obras de Calderón y Lope de Vega y Wainman participaba en las lecturas de Shakespeare. Tenía una casa enorme junto a un río y el año anterior todos los niños habían ido a pasar las vacaciones allí. 

Con el tiempo, la mayoría de niños fueron repatriados pero usted se quedó.

Estuvieron a punto de repatriarnos, pero descubrieron que mi madre no había dado permiso. Mientras esperábamos la decisión nos llevaron a Margate y allí escuché poesía por primera vez. Rubén López Landa había creado un grupo de poesía española y aún recuerdo los versos del destierro del Mío Cid: Por la terrible estepa castellana, /al destierro, con doce de los suyos / -polvo, sudor y hierro-, el Cid cabalga.  

Esta etapa marcó su vida.

Me dio seguridad y me convirtió en la persona que soy. A los 14 años tuve que ponerme a trabajar y como no tenía cualificaciones anduve de un lado para otro en Londres cambiando de trabajo. Estudiaba por la noche y me licencié en lengua española y francesa e hice un máster de poesía española.

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Vive en Cambridge, pero no ha perdido las raíces.

Soy un español republicano y para mí es un deber dar a conocer el periodo de la Segunda República, su cultura y todas estas personas maravillosas. Los efectos de 36 años de fascismo aún se notan en la forma de vida en España. Es el resultado de un vacío de dos generaciones de gente excepcional.