Gente corriente

Maria Barceló: "Necesitamos que nos recojan a los hijos o su destino será la calle, la cárcel o el cementerio"

Salió del monasterio y entró en una asociación de familias que tienen hijos con problemas y brotes violentos.

Maria Barcelo

Maria Barcelo / Anna Mas

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Gemma Tramullas
Gemma Tramullas

Periodista

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Es monja, fuma con ansia, ríe a carcajadas y tiene rock duro en el tono del móvil. Maria Barceló (Ribes de Freser, 1958) es ‘la tieta’ de la Associació de Familiars d’Afectats per Trastorns de Conducta (www.afatrac.org), una entidad que acoge a madres (y a un padre) desbordadas por un comportamiento muy conflictivo y puntualmente violento de sus hijos al que el sistema no da respuesta.

¿Por qué se hizo monja?

¡Era lo último que me hubiera imaginado! Estudié enfermería y a los 20 años viajé a Italia, donde conocí la comunidad de Bose, el único monasterio con hombres y mujeres de todas las confesiones cristianas. Estaba confusa y supongo que aquella vida encajó con lo que buscaba.

Ahora está fuera del monasterio.

Técnicamente estoy ‘extra domus’. He vivido allí 36 años, pero ahora vivo en Sabadell y vuelvo solo tres veces al año. Mi hermano murió de un infarto en 2009 y mi cuñada, en 2012. Dejaron tres hijos: la mayor, de 20 años, y dos chicos, adoptados de Colombia, de 11 y 12 años. Un mes antes de morir, su madre me dijo: “Si me pasa algo, cuida de mis hijos”. Con otra tía nos hicimos cargo de ellos, pero para mí es como si los hubiera parido yo.

¿Cuándo se dieron cuenta de que algo no iba bien?

Los dos chicos han tenido problemas de salud mental, pero sobre todo el pequeño. Le diagnosticaron TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad), pero tras varios episodios de conducta violenta vimos que era algo más grave. Empezó entonces un peregrinaje por instituciones, asistentes sociales, hospitales, centros de menores…

En este peregrinaje coincidió con varias familias y con Montserrat Boix, que en 2016 fundó Afatrac.

Aparte de consolarnos y hacer presión política, la asociación ayuda a conocer y a entender a estos jóvenes. Algunos tienen TDAH, Asperger, alcoholismo fetal… Muchas problemáticas son genéticas pero más allá del diagnóstico tienen un comportamiento tan disruptivo que hace imposible la convivencia. Yo a veces me quedo con alguno para dar un respiro a las familias.

Usted los conoce bien. ¿Cómo son?

Son muy majos y no tienen una discapacidad aparente, pero no encajan en la escuela y encontrar trabajo es un desastre porque no son constantes y necesitan límites. Muchos empiezan a consumir cannabis y alcohol muy pronto y luego están sus brotes violentos. Toda su vida es una sucesión de fracasos y tienen la autoestima bajísima.

¿Qué dice la administración?

La red de salud mental de Catalunya es muy extensa pero ellos se quedan siempre fuera porque no cumplen los criterios o el perfil. Las familias estamos desesperadas buscando ayuda, pero no hay nada para ellos porque no se valora que sus trastornos sean graves.

Usted aún tiene la cicatriz de un golpe.

La enfermedad les lleva a hacer cosas que luego lamentan mucho. Puse una denuncia y estamos a la espera de juicio, pero si él se compromete a ir al psiquiatra y a trabajar la retiraré.

Las familias suelen callar estos episodios y cuando salen a la luz se juzgan a la ligera.

La sociedad, incluso tus propios parientes, piensan que son unos gamberros maleducados, por eso las familias no lo explican, para que no las estigmaticen. Te sientes muy sola. Esto está pasando en familias que han criado a sus hijos con mucho amor y que están pendientes de ellos. Puede que haya algún gamberro, pero nuestros hijos están enfermos y tienen derecho a que les cuiden.

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¿Qué piden como asociación?

Que esto que nos pasa lo conozca todo el mundo, que se haga formación en el sector de la salud, la educación, la justicia y la seguridad y que se reconozca que nuestros hijos tienen un trastorno grave. Necesitamos que nos los recojan, porque si no su destino es la calle, la prisión o el cementerio.