Gente corriente

Irene Moray: "Hemos normalizado el no poder disfrutar del cuerpo"

La joven fotógrafa que pasaba la fregona en Berlín compite con un cortometraje en la prestigiosa Berlinale

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Gemma Tramullas
Gemma Tramullas

Periodista

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Tras sobrevivir un tiempo a base de empleos precarios en Berlín, Irene Moray (Barcelona, 1992) logró hacerse un hueco como fotógrafa y el próximo día 11 estrena su cortometraje Suc de síndria, que compite en la sección Short Films del prestigioso Festival de Cine Internacional de la capital alemana. Protagonizado por Elena Martín y Max Grosse, el filme narra la lucha de una joven por reconectar con su sexualidad.

-No aguantó más de un año en la universidad y cogió la maleta para irse a Berlín.

-Yo quería hacer cine, pero como no tenía dinero para estudiar en la ESCAC (Escuela Superior de Cine y Audiovisuales de Catalunya) me matriculé en Bellas Artes. Enseguida me decepcioné.

-¿Por qué Berlín?

-De allí llegaban cosas experimentales que me gustaban y tenía la necesidad de espabilarme sola. Pero era muy pardilla. El día que llegué me pasé la tarde llorando. Pasaba horas en los bares sin hablar con nadie y me sentía perdida. Empecé a entregar currículos y como no sabía hablar alemán llevaba un papel en el que había apuntado cómo se decía “¿puedo hablar con el jefe?”. A veces me tiraba media hora delante de una puerta sin atreverme a entrar.

-¿De qué buscaba trabajo?

-El primer año trabajé limpiando casas y la cocina de un restaurante por la noche. Fui recepcionista en una galería, pero nunca me pagaron, y trabajé en un café pero me echaron porque soy muy torpe y les rompía la vajilla.

-Pero no tiró la toalla.

-Finalmente encontré trabajo en una tienda de lujo y paralelamente empecé a hacer fotos gratis con la intención de darme a conocer. Llevaba desde los 16 años haciendo fotos y en el 2012 me habían contratado para hacer las fotos del disco de Manu Tenorio en Jordania. Al cabo de un año decidí dedicarme solo a la fotografía, sin saber si podría mantenerme.

-Pues enhorabuena. No solo ha conseguido vivir de la fotografía, sino también hacer cine.

-Siempre había querido hacer cine, pero al principio el no haber estudiado me hacía sentir insegura, inferior a la gente que había hecho la carrera. El primer corto que hicimos, Bad Lesbian, que se inspira en mis vivencias en Berlín, ganó el festival de jóvenes directores FiSH y con los 12.000 euros del premio pude pagar al equipo e invertir en Suc de síndria.

-Este corto trata de una chica que intenta reconectar con su sexualidad.

-He sido terapeuta reiki y me impactó conocer a tantas mujeres de 20 a 45 años que no podían tener orgasmos, o no podían tenerlos al lado de un hombre.

-Pasa más de lo que imaginamos.

-Hemos normalizado el no poder disfrutar del cuerpo, pero si rascas un poco detrás de eso suele haber un episodio de abuso. En el corto el orgasmo funciona como símbolo de esa incapacidad de poderse abrir, de confiar en el propio cuerpo.

-También es una historia de amor.

-Tenía ganas de explicar una historia de amor sana, una forma de relacionarse con uno mismo y con el otro desde el respeto, el amor y la compasión. En el cine a menudo la gente se relaciona de forma muy tóxica.

-En el cine y en la vida real.

-Seguramente, pero creo que el cine tiene un potencial muy fuerte de cambiar el inconsciente colectivo y es lo que he intentado con este corto.

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-¿Qué significa para usted competir en la Berlinale?

-He vivido cuatro años en Berlín y cada año iba a la Berlinale aunque solo me quedaran 15 euros. Presentarme al festival era mi sueño. Me dijeron que sería difícil que nos seleccionaran porque prefieren cosas más experimentales, pero yo pensaba: “¿Y por qué no?”.