Gente corriente

Canti Casanovas: «Más allá del tiempo, los sueños siguen adelante»

Desde hace 10 años reúne las vivencias de los jóvenes que se rebelaron contra la autoridad en la Barcelona de los años 60 y 70

fcasals39471393 canti casanovas170801173409

fcasals39471393 canti casanovas170801173409

3
Se lee en minutos
Gemma Tramullas
Gemma Tramullas

Periodista

ver +

Con motivo de una investigación sobre la producción gráfica del anarquismo, L’Observatori de la Vida Quotidiana reunió el pasado 19 de julio en La Virreina a varias personas que vivieron el llamado «brevísimo verano de la anarquía», que sacudió la Barcelona de 1977. Uno de estos testimonios fue el de Canti Casanovas (Barcelona, 1951), que tocó con los Ssnifferss en el multitudinario mitin de la CNT en Montjuïc y participó en las Jornades Llibertàries del Park Güell. Le invitamos a volver al lugar de los hechos. 

–¿De dónde viene su nombre, Canti? En realidad me llamo Josep Maria. En 1973 edité una revista que se titulaba Cantidades y de ahí el seudónimo, con el que seguí firmando dibujos en otras publicaciones. 

–¿Cantidades de qué? Era una revista que no pretendía ser nada más que una especie de plasmación de una experiencia lisérgica a través de dibujos.

–El LSD era la droga de la época. No quiero hacer proselitismo, pero el LSD tuvo un efecto cultural. Tomado en comunidad, en determinados ámbitos, esta sustancia nos permitió vivir la experiencia de romper la frontera del tiempo. Muchos jóvenes nos dimos cuenta de que el tiempo que nos sujeta aquí no existe realmente y eso nos cambió la vida.

–¿En qué sentido? Después de una experiencia de este tipo, el único sentimiento que te queda es el amor por los demás; el ego se disuelve en el grupo, que pasa a ser lo importante. También podías llegar a esta conclusión por otros sistemas, claro, pero veías un retrato tan perfecto de la figura de un padre autoritario o de un guardia civil o de lo que fuera, que decías: «Yo no pienso ser así».

–Este fue uno de los ingredientes de la revuelta juvenil de los años 60 y 70. Jóvenes desclasados nos veíamos por el Gòtic y convertimos el bar London, la plaza del Rei y algún otro bar en salones de lectura donde devorábamos a Hesse, Baudelaire, Artaud o García Márquez. Era el comienzo de un movimiento contracultural autóctono de Barcelona. Creíamos que éramos cuatro gatos, pero éramos miles. Por primera vez la juventud tenía conciencia como sujeto político.

–Desde hace 10 años reúne estas vivencias en La Web Sense Nom (www.lwsn.net). La memoria de nuestra juventud no existe, ha sido arrinconada o reducida a sus elementos más folclóricos. Entre el relato de los hechos políticos de la época y lo que la nostalgia ha pervertido, hay toda una vivencia humana, microhistorias que no se explican, por eso intenté poner los medios para que la gente hablara. Remover estos recuerdos a veces duele. No podemos olvidar que el sida ha matado a mucha gente.

–¿Qué interés tienen esas historias para el público en general? Hablamos de cantidad de gente que quiso tener una experiencia total de la vida, que no se vendió por un trabajo alienante en una oficina porque quería hacer de su vida algo revolucionario y la revolución empieza por uno mismo. Estos jóvenes no fracasaron en todas sus propuestas. Desde entonces nada ha vuelto a ser lo mismo: ni la sexualidad, ni la familia, ni la religión... 

Noticias relacionadas

–¿Qué piensa viendo el Park Güell convertido en una atracción turística? Si le damos un valor monetario a todo no llegaremos a ninguna parte. El Park Güell era un espacio libre y no creo que sea necesario convertirlo en un negocio. Tengo la sensación de que vivimos en el día de la marmota: te levantas y todo sigue igual, y hay que volver a empezar. Pero como dicen los versos de García Lorca: El sueño va sobre el tiempo, flotando como un velero / nadie puede  abrir semillas en el corazón del sueño. El tiempo nos hace esclavos, pero más allá del tiempo nuestros sueños seguirán adelante.

–Usted nunca ha tirado la toalla. Me he reafirmado en la idea fundamental de la acracia. El género humano puede vivir perfectamente sin que exista un poder centralizado y, de hecho, la sociedad no funcionaría si no hubiera redes de solidaridad entre las personas.