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«Tras llenar bandejas de carne, enseñaba violín»

Una violinista en la fábrica. Al llegar de Ucrania, Zoryana Sokhatska tuvo que cambiar el violín y los escenarios por las bobinas de hilo y los mataderos

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zentauroepp38134047 gente corriente zoryana sokhatska violinista solsona foto 170425192733 / MARTÍ FRADERA

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Gemma Tramullas
Gemma Tramullas

Periodista

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Zoryana Sokhatska (Ucrania, 1967) vive en Solsona [foto], es titulada superior en violín, da clase en las escuelas de música de La Seu, de Cardona y en el conservatorio de los Pirineos y además toca en la Orquestra de Cambra Cadí que dirige su marido, Eugeni Sokhatskyy. Pero cuando llegó a Catalunya hace 16 años la historia de esta mujer alegre, inquieta y locuaz era muy distinta.

–Usted era profesora de violín en Ucrania. Daba clases en la escuela de música de Skole, una pequeña ciudad entre montañas de la provincia de Lviv, en la frontera de Ucrania con Polonia. Mi marido era el director. 

–Su país se declaró independiente de la Unión Soviética en 1991. ¿Cómo lo vivió? Con mucha ilusión, aunque estuvimos meses trabajando sin cobrar y durante años cortaban la luz de seis a nueve de la noche. Cenábamos a la luz de las velas, pero éramos felices. Hasta que mi marido entró en política y vio que seguían dominando los de siempre. La corrupción se extendió y esta desilusión contribuyó a la decisión de irnos.

–Buscaron otro futuro en Catalunya. Llegué en el 2001 con mi hermana y mi prima. Tenía un contrato de trabajo, pero no sabía bien de qué, solo que no era de músico. Al día siguiente de aterrizar nos llevaron a una fábrica textil en Ponts para trabajar con bobinas de hilo industriales. Los vecinos eran encantadores y nos ayudaron en todo. La gente siempre nos ha ayudado mucho.

–Usted entendía de cuerdas, no de hilos. Te espabilas, como todos. Tenía pánico de quedarme sin trabajo y me esforzaba tanto por hacerlo bien que por la noche lloraba del dolor que sentía en las manos. Pero eso no es nada, otras cosas me chocaban más.

–¿Cómo qué? Veía trabajar a mujeres que parecían a punto de parir y que volvían a la fábrica al poco de ser madres. Yo venía de un sistema socialista, donde tenías la posibilidad de quedarte en casa cuidando a tu hijo durante tres años manteniendo trabajo y sueldo. Además, aquí por hacer este tipo de trabajo físico se cobra muy poco.

–Bienvenida al capitalismo. Ahora ya lo tengo asumido. Lo peor fue que había dejado a mis hijos de 9 y 13 años en Ucrania convencida de que tenía trabajo por un año y un compromiso para contratar a mi marido y traer a los niños. Nada de eso se cumplió. Cuando veía una familia con niños no podía soportarlo. 

–Finalmente pudo reunir a su familia. Mi marido, que tiene estudios superiores de orquesta y canto coral, consiguió un visado turístico y empezó a trabajar en una granja de cerdos. Siempre llevaba hojas de pentagrama encima y compuso tres obras en la granja. Pasó medio año y por fin pudimos traer a los niños.

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–Su siguiente trabajo fue en una planta de procesamiento de carne en Guissona. Era nuestro último recurso. Mi marido trabajaba en una sala de despiece de cerdos y perdió la movilidad de dos dedos. Yo ponía trozos de carne en bandejas. Entonces me salió una sustitución en una escuela de música. Tras llenar bandejas de carne durante horas –¡100 bandejas cada 20 minutos!– iba a enseñar violín a Tàrrega. Al acabar mi turno en la fábrica mi marido me recogía en coche, me cambiaba de ropa en una área de descanso... ¡y a clase! 

–Ahora que ya puede vivir de la música, ¿con qué sistema se queda? Lo bueno del sistema socialista que yo viví –y que ya no existe– es que todo el mundo podía tener estudios, trabajo y casa. No te angustiabas por el mañana como aquí. En cambio no teníamos libertad. Yo me casé por la iglesia de noche, porque si el gobierno se entera de que soy creyente no hubiera podido hacer la carrera de música. Ningún sistema es perfecto. Necesito unos años más para contestar a esa pregunta.