LAS PLAYAS DE LOS LECTORES
El Liliput de Palafrugell
La recomendación de David Mateos. 42 años. Consultor en tecnologías de la información de Sabadell.

El Liliput de Palafrugell TODOS_MEDIA_1 /
En Los viajes de Gulliver, Tamariu sería Liliput. La playa es diminuta. El mar, una piscina infantil. Los barcos, de juguete. Y los antiguos edificios de pescadores, casitas blancas de muñecas. Hostalitos, tiendecitas, restaurantitos... Todo es chico y encantador en Tamariu. Es la sensación que tuvo David Mateos en los 90, la primera vez que puso un pie en el corto y enjuto paseo marítimo de esta pedanía, la más pequeña de las tres que dependen de Palafrugell; las otras dos son Calella y Llafranc.
Tamariu no tiene ni 300 habitantes, pero en verano acoge hasta 15.000 personas. Entonces, la bahía se satura de menorquinas y la zona de baño se reduce a unos pocos carriles acordonados. Muchas embarcaciones y poco mar. Mucha gente y poca arena. Da igual la hora, así es en julio y agosto: una síntesis del turismo familiar de la Costa Brava, un concentrado de historia y ocio estival al que no le falta de nada, salvo espacio.
PALAFRUGELL Longitud/anchura 160 m /40 m. Tipo Arena gruesa . Semiurbana. Ocupación Alta. Playa familiar con bandera azul. Accesible para discapacitados. Hay biblioteca, lavabos, un centro de buceo y alquiler de hamacas, sombrillas y kayaks.
Antes de que el Liliput de Palafrugell se convirtiera en un imán turístico, fue un aislado asentamiento de pescadores al que los obreros de la industria del corcho llegaban -para comer bien y disfrutar del mar- por caminos de cabras. La primera carretera no se construyó hasta 1914. Aunque puso a Tamariu en el mapa, nunca cambió del todo su carácter remoto y popular, tal vez porque su transformación en centro turístico fue lenta y progresiva. Uno de los primeros hostales ya existía en 1930. En 1950, había 20 pescadores y 7 comerciantes oficialmente registrados. En 1960, eran 12 a 10. Y en 1970, solo quedaban 7 pescadores frente a 26 comerciantes.
Noticias relacionadasEn el último cuarto del siglo XX, en la arena gruesa de la playa dejaron de extenderse las redes de pesca para clavarse centenares de sombrillas. Las botigues de mar, donde los pescadores guardaban las barcas y los utensilios, se convirtieron en tiendecitas, hostalitos, restaurantitos. Y frente a estos negocios familiares, el nuevo paseo se saturó de terracitas y de turistas: los que llegan nuevos cada año y los de siempre, como David, un rostro amigo en Tamariu, como lo fue Gulliver en Liliput. Porque pese a la masificación veraniega, en esta pequeña y familiar pedanía, David, como el personaje de Jonathan Swift, se siente un gigante afortunado.
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