Pasado y porvenir de un ruedo

La Monumental cumple 100 años convertida en un zombi

El coso llega al siglo de vida con un futuro incierto tras el veto de la tauromaquia

La plaza, que convivía con otras dos en 1914, languidece en una zona en boga

La entrada de los toreros al albero, esta semana.

La entrada de los toreros al albero, esta semana. / FOTOSDEBARCELONA.COM / FERRAN SENDRA

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JOSÉ IGNACIO CASTELLÓ
BARCELONA

De la alianza entre tres empresarios, un prócer barcelonés y un arquitecto modernista nació hace un siglo, tal día como hoy, la plaza de toros del Sport, precedente de lo que dos años después sería la Monumental. Una inauguración histórica que la Barcelona actual rememora sumida en el más absoluto silencio taurino, pero que en su día se celebró en olor de multitudes, entre olés y palmas catalanes.

El coso del Eixample emergió como icono de la prosperidad de la burguesía catalana de la época. Un ejemplo de modernidad y rendimiento bien diferente de lo que es en la actualidad: una instalación de capa caída y con un futuro incierto tras la prohibición en Catalunya de la tauromaquia, que solo mantiene sus puertas abiertas para quienes recuerdan que dentro existe un museo taurino o que el recinto se puede alquilar. Más bien pocos. Fiel a su proverbial hermetismo acerca de la Monumental, acaso motivado por el pulso que mantiene con la Generalitat para cobrar una indemnización millonaria por la abolición del negocio taurino en el 2012, el Grupo Balañá rechaza hacer ninguna declaración sobre sus planes para el coso.

Fue la tarde del 12 de abril de 1914, Domingo de Resurrección, con una plaza abarrotada para ver una corrida de ocho toros del Duque de Veragua, estoqueados por Vicente Pastor, Manuel Mejías Bienvenida, Curro Vázquez y Torquito. El mismo día a la misma hora los diestros Regaterín, Manolete (padre del famoso torero del mismo nombre) y Flores torearon en la otra punta de la Gran Via, en la plaza de las Arenas. Y también existía en la Barceloneta el ruedo del Torín. Tres cosos, tres, había pues en ese momento en la capital catalana.

La fiesta de los toros era cabeza de cartel entre las diversiones favoritas de una ciudad en crecimiento. Animados por este fervor taurino, y no satisfechos con las corridas que  ya organizaban las plazas del Torín y las Arenas, los empresarios Abelardo Guarner, Luis del Castillo y Rafael Alba propusieron en octubre de 1913 a Pedro Milà y Camps, diputado en las Cortes españolas y dueño de la Casa Milà, la construcción de una plaza de toros en unos terrenos de su propiedad ubicados en lo que es hoy la Gran Vía con Marina. El nuevo coliseo taurino se encargó al arquitecto modernista Manuel J. Raspall y su construcción se levantó en un tiempo récord: 90 días.

FACHADA 'NOUCENTISTA' / La plaza se llamó Sport, por ser el nombre registrado de la sociedad que los empresarios crearon, y se caracterizó por su fachada noucentista. En el interior, un redondel de 52 metros de diámetro y 8.000 localidades de aforo distribuidas mayormente en 28 gradas de sol y 20 de sombra. Pero tan solo duró dos años, pues se amplió en 1916 hasta 20.000 localidades, añadiendo una corona exterior de estilo arabizante, con mosaicos y trencadís del italiano Mario Maragliano. El resultado fue la Monumental.

La extraordinaria predilección de los barceloneses de 1914 por las corridas de toros venía de un tiempo a esa parte. El público catalán tenía ojo para detectar el buen arte, y de eso da fe el hecho de que ninguna otra ciudad de España tenía tres ruedos y tanta diversidad de festejos, con aforos y asientos para todos los gustos y bolsillos. Las clases populares preferían acudir al Torín o sentarse al sol en el Sport o las Arenas; la burguesía ocupaba las primeras filas de las dos últimas plazas, y la aristocracia, los palcos, en número de 50, que ofrecía el nuevo recinto de la Gran Via.

Todas estas gentes eran las que en el lujoso restaurante Maisón Dorèe o en el más popular Café Continental discutían por igual cada día de política, negocios y toros. Bien comentaban la última corrida celebrada en alguno de los tres cosos, bien defendían a Joselito el Gallo o Juan Belmonte. De la rivalidad entre gallistas y belmontistas dieron muy buena cuenta los revisteros o cronistas taurinos y sus publicaciones, que nunca faltaron y que solo Madrid superaba en número.

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ANTITAURINOS PIONEROS / Los revisteros preferían firmar la mayoría con seudónimo, como los catalanes Jerónimo Serrano, Azares, o Enrique García, Carrasclás, fruto del enfrentamiento que se empezó a fraguar en esos años entre cierta intelectualidad y la tauromaquia. En efecto, ya había entonces en Barcelona una corriente antitaurina. Nacida primero de la visión crítica de la fiesta que tenían los intelectuales de la Generación del 98, liderada por Miguel de Unamuno, y amplificada después por numerosos activistas, como los del Grupo Antiflamenquista Pro-Cultura, que se dedicó durante esos años a acudir a los aledaños de las plazas a repartir octavillas firmadas por escritores y políticos, entre ellos Eugenio Noel, Domènec Martí i Julià o Eugeni d'Ors.

Igual que hicieron casi una centuria después quienes lucharon para que se echase el cierre a la tauromaquia en Catalunya con el último toro que se arrastró en la Monumental el 24 de septiembre del 2011. Toda una faena para la plaza Monumental, hoy un zombi en el paisaje de la ciudad, desconociendo su papel en la estratégica zona de las Glòries, importante foco de crecimiento de la Barcelona actual.